FUEGO
Aún
se escucha el crepitar de las llamas en el interior de las cavernas. Los ojos
asombrados de quienes nos precedieron, tenían razón. El fuego formaba parte de
nuestra existencia. Nos llegaba desde las estrellas como un latigazo de
energía, bajaba de las nubes como un castigo del cielo y salía de las entrañas
de la tierra como una verdad ardiente. Cuando aprendimos a imitar su poder, nos
creímos hijos de los dioses. Y llegamos a jugar con su capacidad para
transformar las cosas. También sentimos otra clase de fuego en nuestro
interior: la fuerza de nuestros impulsos, la dinámica de nuestros instintos.
Pensamos, inocentemente, que lo que arde en nuestro interior nunca llegará a
ser ceniza. Pero estábamos equivocados. Lo que se cumple para algunas cosas no
se cumple para los humanos. Pero, sí es cierto, que lo que no arde con
intensidad, aunque no se vea la llama, nunca llegará a ser ceniza. Aunque nos
duela.
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