lunes, 31 de marzo de 2014

SIN ESCAPATORIA (Versión blog, Parte 23)



23


Fernando decidió entonces comentar a Inocencio que Ava Chueca le recordaba a su musa más querida: Ava Gardner.
—La Gardner sí que era una estrella. ¡Qué poderío! No hay adjetivos para calificarla en toda su magnitud. Podríamos utilizar todos los epítetos sinónimos de la belleza que existan en todas las lenguas conocidas y aún no estaría bien descrita. No habríamos abarcado su totalidad.    
—¿Tanto? —Preguntó Inocencio.
—Y más. Tuve la oportunidad de verla de cerca cuando estuvo en España rodando Pandora y el holandés errante. Fue en Tossa de Mar, un pueblo de la costa gerundense. Yo era un jovenzuelo que me ganaba la vida haciendo recados y que había viajado allí por consejo de un tío mío de origen catalán. Me enteré pronto de lo que sucedía. Y me picó la curiosidad porque se armó un gran revuelo en todo el pueblo cuando comenzaron los movimientos del rodaje y se desplazaron a la zona fotógrafos americanos, europeos y españoles. Se decía que la actriz vivía entonces un tórrido romance con el torero Mario Cabré. Aquello sería el inicio de una larga relación de la Gardner con España. Después compraría la finca La bruja en la Moraleja y formaría parte de lo que entonces se llamó “la dolce vita madrileña” de los años cincuenta.
—¿Y cómo la pudiste ver?
—Ya te he dicho que me ganaba las lentejas siendo chico para todo. Un día me colé en la zona donde estaban rodando. Pasé los controles fingiendo que venía de un bar próximo con un encargo para la actriz. Me dejaron ir hasta su camerino, situado en una rulot cerca de la playa. Llamé a la puerta y, con una naturalidad que me fascinó, me abrió la puerta y me dijo que pasara.
—¿Vaya suerte!
 —Y que lo digas. Su mirada era encandiladora. Habría seducido hasta al mismo diablo. Le dije que me habían mandado por si necesitaba tomar alguna cosa. Me dijo que esperase mientras lo pensaba y me preguntó que si podía ayudarla a maquillarse.
—¡Qué me dices!¿Y entonces?
—Todo el ardor de la adolescencia se me subió de golpe a la cara. Se sentó frente al espejo, estando como estaba, semidesnuda, sólo cubierta por un camisón de raso de color bermellón que dejaba a la vista sus muslos y un generoso escote. Me dijo que le sujetara el pelo por detrás y que le soplase por el cuello muy suavemente.
—Ufff.
 —¡Cuánto me costó poder hilar el aire! Nunca olvidaré la sensación que me produjo verla así, sin pudor, masajeándose los brazos y marcando sus labios con carmesí mientras yo soplaba por su cuello y espalda. Cada vez que podía la miraba de reojo al espejo, donde, como el animal más bello del mundo, se reflejaba el paraíso que enmarcaba su naturaleza.
—¿Qué pasó después?
—Después me dijo que le llevase una cerveza fría para cuando terminase de rodar la escena. Y me pidió muy amablemente que saliera, que necesitaba cambiarse para la siguiente toma.
—Me imagino la situación. ¿Y cómo reaccionaste?
—Allí comenzó mi fascinación por el mundo de los artistas. Su imagen me impresionó tanto que después me trasladé a Madrid e intenté verla en otras ocasiones. Guardo algunas fotos de ella en la cartera. ¿Las quieres ver?
Fernando saca su cartera y deja a la vista de Inocencio algunas fotos de la actriz en la plenitud de su belleza. Inocencio suspira al verlas.
—Sí qué era guapa.
—Más que eso. Daba gusto ver su melena revuelta, electrizada por la energía interior que producía su cuerpo. Sus cejas eran arcos diabólicos que tensaban las flechas del deseo. Tenía una mirada cálida, ardorosamente incendiaria. Te imaginabas acariciando su nariz o los pómulos, dejando que los dedos resbalasen por su piel para llegar a tocar la comisura de sus labios. Y te quedabas sin aliento. La mirabas y te perdías en el interior de su iris. Lo decían todo, todo lo que fueses capaz de interpretar. Su barbilla poseía un pequeño valle del que no lograbas salir vivo. Volvías a sus ojos almendrados, profundos y ya no sabías quién eras.
Inocencio toca con las yemas de los dedos las fotos raídas por los bordes y admira el magnetismo que producen, y la luz de un color sepia ajado que anida en los márgenes. Fernando sigue hablando de su musa.
—Su forma de moverse era perfecta. Ese equilibrio entre hombros y caderas, el talle ceñido, estrangulado, que realzaba sus caderas. Mira esta foto. Su labio inferior se derrama como una cereza madura bajo la gaviota roja que es su labio superior.
—Ya veo.
—Y en ésta… Mira su pecho exuberante, el mejor lugar para echarse a dormir después de quedarse exhausto.
—Maravillosa.
—Y en ésta otra, observa su melena oscura como las paredes del infierno invitándote a acariciarla, imagínala arrebolada como un mar de noche, invitándote a hundirte en ella. Tiembla y mira las perlas de sus dientes brillando, diciéndote: te voy a morder donde menos te duela.
—Hay que reconocer que era especial. Aunque quizás la tengas muy idolatrada. Mi Marlén también es espectacular. Es lo más grande para mí.
Fernando parece no escuchar a Inocencio y sigue hablando.
—Cuando entreabre los labios, dudas, no sabes si es sed de ti lo que tiene, si te va a beber de un sorbo o si se prepara para devorarte sin darte opción a que te conviertas en agua cristalina, agua derretida que comienza a evaporarse por el calor de su mirada. Y cuando sonríe, toda la fuerza expresiva de sus movimientos se condensa en el final de unos labios donde comienza la perdición de cualquier hombre que se precie como tal...    
En ese momento, la música del local sube de volumen, se enciende el foco central del pequeño escenario y aparece en escena Ava Chueca. Inocencio y Fernando dejan su conversación y vuelven la mirada al escenario con expectación.
La cantante camina lentamente sobre el escenario con unos ademanes exageradamente femeninos, saluda a unos y a otros, se acerca hasta el límite de las tablas del escenario, se inclina pícaramente y se vuelve hacia atrás orgullosa. No deja de pavonearse como si estuviese en su hábitat más natural. Inicia su actuación con un monólogo en el que cuenta cómo es la vida de un artista de cabaret en el siglo XXI. Luego cuenta unos chistes chabacanos, alguno un tanto sórdido y de mal gusto. Y hace imitaciones de algunos personajes de actualidad con mucho desparpajo. El público reacciona con sonoras carcajadas.
La de Chueca va vestida con un traje muy ceñido cubierto de pedrerías de color plateado. Va subida en unas plataformas de treinta centímetros. Lleva una melena postiza de un color negro azabache. Alrededor del cuello, y ensortijada en sus brazos, lleva una boa de peluche que, de cuando en cuando, lanza a los clientes mientras realiza muecas burlescas y gestos provocativos. Los hombres la vitorean entre risas y aplausos.
Cuando el púbico estaba ya entregado al gracejo de Ava, cambia de nuevo el color de las luces del escenario y el travesti se apresta para cantar un tema que interpreta de una forma muy particular.
Las notas de Camino verde irrumpen en la sala con un tono dulzón y melancólico.

Hoy he vuelto a pasar
por aquel camino verde
que por el valle se pierde
con mi triste soledad.
Hoy he vuelto a rezar
a la puerta de la ermita
            le pedí a la virgencita
            que ahí te vuelva a encontrar…

La voz de Ava llega hasta los oídos de Fernando como si fuese una onda mágica que trasforma la imagen de la de Chueca en la de la musa idolatrada por el viejo actor. Mientras tanto, Inocencio se está preguntando qué estará pensando ahora Marlén. Intuye que está muy cerca, que pronto la va a ver. Y duda de si podrá soportar las imágenes que se avecinan.
El número de Ava toca a su fin. Cambian las luces del escenario y el sonido de los aplausos rompe el estado de éxtasis en el que se encuentra Fernando. Los pensamientos de Inocencio se diluyen entre los espectadores y las mesas del local.  

Ava se inclina repetidas veces para saludar y agradecer las manifestaciones del público. Desde la barra, al otro lado del salón, Fernando e Inocencio la aplauden con admiración. La de Chueca se siente eufórica, con un gesto enérgico se enrosca al cuello la boa de peluche. Después sale del escenario entre sonoros aplausos y agudos silbidos.


CONTINUARÁ...

Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)

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