lunes, 21 de febrero de 2022

A LA ORILLA DEL MAR

A LA ORILLA DEL MAR

 

 

El aire acaricia la arena

con la misma ternura

con la que mesa sus cabellos.

 

Pasea por la orilla de la costa

con la templanza bajo el brazo

y la memoria en la mirada.

 

Observa las espumas de las olas

y sus lenguas de cisne

recostándose entre las piedras

como delicados amantes.

 

Distrae a su imaginación

construyendo galaxias

con los blancos dibujos

que dejan los salitres

en el rostro salvaje de la tierra.

 

Permite que se pierda su mirada

entre las ramificaciones

de los arbustos

como un argonauta del tiempo,

que camine buscando a los insectos

igual que lo hacía en su infancia

para buscar entre las zarzas

una oportunidad para la vida.

 

Recuerda un día de noviembre

muchos años atrás,

en el que, en el mismo lugar

donde ahora descansa,

observaba las olas

asociando su movimiento

a la fuente de la energía

que aún necesitaba para seguir luchando.

 

Ahora mira hacia el azul

para dibujar entre sus tonalidades

un universo propio.

 

Casi todo confluye con la calma

que generan el aire,

el pulso de su corazón,

la dinámica de las cosas

y la armonía del paisaje.

 

Todo está en su sitio

como en una canción

que armonizase el aire.

 

La arena de la costa,

los salitres de estrellas,

los lunares de arbustos,

la orilla del camino,

los esfuerzos de toda su existencia

y los insectos de las zarzas,

parecen susurrarle a su memoria

que la bondad y la templanza

han vencido a todas las adversidades.


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Mariano Valverde Ruiz (c)

martes, 15 de febrero de 2022

EL MIRADOR DE LA ENTREVISTA

EL MIRADOR DE LA ENTREVISTA

 

 

Está acomodado en un banco

del mirador de La Entrevista

igual que un vigía del tiempo.

 

Tiene frente a sus ojos

la alfombra azul del mar Mediterráneo

y el horizonte del espacio

donde la luz toma significado.

 

Apenas hay una leve brisa

acariciando el agua

como lo hicieron los barcos de madera

en la lejana antigüedad

del Mar de las Culturas.

 

Su mente se traslada a otros tiempos

para observar, en ese mismo azul,

los veleros fenicios,

cartagineses o romanos,

los invasores del Medievo

con turbantes de arena,

y las hordas piratas

que comerciaban con la vida

en los siglos pasados.

 

Imagina el color de los escudos

que portaban los hombres

que surcaron las aguas de esta costa

camino de las poblaciones ribereñas

para adueñarse de su luz.

 

Piensa en las expresiones de los rostros

de quienes defendieron

la belleza de este lugar

y su propio alimento

a cambio de sus vidas.

 

Observa el horizonte

mientras brilla en sus ojos

la certeza absoluta

de que estas aguas atesoran

la esencia de la Antigüedad,

la verdad del esfuerzo,

el valor de la vida

y el espejo del cosmos

donde se nutre la cultura.

 

Cuando mira hacia el mar

parece transformarse en otro hombre

que se sintiese en paz

con la belleza del paisaje

y todos los aromas de las plantas

que acompañan a sus recuerdos

hasta fundirse en el Mediterráneo.

 

En la mirada de este hombre

no pasa el tiempo

con la secuencia de una vida

llena de sacrificios.

Tan solo

se mezclan los recuerdos

de lo que fue

y de lo que pudo ser

con la metafísica del espacio.

Mientras, la luz del mar busca su nombre.


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ATARDECE EN TERREROS

ATARDECE EN TERREROS

 

 

Cuatro luces solares

dan tonalidades chill out

a las pequeñas hojas del romero

que crece en su jardín

como fiel testimonio

de la tierra salvaje que se asoma

al balcón del Mediterráneo.

 

En las esferas de cristal

que protegen la luz de los misterios,

se mezclan los colores

de las fantasías del mundo

con los reflejos lánguidos

de un atardecer metafísico.

 

Hay una extraña calma en el aire

que da volumen de templanza

a los instantes de la tarde

que van camino del crepúsculo.

 

El tiempo ya posee

esa misma serenidad

que inunda su interior de orgullo

por el deber cumplido

tras muchos años

de lucha permanente.

 

Al igual que la tarde,

su vida está acercándose

a ese tiempo enigmático

donde las luces y las sombras

entrecruzan sus brazos

para estrechar el cerco a la existencia.

 

Y por eso su tiempo es de oro,

como la luz del cielo

cuando nace en un nuevo día

que puede ser el último.

 

Le quedan muchas cosas por hacer

y busca, en los reflejos de las luces

sobre las hojas del romero,

toda la energía del cosmos

para poder seguir creando

mientras las fuerzas no le falten.

 

Entre tanto,

una gaviota cruza el cielo

camino de la costa

como un poema en vuelo

que buscase refugio

entre las comisuras

del aire vespertino

y el relieve del cabo

donde se alzan los muros

del castillo dorado de Terreros.

 

Esa gaviota del crepúsculo

se lleva con su vuelo

los tonos de las luces chill out,

el pausado misterio de la tarde,

la opacidad del tiempo,

todos los años de lucha silente,

la verdad de su vida

y la metafísica del poema

que escribirá en las hojas del romero

como un legado al mundo.


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