domingo, 30 de agosto de 2015

AÚN ES POSIBLE




Sin hacer comprensibles dos silencios
-el tuyo y el mío- vivo en pleno enigma.
Y sigo suplicando que se cumpla
esa promesa que nunca entendiste.
Acércame tus labios,
no me niegues la llama del deseo.
Dijiste para siempre
o sólo fue una lúdica promesa
con las alas quebradas.
Yo tuve que entender rápidamente
que el dolor siempre sigue a la pasión,
que cuando necesitas
comprensión y cariño
puedes encontrar sólo más ausencia,
el vacío que deja una piel fría,
separada de todo lo que es sueño.
Y mi vida es soñar para escribir,
escribir para luego hacer soñar.
Tuve que comprender que no entendieses
lo feliz que me siento
al crear nuevos mundos de palabras,
universos que fijan y ofrecen su soporte
a la naturaleza de mi espíritu.
Y cuando comenzábamos
me hiciste comprobar tu fiel apoyo.
Por eso pienso que aún será posible
que admitas tu desliz.
Confío en que haya sido provocado
por los crueles azares de la vida.
Y también es probable mi perdón.
Todo terminará cuando nuestra alma
-ya unida- reconstruya mansamente
su cuerpo de palabras verdaderas,
aunque al final
sólo quede la aurora del poema.


(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio.)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)   

martes, 25 de agosto de 2015

DESAYUNO EN TIFFANY´S CON AUDREY



DESAYUNO EN TIFFANY´S CON AUDREY

El río de la luna es inmenso. Truman Capote comienza a notar que sus aguas no tienen fin. Unas aguas que poseen el color de los diamantes que Audrey Hepburn va a mirar cada mañana al escaparate de Tiffany´s. Ella también conoce el río de la luna.
Truman está nadando en el río de la luna, un río que lleva agua de la costa de Nueva Orleans y de las fuentes de Los Ángeles. Es un río que ha hecho de la destrucción el caudal con que se construye la magia de la sensibilidad, una magia que colma de luz un apartamento inolvidable de Nueva York, donde Audrey canta Moon River, acariciando la guitarra y las palabras.
La música comienza. Vuela sobre las aguas la imagen de un alma que no quiere pertenecer a nada ni a nadie, que es leal, que es picardía y es candor; que tiene la valentía de ejercer el oficio más viejo del mundo y, además, decorarlo con una admirable belleza: la de alguien a quien persigue un pasado dramático y triste, y que huye, quizá del río de la luna, buscando el mismo final que el ave fénix.
Junto a los cristales del escaparate, los ojos de la inocencia y la búsqueda de los sueños, eclipsan el brillo de los diamantes. Audrey habla consigo misma y da vida a las palabras de Truman. Al otro lado, el frío mineral de la discordia, refleja sus ilusiones tras el mostrador de la joyería. Es una puerta imaginaria, un espacio abierto hacia el horizonte de un viaje que nunca termine, la esperanza de la libertad, y también, la triste singladura de una aventura que quizá la lleve hasta las fuentes del amor verdadero.
En el apartamento, un gato ronronea sobre la ropa que huele a esencia de una mujer melancólica. El aroma de la dulzura lo colma de paz. Su mirada se aleja por el ventanal hasta donde se encuentra Audrey. La ve soñar junto al escaparate. Sabe que él es su más fiel amigo, el guardián de los secretos que atesora la rebeldía del alma de su dueña. Y quisiera ser propietario de las palabras de un escritor, para poder decirle que el río de la luna está hecho con las aguas que hacen realidad todos los sueños. Truman también lo sabía e intentó dejarlo escrito sin usar las palabras.

RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©     




miércoles, 19 de agosto de 2015

PEREZA




Levanto la persiana. Entra la luz
y observo que tú ya te has marchado.
Hoy la tormenta cae sobre la sed del huerto,
en los tejados viejos, las calles asfaltadas
y entre las hojas grises de mi árbol.
Cuesta empezar el día en puro otoño,
colocar el pijama en el ropero
cuando la noche deja sus lágrimas de cuarzo
colgando por las venas.
Tu ausencia une el tendón de la nostalgia
con el hueso profundo del dolor
junto al flácido músculo vital.
Y tengo que afrontar la nueva luz
como otro fugitivo de la noche
al que de esperar tanto para verte
le salen agujetas en el alma.


(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio.)
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Mariano Valverde Ruiz (c)

domingo, 16 de agosto de 2015

EL ÚLTIMO CUENTISTA DE BABILONIA



EL ÚLTIMO CUENTISTA DE BABILONIA

Con el orgullo brillándole en los ojos, el joven leyó su primer cuento ante el Consejo de Sabios. Después escuchó, contrariado, que el oficio era imprescindible para contar un cuento. Él tenía cientos de ideas, argumentos, personajes, escenarios, posibles desenlaces… pero le dijeron que antes de escribir tenía que adquirir oficio y que sólo con trabajo, constancia, dedicación, pasión por el conocimiento y lectura, lo conseguiría.
Aunque la creatividad le bullía por la sangre como el agua del Éufrates, dedicó sus esfuerzos a conocer todo lo que se conservaba en la biblioteca sobre técnica, recursos, historia, y a trabajar, uno por uno, todos los aspectos que le propusieron quienes le aconsejaban. Pasó muchos años encerrado entre cuatro paredes y miles de compendios de literatura, lingüística, técnicas de creatividad… y se hizo viejo.
Un día, tras atravesar la Puerta de Ishtar apoyado en su bastón, cabizbajo, meditabundo y cansado, decidió que había llegado el momento, que ya estaba suficientemente preparado para escribir un cuento que quedase en la biblioteca con su nombre grabado al pie de una tablilla. Llegó a su cuarto, ordenó su mesa de trabajo, dispuso sus útiles de escritura, estiró los brazos e hizo ejercicios con los dedos. Miró al frente. Miró hacia los lados. Miró tras de sí. Miró hacia arriba. Miró hacia abajo. Luego intentó mirar dentro de él. Y no encontró ni una idea, ni un personaje, ni un escenario, ni un tema, ni un argumento. Respiró indignado y maldijo su vida. Había dedicado todos sus años a estudiar la técnica del cuento y ahora le faltaban energía y capacidad para poder elaborar uno. Su experiencia íntima y su conocimiento de la realidad eran igual de escasos que su mermada imaginación. Maldijo una vez más su suerte, se acordó de los miembros del Consejo de Sabios y juró no aconsejar nunca a ningún joven que dejase de hacer volar la cometa arcoíris de su imaginación.

RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©


          

martes, 4 de agosto de 2015

OTRA PERSPECTIVA



Quiero visitar la estación del alba
y me recluyo en la barra de un bar.
Canciones de Alejandro Sanz
y también de Sabina
merodean mi copa. Son la vertiente lúdica
de un asunto no escrito.
Yo quiero creer que borrar la memoria
de todas las vivencias agradables
es un alivio para melancólicos.
Pero no lo es y bien lo sé.
La sustancia incolora de una copa
no posee elixires salvadores.
Tan sólo es tiempo para ver al tiempo
con otra perspectiva.


(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio.)
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Mariano Valverde Ruiz (c)


PARÍS FUE UN ESPEJISMO



PARÍS FUE UN ESPEJISMO


Un joven delgado, de pelo largo y vestido con ropas informales, está entre la muchedumbre que llena las calles de París en Mayo de 1968. El joven tiene la urgencia de contar lo que ve y lo que siente, nota el arrebato que lleva a escribir un cuento o un poema. Sabe que apenas tiene tiempo, que si no lo hace, la idea se perderá en el camino igual que un grano de arena en un desierto. Busca un papel de fumar y lo apoya en la espalda de una joven que lleva margaritas en el pelo. Podría ser su compañera esta noche, quién sabe. Escribe arrebatadamente lo que está pasando por su mente.
El joven garabatea en el papel una historia que rezuma esperanza, que habla de un futuro mejor, de la ilusión por construir un nuevo mundo donde no mande el capital, donde el amor triunfe, donde la paz sea parte del aire que se respire. Y lo guarda en el bolsillo con un gesto de orgullo en los labios, los mismos que pronto buscarán a la joven que tiene delante. A su lado, la muchedumbre camina sin descanso entre cafés, teatros, coches… París es el cielo. La llama de la primavera prende en las pieles y el blanco frescor de las margaritas es una estrofa en el papel de los enamorados.
Ahora, casi cincuenta años después, aquel joven sólo piensa en no estar solo, en dejar de trabajar día y noche, en terminar de pagar la hipoteca de la casa, las letras del coche nuevo, los pagos de los últimos electrodomésticos, las facturas de luz, telefonía, comunidad, agua, el divorcio… Sentado en el sofá con una cerveza en la mano, mira los informativos y sólo ve guerras, corrupción, conflictos, pobreza, la dictadura de los mercados, un mundo desorientado con un dueño frío y despiadado. Respira y calcula cuánto puede quedarle de pensión cuando se jubile y si las nuevas generaciones podrán pagar su descanso. Del cuento que escribió en París no queda ni el recuerdo. Fue tan sólo un espejismo.


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domingo, 2 de agosto de 2015

EL SOLDADO DE TERRACOTA



EL SOLDADO DE TERRACOTA


Cuando escribimos un cuento, éste se centra en un personaje, aunque esté rodeado de otros, los demás giran en torno a él. El personaje es un soldado de terracota que destaca entre los miles que ocupan su mismo destino. La mano que lo forja le otorga facciones, carácter y vivencias. También dispone su final para que quizá, después, quede en el olvido, o solo sea una pieza de anaquel con polvo en su arquitectura.
En un cuento intrascendente, hubo un soldado de terracota que se rebeló contra su destino. No quiso ocupar el lugar en el mundo que le habían asignado. Comenzó una lucha sin cuartel por construirse un hábitat en el que fuese feliz, en el que alcanzase la grandeza de su propia y mínima insignificancia. Su vida se convirtió en una lucha contra la adversidad, contra las imposturas del destino, contra los deseos de los demás, contra sus propias limitaciones. Y luchó con fuerza, pensó y actuó, extrajo las consecuencias de sus errores, aprendió con sus lecturas y quiso vivir con un criterio nuevo, una forma de ver las cosas con otra estética. Ideó un deseo revolucionario: quería ser como el que le había creado.
El soldado fue venciendo en mil batallas pero cuando el escritor se percató del peligro que entrañaban los deseos del hombre de barro, lo miró desde la distancia, reflexionó y se acercó hasta él. Cuando lo tuvo frente a sus ojos, vio su misma mirada, sus mismas ilusiones, sus mismos traumas, sus mismos conflictos internos, su misma desesperación, su misma agonía… Todo estaba en un cuerpo similar al suyo, aunque estuviese vestido con ropajes de otra época. El escritor sintió miedo y antes de que el soldado de terracota levantase su espada, gravó en su armadura la palabra: fin. Pero no hubo un final. En muchos años, nunca se supo nada ni del soldado de terracota ni del escritor. Su cuento está aún por escribir.


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