EL
DESVÁN
A
menudo recuerdo con nostalgia
la
que fue mi primera morada de los sueños.
El
desván de mi casa era mi mundo.
Me
bastaban tan solo
unas
cajas dispuestas cerca de la pared
a
modo de compleja estantería
para
futuros libros,
dos
envases de frutas, que traje de la finca
cercana
a mi vivienda,
dispuestos
boca abajo como mesa,
unas
hojas de estraza y un lápiz afilado,
para
pintar el cuerpo del silencio.
En
aquellos espacios de la segunda planta
donde
se aislaba el grano, tuve el valor de hurgar
en
las arterias de la fantasía.
Intentaba
poner en orden
el
clamor de las tardes, el fuego de las siestas,
la
quietud del misterio
de
las primeras horas de la noche,
el
paso de los días como obligado tránsito
hacia
la juventud. Buscaba en el papel
el
reflejo del cielo y el sabor de la tierra.
Y
sentía el milagro del verbo en cada frase,
en
la emoción escrita,
en
los poemas de la soledad
que
mitigaba con palabras torpes.
Deseaba
poder ganar la luz
utilizando
versos como escalas
para
salir del fondo del pozo en que yacía,
hallar
mi identidad y vencer al destino.
Era
todo un presagio
del
que aún no tenía ni lejana conciencia.
(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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