martes, 17 de abril de 2018

EL DESVÁN


EL DESVÁN

A menudo recuerdo con nostalgia
la que fue mi primera morada de los sueños.
El desván de mi casa era mi mundo.
Me bastaban tan solo
unas cajas dispuestas cerca de la pared
a modo de compleja estantería
para futuros libros,
dos envases de frutas, que traje de la finca
cercana a mi vivienda,
dispuestos boca abajo como mesa,
unas hojas de estraza y un lápiz afilado,
para pintar el cuerpo del silencio.
En aquellos espacios de la segunda planta
donde se aislaba el grano, tuve el valor de hurgar
en las arterias de la fantasía.
Intentaba poner en orden
el clamor de las tardes, el fuego de las siestas,
la quietud del misterio
de las primeras horas de la noche,
el paso de los días como obligado tránsito
hacia la juventud. Buscaba en el papel
el reflejo del cielo y el sabor de la tierra.
Y sentía el milagro del verbo en cada frase,
en la emoción escrita,
en los poemas de la soledad
que mitigaba con palabras torpes.
Deseaba poder ganar la luz
utilizando versos como escalas
para salir del fondo del pozo en que yacía,
hallar mi identidad y vencer al destino.
Era todo un presagio
del que aún no tenía ni lejana conciencia.


(La intimidad del pardillo)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)

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