sábado, 1 de julio de 2017

EL ÁRBITRO (Novela corta). Parte 4


4


Un día de septiembre, áspero y seco, le llegó la noticia más inesperada. Le habían elegido para arbitrar en el mundial 2002. Después de reaccionar con sorpresa y cierta inquietud por la responsabilidad de representar a su país en una cita en la que habría cientos de millones de personas pendientes de sus gestos, pensó que aquello debía de ser obra de Dios. Y creyó que era su gran oportunidad para demostrar el excelente árbitro que llevaba dentro: inflexible, justo y caritativo. Correcto en sus posiciones en el campo, con una visión del juego siempre próxima al balón, incapaz de equivocarse y mucho menos de hacerle la puñeta a los organizadores, que a fin de cuentas, son los que pagan.
El mundial era en Japón y Corea. No sabía muy bien dónde estaban esos países. Nunca había viajado fuera de Egipto. De Japón conocía algunos tópicos. De Corea apenas nada. Que había dos Coreas, una del norte, y otra del sur, fue una sorpresa. Pidió información sobre el país en el que tendría que pitar algunos partidos y le dijeron que era un país en el que se lo comían todo. Pero todo es todo. Le ratificaron. El estofado de perro es su plato más típico, le aseguraron con una mueca de asco y repugnancia. Entonces pensó que debería andarse con cuidado no fuera a acabar en alguna mesa de aquellos ordenados, laboriosos y tragaldabas del sureste asiático. Por un momento se vio cocinado y presentado en una enorme bandeja como estofado de Gamal.
A lo largo de los meses que transcurrieron desde su nombramiento hasta la cita mundialista se fue obsesionando con realizar la labor perfecta y más adecuada a sus convencimientos como árbitro. Imaginó en numerosas ocasiones cuál o cuáles serían los partidos que le encomendarían. Imaginó algunas de las posibles jugadas que tendría que juzgar. Imaginó cómo le recibirían los aficionados y cómo saldría de los estadios. Lo que nunca se imaginó es que debería pitar al país anfitrión en un partido decisivo para el pase a semifinales del mundial.
El día de su partida para Corea, colocó en su equipaje dos buenas raciones de dátiles y otras tantas de carne seca de camello. Decían los sabios que la carne seca de camello, consumida en su justa medida, predispone para la acción y facilita los mecanismos de respuesta inmediata. También decían los entendidos en la materia, que las grandes ingestas de carne disecada de camello puede producir una sensación irreal de las cosas y una percepción poco consecuente con la verdadera naturaleza de las cosas.
Además echó en su maleta algunos escritos milenarios para releer en capilla, antes de los partidos. Tenía que asegurarse de hacerlo a la perfección y de qué mejor manera que siguiendo los consejos de la tradición antiquísima de su civilización.
Antes de partir se encomendó a todos los dioses antiguos, les hizo ofrendas y rezó plegarias. Después hizo lo mismo con los dioses modernos. Incluyó en los rezos a su Dios actual. No excluyó a ninguno. —Hay que ser previsor —pensó—, uno no sabe con certeza dónde está la verdad. Así que, lo mejor es tener a tu lado todos los valedores posibles.
Ya en pleno proceso de competición, le encargaron pitar el partido de cuartos de final: España – Corea del Sur. En su momento no supo la trascendencia que ese partido iba a tener en su vida. Hace dos días se dispuso a arbitrarlo en compañía de dos líneas que le asignaron: Ali Tomusange y Michael Ragoonath. Algunos periódicos deportivos han dicho de estos últimos verdaderas barbaridades. Que si se les había puesto de urgencia un muelle bajo el brazo, un artilugio de última generación y tecnología coreana que les permitía levantar el brazo con el banderín cada vez que detectaban un jugador español cerca del área. Que si necesitaban una graduación para la vista. Etc… Gamal no había salido mejor parado en toda la prensa europea.
Sin embargo, en el país asiático todo el mundo le había tratado muy bien. Después del partido, los aficionados coreanos le han elevado a los altares de sus dioses. Disfrutó de una marea amarilla de agasajos. Él, asombrado, no daba crédito a lo que sucedía. Dijo que solamente había hecho lo que mandaba la tradición egipcia: ser caritativo. Para esta tarde le han anunciado una recepción en el palacio presidencial. Imagina que le van a dedicar palabras que agranden su orgullo profesional, su ego, y quizá que le premien con algo más sustancioso que incremente el grosor del tamaño de su bolsillo.
Algunos mal pensados han dicho que Gamal se vendió. La realidad no fue ésa. Él no se vendería nunca. Ni por nada ni por nadie. El dinero no posee el valor de las creencias que atesora en su mente y que afloran a la hora de dirigir un partido. Respira otra vez con intensidad y pronuncia en voz alta un deseo.
—Si pudiesen entenderlo los aficionados españoles que han visto el partido, allá en la vieja España, si pudiesen entender que ha sido el designio de los dioses, me daría por satisfecho.
Lo que realmente ocurrió no se lo imagina nadie. Antes del encuentro, Gamal se comió dos raciones de carne de camello disecada de las que había llevado consigo hasta Corea. Lo hizo para aumentar su percepción de las cosas y para obtener una visión más realista de los hechos que tuviese que juzgar. Durante el partido sufrió una terrible indigestión que no le dejó ver claro. Aún no entiende qué es lo que pudo suceder. Quizá la carne experimentó algún tipo de transformación durante el viaje. O tal vez fue la impresión que le causaron los miles de aficionados coreanos, gritando como fieras enjauladas y censurando sin cesar sus primeras decisiones al comienzo del partido. Lo cierto es que algo extraño sucedió.
Ahora recuerda que durante algunos minutos decisivos su mente estaba en otro mundo. Por eso no entendió por qué le chorreaba a Camacho (el míster español) el sudor, la ira y hasta la camisa. Dicen los periódicos que los españoles marcaron dos goles legales que él no dejó que subiesen al marcador. Recuerda con claridad que el tiempo de juego y la prórroga terminaron con empate a cero. Y que por tanto se fue a los penaltis para decidir cuál era el equipo que debía acceder a semifinales. La lotería de los lanzamientos de pena máxima decidió que fuese Corea del Sur. Él no tuvo nada que ver.
Gamal intenta dejar de pensar en todo lo sucedido. Termina de anotar sus pensamientos en el diario y se dispone a leer algunos de los escritos que llevaba consigo. No hay nada mejor que la paz y la serenidad para mirar hacia el interior de las cosas. Lo necesita en este momento. Abre un libro y lee atentamente. En una de sus páginas encuentra las palabras adecuadas. Están en jeroglífico y las interpreta libremente. Anota de nuevo en su cuaderno lo que las páginas le sugieren.

En ocasiones nos ciega el más allá. El Sumo Hacedor nos coloca una venda sobre los ojos para probar nuestra naturaleza y descubrir la materia con la que estamos hechos. Nosotros seguimos caminando torpemente por los senderos de la vida. Lo hacemos tanteando el terreno a través de lo oscuro. Perseveramos en nuestros errores para encontrar el destino acertado. Intentamos encontrar dónde está la luz que deja ver toda la verdad de las cosas. Sabemos que detrás de esa luz está la eternidad. Pero nunca sabremos si estamos en lo cierto. Las cosas no son como parecen y a veces, en la mayor de las cegueras, está el camino hacia la verdad. Sólo hay que buscarlo.

Cuando Gamal dejó escritas esas palabras con letra cursiva sobre la superficie inmaculada del papel, se sintió reconfortado. El miedo a las ofensas y la incertidumbre por su futuro, desaparecieron por completo de su cara y también de su interior.
Se levantó de la silla y dejó su diario en el escritorio. Luego se dispuso a prepararse para la recepción oficial a la que le habían invitado. En ese momento sonó el timbre de la puerta de la suite.
Gamal abrió y encontró delante de él a un empleado del hotel que le extendió un telegrama. Detrás del empleado, apoyados en el dintel de la puerta, dos hombres fornidos le miraban con firmeza a los ojos. Tenían un aspecto siniestro.
Desdobló el papel y leyó el texto:
Lamentamos cancelar recepción stop preséntese en embajada de inmediato stop equipaje y pasaporte stop destino indeterminado stop sin comentarios stop.



CONTINUARÁ...

NOVELA CORTA
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Mariano Valverde Ruiz (c)


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