lunes, 23 de enero de 2017

MANCHA DE TINTA




MANCHA DE TINTA


El bolígrafo estalla entre mis manos
en el momento exacto de iniciar la escritura.
La palabra basura se dispone
a calificar muchos de los hechos
que traen las noticias de la prensa.
Busco un lápiz que tenga una mina de nata
para endulzar el texto con la blanca inocencia
de quien solo pretende ser correcto.
Dudo por un instante. Quizá no sea yo
si cuento los paisajes de mi alma
apoyado en metáforas oscuras
y me olvido de cuanto está putrefacto.
Aunque la corrupción no es materia poética,
sí lo es la rebeldía de los hombres
ante lo que está mal y nos afecta.
No opino lo contrario
cuando me siento inerme ante las cosas
que complican mis planes de futuro.
Sé que no lograré cambiar el cosmos
prendiendo una cerilla,
pero mientras su luz sea belleza
quizá otros me acompañen hasta el cielo
con sus sacos de amianto.
Mientras tanto, mantengo la palabra
donde la soledad de cada hombre
cabalga sobre ritmos cotidianos
haciendo de este mundo una mancha de tinta
en la caligrafía del Dios del universo.



(OTRA REALIDAD)
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Mariano Valverde Ruiz (c)

sábado, 14 de enero de 2017

UNA MÍSTICA DE LA LUZ


UNA MÍSTICA DE LA LUZ


La vida es un instante
que se disuelve en las fauces del tiempo
mientras preparo un sándwich
para llevar al centro de trabajo.
Por detrás del cristal de la ventana,
un semáforo cambia los colores del vértigo.
Llego tarde al mercado
para poder comprar en las rebajas
una funda de plástico
que se ajuste al tamaño de mi alma.
Puede que hable de otra realidad,
que dibuje siluetas misteriosas
donde solo hay una vida cotidiana.
Pero con cada instante, el enigma poético
va creando una mística de luz
sobre todos los hechos de la vida
que acercan la verdad a los sentidos.
La forma del poema transporta a las palabras
más allá del dolor o la alegría,
hasta otra dimensión del sentimiento,
un espacio en el aire
que puedo compartir con los demás
como el mayor tesoro de mi mundo.

(OTRA REALIDAD)
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Mariano Valverde Ruiz (c)
  



OTRA REALIDAD


OTRA REALIDAD


A veces necesito convocar a los versos
sobre la arista del silencio
para poder hurgar dentro de las ideas
que habitan los recodos de mi mente
y tener la certeza de que no estoy soñando.
Las palabras acuden provistas de sus claves,
sus pertrechos semánticos,
toda su coherencia formal y metafísica,
y la textura etérea
del sentimiento:
ese misterio anexo al asunto descrito
que tan solo se entiende con el alma.
Se produce el milagro del poema
y todo se transforma por arte de una magia
que sobrevive al tiempo de las dudas
entre las sombras negras del olvido
y la realidad que me rodea.
Entonces hablo como un urbanita
que recuerda el aroma de la tierra,
observa los vestigios de la cultura humana
en una aplicación interactiva,
o reinterpreta cada pensamiento
para poder vestir un traje de payaso
en la pista del circo que nos lleva.
Cuando despierto ya me han comido los leones.


(OTRA REALIDAD)
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Mariano Valverde Ruiz (c)





miércoles, 11 de enero de 2017

CUENTO DE FIN DE AÑO




CUENTO DE FIN DE AÑO

El insaciable tic tac del reloj había dejado atrás las cuatro de la tarde cuando Esperanza salió del salón y se encaminó hacia la puerta. Había terminado su jornada laboral en la Residencia para Personas Mayores de San Diego. Lo había hecho desbordando cariño y con su mejor sonrisa para desear feliz Nochevieja a los ancianos. En algunos había creído ver una soledad parecida a la suya, pero una vez más había logrado esconder sus sentimientos para regalar unos instantes de ternura. A lo largo de sus 60 años había aprendido en sus lecturas que la vida es como un cuento que se regala a los demás sin que casi nadie conozca lo que siente el narrador.
Mientras hacía las compras para su cena intentó encontrar qué motivos tenía para ilusionarse con lo que le pudiera deparar el nuevo año. Su mente estuvo divagando sin resultados coherentes. Tras salir del supermercado, caminó hacia el aparcamiento con la vista perdida en el horizonte. Al llegar al lugar donde estaba aparcado su coche, algo le llamó la atención. Fijado al limpiaparabrisas había un pequeño papel. Dejó las bolsas en el suelo y lo cogió. Era una nota publicitaria. Junto a un nombre y un teléfono, se leía: Futurólogo, Astrólogo, Vidente y Médium. La guardó en su bolso mientras pensaba que tal vez más tarde se decidiera a llamar.
Las horas de la tarde del último día del año parecían no fluir. Siguió dándole vueltas a la misma idea. El espíritu navideño, que había intentado hacer presente a los ancianos, no estaba alojado en su interior. Y necesitaba encontrar algo a lo que agarrase para no caer en un pozo sin fondo. Buscó la nota publicitaria y se decidió a llamar. Un contestador automático le dio la dirección. No estaba muy lejos y decidió ir a pie. Caminar un poco le haría bien.
Nadie le iba a dar una receta mágica. La ilusión para seguir viviendo la tenía que encontrar ella misma. Pero, qué podía perder. Concretó la pregunta que haría: deseaba sentir en su corazón la magia de un cuento de Navidad, encontrar algo que hiciese posible lo más improbable. Era creyente y tenía fe, a pesar de no ser una buena practicante. Conocía lo que significan las palabras paz, amor y solidaridad, aunque algunos de esos conceptos nunca habían colmado su alma. Miró la decoración de las tiendas, percibió los colores de la iluminación navideña en la calle Corredera, en la calle Álamo y en la plaza de España. Y suspiró porque una estrella iluminase su camino para encontrar un estado que le permitiese mirar hacia el futuro con otro ánimo.
Tras cruzar la plaza de España, se adentró en la calle Cava y llegó hasta el portal de una casa de dos plantas. Llamó al timbre y se abrió el portón. Frente a ella había una escalera casi en penumbra que subió con cuidado. Entró en una habitación iluminada con velas y profusamente decorada con objetos esotéricos. En el centro de la habitación había una mesa redonda cubierta con un mantel. Sobre ella había un candelabro. Junto a la mesa había una silla. Se acomodó y esperó a que alguien apareciera.
—¿Hay alguien? —Preguntó con un tono de inquietud.
Entonces escuchó una voz similar a la suya que le dijo:
—Has vuelto al mismo lugar que el año pasado. ¿Es que no entendiste nada de lo que te dije?
—¿Quién eres?
—Soy tú misma dentro de un año.
—Eso es imposible.
—Me pediste poder notar la magia de la Navidad. Y así ha sido, te has encontrado contigo misma dentro de un año. ¿No recuerdas nada de lo que ha sucedido? Seguiste dando lo mejor de ti, viviendo para los demás. Y aunque tu bondad a veces genera incomprensión, ha hecho posible que se te conceda vivir de nuevo un año que ya has disfrutado, para que sigas haciendo lo mismo siendo consciente de ello, para que la ilusión que crees que te falta, pinte de nuevo los rostros de alegría, de paz, de esperanza…
—¿Volver a vivir un año ya vivido? ¿Cómo es posible?
—¿Lo dudas? Cuando esta noche el reloj marque el comienzo del nuevo año, tú tendrás la sensación de que ya hace un año que hablaste contigo misma y desearás que no pase el tiempo que ahora concluye. La magia de la Navidad existe para los que creen en ella. Vive de nuevo y harás posible que en el fondo de tu corazón aparezca una verdad encubierta que aparentemente no existe. Y ahora, márchate. Tu deseo ha sido concedido.
Esperanza se levantó de la silla, bajó las escaleras y salió a la calle totalmente aturdida. Echó a caminar por unas calles ya vacías, era la hora de la cena. Ella tenía que cenar sola. Hacía cinco años que su marido la había dejado por otra más joven, sus hijos tenían su propia vida y cenaban con sus amigos. Entonces recordó que aquella noche se permitía a los ancianos acostarse más tarde para ver las campanadas de fin de año. Y tomó la decisión de acompañarles. Su caminar recobró el dinamismo que le había faltado en las últimas horas.
Al entrar al salón de la residencia, casi todos los ancianos estaban en pequeños grupos, salvo Onofre. El viejo cascarrabias, que no se llevaba bien con nadie, estaba solo, sentado en un rincón. Esperanza se acercó hasta él.
—¿Qué te pasa, Onofre? ¿Quieres que te cuente un cuento de fin de año antes de que den las uvas?
Onofre la miró con una profunda tristeza en sus ojos. Sacó de su bolsillo un pequeño reloj de pulsera y se lo ofreció.
—Era de mi mujer. Ella era la única razón que me hacía esperar con ilusión cada nuevo día. Desde que me falta, solo me queda su recuerdo y tan solo con eso ya no puedo vivir. Quiero que lo tengas. Es todo lo que poseo. No funciona desde que ella me espera al otro lado de la muerte.
A Esperanza se le encogió el alma. Onofre se estaba despidiendo y con aquel regalo le agradecía toda la atención que le había prestado. No sabía qué decir. Tomó el reloj entre sus temblorosas manos. Lo acarició y lo presionó mientras su mente buscaba argumentos para que Onofre se aferrara a la vida. Tras un minuto eterno, abrió la mano y vio que la aguja del segundero se movía.
—Ves, Onofre. Funciona de nuevo. Es la magia de la Navidad. Ella te regala un nuevo tiempo para que mañana sientas la ilusión de seguir vivo y que el recuerdo de vuestra vida no perezca contigo. A mí me regala la ilusión por cuidarte. Nuestro calendario ha vuelto un año atrás.
Por la mejilla de Onofre fueron cayendo doce lágrimas, las mismas que Esperanza notó en el fondo de su corazón y que hicieron brillar de nuevo su entrega a los demás. Ninguno de los dos escuchó el sonido de las campanadas de fin de año. Ya era uno de enero para ellos.

RELATOS BREVES
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lunes, 2 de enero de 2017

UNA TARDE DE DICIEMBRE




UNA TARDE DE DICIEMBRE


Me acomodo debajo de las ramas
de un granado desnudo.
Me siento en una piedra
que tiene forma cúbica
y el volumen pesado de mi sombra.

La tarde se derrama como un toro de sangre
sobre la tierra firme
que acuna mi memoria.
Cerca de mí caminan las hormigas
con hidalguía inventada.
Mis ojos siguen sus senderos
entre hierbas de cera cobriza.
Su caminar es lento, concienzudo,
obsesivo como el del tiempo
que se quiso quedar en el pasado
unido a los misterios de la infancia
que ahora presiento cercana.

Hoy, aparentemente,
nada importante ocurre,
solo el silencio me contempla
tras alguna caricia levísima del aire.
Sin embargo,
sé que cerca de mí, la inocencia
busca formas condescendientes
con la realidad que viví aquellos años.

Nada puedo cambiar,
tan solo intento dar razón de vida
de un niño que luchó a brazo partido
contra la adversidad y la pobreza.

A lo lejos, mi sombra, oculta en versos,
se pierde tras los montes con el sol.
Junto a mí, el crepúsculo interpreta
la conjunción de un hombre con su luz.


(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)





LA CIGÜEÑA




LA CIGÜEÑA


Fue durante una cálida mañana
cuando la primavera cambió el rumbo
de todas las certezas que entonces conocía.
Recorrí los senderos que unían al colegio
con la vieja silueta de mi casa
jugando a ser presencia de algo nuevo.
El paisaje tenía contornos enfrentados,
el aire era distinto, la hierba, inconmensurable.
La tierra estaba henchida de perfumes,
preñada de existencia.
El maestro me había descifrado el misterio
de la reproducción humana:
los niños procedían del amor,
de la unión corporal de un hombre y una mujer.
No los traía la cigüeña,
aquella misteriosa ave que nunca había visto.
Cuando dije a mis padres las palabras del maestro,
tuve al silencio oyendo. Y después
estuve preguntándome qué era eso del amor.
Nunca les había visto cogidos de la mano,
ni vi besos, ni muestras de cariño.
Me consolé creyendo
que quizás existiese la cigüeña.



(La intimidad del pardillo)
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TRAVESURAS DE MONAGUILLOS


TRAVESURAS DE MONAGUILLOS


Siempre nos habíamos preguntado
qué era lo que bebía el sacerdote
de aquella forma tan solemne.
Una tarde después de catequesis
buscamos hasta dar con la botella
que guardaba un licor dulce y aromático:
el vino del prodigio del milagro y la vida.
Bebimos a escondidas
como pequeños ángeles
tocando campanillas de altos vuelos.
Cuando el cura notó la merma del licor,
advirtió del pecado
y nos lanzó a las llamas del infierno
con terribles lanzas de culpas y reproches.
La orquestación del miedo a la condena eterna
era instrumento para controlar
nuestras iniciativas y nuestras voluntades.
Tal vez aún permanezcan las huellas que dejaron
aquellos latigazos de furia conceptual
sobre nuestras conciencias.
Hoy andamos por la greda de las calles
con perfiles de arañas inseguras,
eludiendo el peso de las miradas,
los espacios vacíos que dejan los errores,
la neblina del caos que alimentan las dudas.
Y no nos queda vino para poder salvarnos.



(La intimidad del pardillo)
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