MORALEJA
No
hay fracaso más grande que el que no deja enseñanza, el que no libera de las
ataduras de la ignorancia, aquel que no hace posible que las palabras regalen a
la memoria lo que no puede comprarse. De cualquier fracaso ha de extraerse una
moraleja, una lección de vida, algo útil para la existencia. Esa enseñanza
puede que sea una intuición, o, tal vez, una sensación oculta entre los
alveolos del alma, pero ha de plasmarse en palabras. Porque el valor de las
palabras es algo sagrado, construye los cimientos de uno mismo, de la sociedad
que nos abriga, y elude, en lo posible, que de los vertederos del error no
crezcan flores manchadas de sangre.