UNA
FLOR
No hay ninguna igual a otra y eso certifica su soledad. Parece algo que todo el mundo supiese y nadie se haya atrevido a asegurar. Sin embargo, una flor no está sola si se ve a sí misma en la que está a su lado. De esa forma, aunque tenga los pétalos rotos, buscará en la otra el elixir de la eternidad. Se verá a sí misma como una efigie levantada con materiales fuertes y flexibles, como naturaleza abierta al tiempo sin medida, como un labio de plata que guarda en su seno el beso más promiscuo del aire. Y esa soledad implícita en su materia, se convertirá en una soledad compartida.
Mariano Valverde Ruiz (c)
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