domingo, 2 de marzo de 2014

SIN ESCAPATORIA (Versión blog, Parte 14)



14


Al encontrarse con el cartel anunciador de una actuación teatral que llevaba por título El asesino manco, Inocencio se da cuenta de que por unos minutos ha perdido la atención sobre lo que más le preocupa esta noche.
—Es bonito recordar los buenos momentos con Marlén, pero no se me olvida cuál es mi propósito esta noche: matar al indigno agente cuyo nombre no quiero recordar, aplastarlo como a una cucaracha apestosa.
Inocencio gira la cabeza hacia una de las tiendas de moda.
—¿Qué decía yo?... Lo cierto es que me han distraído dos mujeres que están curioseando los escaparates de una de las múltiples tiendas de moda que hay entre la red de San Luis y la plaza de Callao. Una de ellas me ha recordado la cabellera dorada de Marlén. La otra parece una infeliz decorada con abalorios carísimos, tal vez sea la insatisfecha esposa de un magnate de los negocios y las finanzas. Su forma de moverse ante el escaparate es inquietante, da la impresión de que estuviese tentando a la lujuria con los abanicos de su tarjeta visa oro para que le provoque un orgasmo… ¿Qué estará pensando? Mira que si lo que está es decidiendo que lo tendrá absolutamente todo si se convierte en la viuda inconsolable del gran magnate. ¡Vaya usted a saber! Y yo mientras pensando en Marlén. No sé qué pasaría si algunos tuviésemos la posibilidad de conocer los pensamientos más íntimos de las personas que nos encontramos en la calle.
Ahora está a la altura del café Chicote. Ha echado un vistazo por los cristales por curiosidad para ver si hay alguien que pueda conocer.
—Es posible que encuentre a alguno de los que aún no salen en los telediarios, pero qué, como los otros, estará trajinándose al mangante de turno para sus corruptelas políticas. Creo que hemos perdido gran parte de la confianza en nuestros políticos, el país necesita una regeneración importante para que no se pierdan los valores democráticos. Y es que algunos han sabido sublimar la esencia de los actores en sus comportamientos. Han sabido hacernos creer lo que no eran en absoluto.    
No sabe por qué ahora mismo, en este preciso momento en el que tiene la certeza de ser un solitario transeúnte, un ser desconocido y anónimo que camina entre la multitud, calle abajo de la Gran Vía, le entran ganas de hacer el ganso, de portarse como un ridículo insensato, de hacer reír a quien le vea caminar por esta calle multitudinaria con saltitos cruzados y esperpénticos.
—No sé por qué, ahora precisamente que por mi cabeza rondan pensamientos asesinos, tengo la necesidad de ponerme a imitar todo lo que se me ocurra. Y por qué no ser un indio Cheyenne y subirme a la acera dando botes para danzar posteriormente alrededor de aquel poste de iluminación ejerciendo de chamán que reclama el agua del cielo. Sí, soy pluma mojada, el gran guerrero de la tribu, un indio que también piensa en la forma de cortarle la caballera al rostro pálido que me ha robado la brisa dorada de la pradera. Ahora me marcaría la cara con pinturas de guerra y gritaría a la luna como un lobo ensangrentado del desierto expresando toda mi sed de venganza. ¡Vaya tontería! …
Inocencio comprueba que la acera está cada vez más repleta de gente.
—Debo de estar muy cerca de una de las salidas de Pasapoga. Hace tiempo que no estoy en Pasapoga. A ver cuándo puedo permitirme apartar algo de dinero de mi sustento diario para visitar el local y revivir tiempos pasados. Debo recordar mis ajadas dotes de seductor, esos gestos que me hicieron célebre en la sala: la sonrisa enigmática del desbragador de Londres, como me llamaba uno de los camareros; el dedo del Martini madrileño, como me citaba la encargada del guardarropa; la ceja del pistolero de la barra americana, como me tildaban los amigos cuando no conseguía embaucar a ninguna chica con mis encantos. Sí, decididamente debo recordar todas aquellas sutilezas que sólo un cazador avezado de la noche, como yo, podía interpretar bajo las luces de neón. Y es que yo aprendí imitando lo que veía hacer a los que se las llevaban al huerto. Un actor ha de ser un gran imitador.
Inocencio sigue caminando con cierta nostalgia de los buenos años en los que pudo manejar el dinero suficiente para permitirse algunos lujos. Deja atrás los cines Avenida. En las carteleras de las películas de estreno se adivinan terribles aventuras.
—La farsa es la otra cara de la tragedia. Va con nuestra profesión. Al igual que la vanidad ennoblece al buen actor, la farsa le confiere una aureola de mito irrepetible. Hay que saber fabricarse una imagen completamente escandalosa, llena de mentiras y de imposturas, repleta de tragedias y dramatismos mediáticos. Esta noche comenzaré ese paseo por la escollera de la fama. Por qué no idear la forma de convertirme en un héroe que salve a la más bella dama de las garras de la muerte. Bien pensado, podría acercarme a esa recreación del mito del galán salvador, en los brazos del que siempre cae la dama de la obra. A ver si surge la oportunidad.
Mira el reloj de nuevo. Le parece mentira cómo pasa el tiempo. Ahora camina por la zona donde se encuentran la mayoría de los cines y teatros: Callao, Capitol, Coliseum, Rialto, Imperial, Lope de Vega, Palacio de Prensa, Cines Gran Vía. No quiere mirar atrás. Tiene la sensación de que alguien le observa, alguien que conoce sus intenciones. Vuelve la cabeza hacia atrás en dos ocasiones y duda.
—Es como si justo detrás del cogote hubiese alguien apuntándome a la nuca con un revolver en cuyo tambor sólo brilla una bala. Siento un escalofrío terrible que me recorre las carnes de arriba abajo como un rayo inmisericorde. No voy a mirar hacia atrás. Lo pasado, pasado está. Miraré hacia delante. Me gustaría verme aquí, donde estoy ahora, en el teatro Lope de Vega. Quisiera estar aquí siendo una gran estrella y no siendo como soy, un pobre aprendiz de personaje de cuento, un ridículo personaje que sobrevive intentando contar cuentos, un doblador mal pagado, una mota de polvo en esta calle de la fama, una sombra. Hoy mismo, casi nada.
Sacude la cabeza de un lado hacia otro intentando conciliar su autoestima y recuerda lo que ha de hacer de inmediato.
—Marcaré otra vez el número de Marlén, mi diosa gala. La llamo así porque su bellísima anatomía es producto de la genética francesa. Parece que sigue sin cogerlo. Le dejaré un mensaje en el buzón. A ver si hay suerte y me devuelve la llamada.
—¡Hola bizcochito! ¿Dónde estás? Llámame cuando puedas. Pero que sea dentro de una hora. Estaré ocupado en la sala de grabación y no podré atenderte. Besitos.
Desconecta el móvil y lo guarda en el bolsillo.

—En teoría voy a estar grabando en el estudio porque llevo el trabajo retrasado para la fecha de entrega. Nadie puede comprobar si es cierto o no. Eso me da unos minutos de cobertura en los que nadie me controla y en ese tiempo puede ocurrir todo lo que me interesa. Si no recuerdo mal, estoy ya muy cerca del lugar que me indicaba la guía como domicilio particular del sujeto que voy a eliminar de este planeta de oportunistas y deslenguados sin escrúpulos.


CONTINUARÁ...

Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)

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