domingo, 26 de mayo de 2019

ISLA PERDIGUERA




ISLA PERDIGUERA


El azul del verano tiñe el cielo
del color de las aguas que rodean la isla.

Caminamos por el relieve
de un montículo enhiesto
en el centro del Mar Menor
como un penacho de tierra salvaje
que reta al viento y al agua.

Cerca del pasadizo
que une los dos extremos
de la isla Perdiguera,
entre rocas desnudas,
tentamos a la suerte
para que nadie nos descubra.

Nuestras manos cosechan con dulzura
las flores de romero
de los campos dorados
en que se han convertido nuestras pieles.

El trino de las aves
acompaña el sonido
de un concierto vocal entre las rocas.

Las gaviotas nos miran desde el aire,
mientras, somos naturaleza
en puro movimiento.
Ya no nos preocupa que las aves
envidien las tonalidades
de nuestras pieles,
ni el reflejo irisado de la luz
que nutre nuestros corazones.

Pero nos inquieta el momento
en que no controlemos los impulsos.  
Nos escondemos en el interior
del túnel que lacera la montaña
para que el sol no pueda detenernos,
ni pueda disuadirnos
de perpetrar una nueva osadía.

Allí perseveramos
en el intento de licuar la tierra
sobre la que se funden nuestros cuerpos
como la espuma de las olas
en la arena del mundo.

Y la humedad nos recompensa
con un nuevo color para las aguas.



(SECRETOS DE AMANTES)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)

miércoles, 22 de mayo de 2019

COMO ESPLIEGOS




COMO ESPLIEGOS


Bajo un sol de justicia, el viento de levante
nos riza los cabellos con salitres antiguos
que transportan en su materia
la pasión ancestral del mar Mediterráneo.

Los cristales de sal reflejan sobre el pelo
imágenes de amor perdidas en las sombras
de un tiempo ya diluido en la memoria,
besos apasionados de mujeres y hombres
que dejaron sus sangres y sus sueños
sobre la tierra que ahora nos observa
con la aridez del suelo luciendo cicatrices.

Mientras vamos andando por veredas
que peina el aire
y trazan los caprichos de la lógica,
notamos el abrazo de la naturaleza
y el color metafísico
de la vegetación.
Las espigas de flores azuladas,
con sus aromas penetrantes,
disipan la melancolía
que anida en nuestros corazones.

Los espliegos recuerdan el ardor
con el que los romanos y los cartagineses
vivieron la pasión y la aventura
sobre estas tierras de salinas,
matojos y entramados de cañizos.
Sus tallos van al cielo
buscando un lugar para amarse,
igual que nuestros ojos.

Encontramos refugio
en la soledad del terreno,
donde nadie pueda observarnos,
donde nada distraiga las caricias
que conviven en nuestras manos
con la necesidad de tomar cuerpo
en la piel del amante.

Tumbados entre los arbustos
que crecen con la luz del Mar Menor,
somos como el paisaje
de una tierra hecha a nuestra imagen,
espliegos que unen sus esencias
para alcanzar el cielo perseguido.


(SECRETOS DE AMANTES)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)