martes, 23 de enero de 2018

LA MIRADA DEL TRAPERO


LA MIRADA DEL TRAPERO

Los ojos de cualquier extraño visitante,
despertaban el mito del hombre del saco
que venía a llevarse a los niños pequeños.
La línea que separaba
la luz de la verdad
y el resplandor de la mentira,
era tan sutil
que no podía verse
en la mirada del trapero.
Cuando expresaba mis temores,
había quien trazaba con crueldad
la historia de aquel hombre vestido con andrajos
para terminar riendo de mi cara de asombro.
¡Qué ingenuidad la mía!
La maldad no latía detrás de la mirada
del viejo personaje,
estaba en las palabras de los que presumían
de ser más listos.
Con el tiempo aprendí a seguirles el juego
y aparentar lo que ya no sentía.
Para vivir quizá sea preciso
bordear con valor la vieja desazón
que ulula sin descanso
por el límite gris de la conciencia,
permitir que se rían de nosotros,
mientras no sean ciertas las razones para ello,
mantenernos en equilibrio
aunque nos duela el desarraigo
de la verdadera mentira.



(La intimidad del pardillo)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)

lunes, 1 de enero de 2018

EL AFILADOR


EL AFILADOR


Por caminos y sendas de ganados,
iba de casa en casa con su silbo oferente,
su figura grotesca y sus chistes manidos
por la jerga del pueblo.
Siempre pedía poco
a pesar de que alardeaba
de conseguir cortar las rocas,
restañar los cacharros, pulir fuentes de hierro
y dar a los cuchillos costumbres de señores.
Entre desolación y desencanto,
dejaba sus deseos trasnochar en sus coplas
al abrigo del vino,
o los dormía al raso con la fragilidad
de una emoción recluida.
A veces olvidaba
cuáles eran los vínculos
que unían su presente al aroma de la felicidad,
dónde estaban los nexos
que le daban su fuerza,
o cómo debía pintar su rostro
con el color de las nostalgias
para aislarse del frío.
Pero, mientras mantuvo la cordura,
nunca dejó de reírse de sí mismo.



(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)



CONSEJOS DE PAYASO


CONSEJOS DE PAYASO


En los años sesenta,
mientras el tiempo daba forma al sol del verano,
conocí a un payaso de un circo ambulante
a quien la vida le hizo sabio.
Debajo de una carpa
de miserables trapos,
ofrecía espectáculo circense
en una árida loma de Los Jopos.
Me hizo reír con gestos imprevistos
y parodias de su desgracia.
Me enseñó a transformar en instantes dichosos
las sombras del pasado,
a extraer de cualquier adversidad
los pétalos de la belleza
que jamás se marchitan.
Ahora me pregunto si atravesar el día
sin consumirse dentro de las llamas
del fuego de las vanidades,
es un arte recóndito
que conocen tan solo los payasos,
los hombres que perfuman con el aire grotesco
de una sonrisa irónica,
las sombras contrapuestas de las flores marchitas.


(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)




EL MONSTRUO DEL CHARCO


EL MONSTRUO DEL CHARCO


Una noche de invierno,
tras terminar el día de trabajo,
camino de mi casa,
pasé bajo los arcos de los porches
para evitar los charcos de la acera,
pero al cruzar el parque
me encontré con la Luna.
Aquella tarde había caído una tormenta.
El albero estaba cubierto por el agua
y el reflejo del cosmos.
Recordé una lejana noche de primavera
cuando mi solitaria infancia
regresaba del cine de Los Jopos
al paraje rural donde vivía.
Mis ojos descubrieron en el fondo del charco
un ser fantasmagórico
que se alzaba dispuesto a devorarme.
Durante la película,
el gigante asesino del tren Transiberiano,
había terminado con la vida
de todos los viajeros.
El monstruo sorbía los sesos de los hombres
por un círculo rojo que llevaba en su frente.
Volví a sentir el miedo a lo desconocido
y a reconocer mi vieja cautela
ante el abismo de lo oscuro.
Me estremecí al pensar en el azar ilógico
con el que se mezclan los sueños,
nuestra vida y la muerte.


(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)



EL TRILLO


EL TRILLO


Cada palabra escrita
me permite poder nacer de nuevo,
ser hijo predilecto de una idea
a la que doy forma a mi antojo.
Mis manos, como si fuesen cuchillas
de un trillo sobre la era,
cortan los tallos
y separan la paja
de las semillas de oro.
El tiempo las avienta
y las devuelve al suelo
para que se acomoden en el folio
con formas caprichosas.
Hallo cierto valor en esta forma
de amarse en lo creado,
en construcciones alfabéticas
hechas con la materia del recuerdo.
Pero siempre hay algo que me inquieta:
nunca podré cambiar lo que ya fue.
Mi infancia, como mies segada antes de tiempo,
sigue trillándose
en la era del pasado
y aún no está preparada
para extraer harina con la que alimentar
las palabras no escritas.



(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)