HALLOWEEN SANGRIENTO EN
EL HUERTO RUANO
Las fuerzas de lo oscuro no conocen los límites que el
tiempo impone a los humanos. Cualquier hecho, aparentemente inocente, puede
desatar la crueldad y la venganza de las fuerzas del mal. Y así sucedió una
noche de finales de octubre de 2016 en el palacete de Huerto Ruano.
El día anterior había
aparecido una esquela funeraria en el periódico La verdad en la que el espacio para el nombre de la persona
fallecida estaba en blanco. En la redacción consideraron que había sido un
error de composición y no le dieron más importancia. Pero Cristina supo que
había algo más, tuvo una premonición. Días después toda Lorca tembló de
espanto.
Cristina, una mujer de
cincuenta años, a quien las amigas consideraban algo extraña, intuyó que la
misma premonición de peligro que ella había sentido, también se había dibujado
en otras mentes. Desconocía en quiénes y por eso fue aquella noche al
espectáculo que se organizaba en el palacete. Según se había difundido en la
prensa, se iba a poner en escena una leyenda, según la cual, el dueño de la
mansión invitaba al desposorio de su hija, pero a lo largo del recorrido por la
casa, el público iba a ir de sorpresa en sorpresa, hasta terminar en un
cementerio situado en el sótano. La mujer creía poder notar la presencia de las
jóvenes inocentes que pensando divertirse acudirían a una fiesta del terror que
sería la última de sus vidas. Tenía la esperanza de poder advertirles antes de
que fuese demasiado tarde.
Cuando llegó a la
puerta principal, dos hojas de madera tallada, separaban a los grupos colocados
en fila, del enigma oculto en su interior. El vértigo por lo desconocido
animaba a los asistentes y pintaba sonrisas nerviosas en unos y despreocupación
en otros. Una vez dentro, el ambiente se llenó de efectos especiales. El aire
era espeso, olía a moho y a podredumbre. La oscuridad provocaba que la gente
buscase el contacto con los demás. El grupo se iba apiñando y todos los
sentidos permanecían muy atentos ante cualquier cosa que se saliese de lo
normal. Los ojos giraban en todas direcciones con la inseguridad como motivo.
Buscaban las percepciones de lo insólito, la aventura del misterio... Unas luces
de flas hacían muy difícil percibir los movimientos de unas figuras cubiertas
con sábanas blancas. Aparecían personajes clásicos de las historias de miedo.
Era divertido. Pero nadie, excepto Cristina, notó la presencia de una sombra
maligna que se elevaba sobre la espalda de una joven.
Tras subir una
escalinata de mármol con balaustrada, el grupo penetró en una estancia con una
gran cama, alrededor de la misma se realizaba un exorcismo. Las sensaciones de
angustia eran agobiantes. Después, empujados por la excitación del miedo a lo
diabólico, siguieron caminando en la oscuridad hasta un comedor donde varios
cadáveres degustaban trozos de personas con apariencia muy real. La sangre
corría por sus bocas como arroyos de gula y desenfreno. Luego, unos cortinajes
separaban unos espacios de otros y el grupo comenzó a bajar por unas
escalinatas. Cristina volvió a ver la sombra sobre la espalda de otra joven.
Intentó acercarse para apercibirla, pero no pudo llegar a su altura antes de
que el grupo entrase en un espacio tétrico y sobrecogedor, en el que reinaba un
silencio asesino que estremeció hasta a los más incrédulos.
En ese momento,
Cristina recordó lo que en su familia había pasado, de generación en generación,
bajo el más estricto secreto. Durante las obras del palacete, entre 1877 y
1879, un antepasado de Cristina fue el encargado de dar sepultura al cuerpo de
una joven que había sido traído desde el cementerio de Edimburgo. Según le
habían contado, en aquella ciudad, durante la juventud de Raimundo Ruano, una
joven enamorada de él había sido asesinada en extrañas circunstancias por otro
joven despechado. En el momento de la muerte, el mal se apoderó de la joven, y
durante un tiempo se sucedieron varias muertes de jóvenes casaderas, todas
ellas sin explicaciones coherentes. Cada noche la joven se aparecía a su amado
y le suplicaba que siempre la llevara con él. Y que no dejaría de cercenar la
vida a jóvenes enamoradas hasta que su muerte no fuese vengada.
Mientras su mente
recordaba, el grupo con el que caminaba, preso del silencio, la oscuridad y la
tensión nerviosa, se había ido colocando junto a los muros del sótano. Los
corazones galopaban al ritmo de los endemoniados. Se comenzó a escuchar el
sonido de una gran losa de piedra mientras se desplazaba. Entonces vio cómo la
oscura sombra empujaba a una joven que se precipitó hacia el interior de la
fosa. Se escuchó un grito desgarrador y la gente reaccionó emulando el grito y
agitándose como enloquecida. Cristina notó un golpe en la cabeza y perdió la
consciencia.
Pocas horas después, un
policía municipal que patrullaba por el recinto, encontró el cuerpo
descuartizado de una mujer junto al tronco de una de las palmeras que hay
detrás del palacete. A la mañana siguiente, el periódico daba la noticia. Tres
jóvenes que habían desaparecido la noche anterior en el Huerto Ruano, habían
sido vistas deambulando por la ciudad totalmente desorientadas y repitiendo un
extraño mensaje: «el mal nunca descansa. No está loca quien lo presiente, solo
está más cerca de encontrase con él». Abría el artículo sobre los sucesos de
Halloween, el hallazgo del cadáver de una mujer cuya identificación respondía a
Cristina S. T. El editorial abundaba en la desgracia de la mujer y precisaba,
según sus amigas, que tenía previsto casarse con el amor de su vida, un hombre
al que había conocido en un viaje a Edimburgo, cuando ya apenas tenía
esperanzas de enamorarse.
Nada había cambiado con
el tiempo. La maldición siguió su curso desde que don Raimundo tuvo que
desprenderse del palacete. Su joven enamorada continúa vagando por el túnel del
tiempo, y nadie, jamás, podrá evitarlo. Ya lo sabéis. Si visitáis el palacete y
estáis enamoradas, mirad hacia vuestra espalda. Os lo aviso.
RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©