EL FUNERAL DE WALT
Siempre me ha asustado
la muerte, por eso cuando mi jefe de sección en Globo News me mandó a cubrir la
noticia del funeral de Walt en el Forest Lawn Memorial Park Cementery, sentí
una oculta repulsión. Para intentar superarla me acogí a una idea que me había
rondado la cabeza durante mucho tiempo.
Yo tenía la impresión
de ser un profano en la materia. Me lo confirmó la lectura de un escrito sobre
ciencia y tecnología de la vida que advertía del hecho siguiente: «quien no
tiene padrinos no se bautiza». La frase estaba impresa en un folleto
explicativo del evento al que asistía. En aquel momento pensé que sin padrinos,
sin benefactores que abran caminos, uno puede que tenga la sensación de no
poder ir a ninguna parte, de permanecer siempre en el lugar de origen, ese
rincón donde quedan los humanos sin ningún tipo de ambiciones.
—¿Una taza de té?
—Sí, gracias —contesté
a la azafata, que con su amable ofrecimiento me distrajo momentáneamente de mis
pensamientos.
En la sala había mucha
gente. Eran personas de todo tipo y condición, pero abundaban las de aspecto
adinerado. Estas mostraban ante las otras sus poses altivas, distantes, un
donaire insultante que marcaba las diferencias. Resultaba interesante observar
las expresiones de sus rostros. Un cronista mal informado habría descrito aquel
acto como un funeral convencional. No lo era. Poseía unos matices especiales,
algo que solo conocían algunos privilegiados. Aunque casi todos celebraban una
fiesta de despedida «por un tiempo» del personaje al que veneraban.
Detrás de una vitrina
cúbica se exponía un tubo cilíndrico de tres metros de alto por un metro de
diámetro. El cilindro estaba conectado mediante unos cables a un cuadro
metálico salpicado de luces de colores. Tenía el aspecto de una atracción de
feria de los años ochenta. Sin embargo, estábamos ante uno de los centros de
más avanzada tecnología y aquel cilindro era el depósito que contenía el cuerpo
criogenizado de Walt, es decir, conservado a baja temperatura para ser
reanimado en el futuro.
En uno de los laterales
de la sala, habilitado ex proceso para el acto, sobre una mesa cubierta con un
tejido de color rojo bermellón, había un libro blanco en el que los asistentes
que lo desearan, podrían anotar sus datos personales, dirección y oferta
económica, para optar al sorteo del ADN del cuerpo de Walt.
Los albaceas «por un
tiempo» de Walt, habían previsto que lo más oportuno era sortear una sola
porción del ADN previamente tratado para que pudiese ser utilizado en la
clonación de un nuevo Walt. El resto de las muestras obtenidas se venderían en
porciones a los mejores postores.
La aureola mediática de
Walt, que los padrinos habían publicitado como un ser excepcional, había
provocado una codicia sin precedentes. Sus parientes más próximos refunfuñaban
presos del mal humor, ya que no iban a ser ellos los que administraran la
fortuna que se estaba generando. No tenían opción a la herencia. Walt no estaba
legalmente muerto. Tras un tiempo, Walt volvería a la vida y podría disfrutar
de las rentas obtenidas. Así lo habían manifestado los promotores del proyecto.
El viejo Walt, al fin, había conseguido unos padrinos que le llevasen al éxito
eterno, unos mecenas que le salvasen del ostracismo.
Mientras tomaba unas
notas, percibí la mirada de dos jóvenes ejecutivos que me estaban observando
con interés. Uno de ellos, tras charlar con su compañero, se acercó hasta mí y
me dijo:
—Está usted de
enhorabuena. Antes de que se produzca el sorteo del ADN, elegimos a un
asistente para ofrecerle el mismo destino que a Walt. Y usted reúne las
condiciones.
Sin más, me puso sobre
la mesa unos papeles.
—Firme este contrato y
dentro de «un tiempo» será el hombre más rico del mundo.
Sorprendido, me puse a
leer el documento, en el que, con letras grandes, se explicaba todo el proceso
de criogenización, la operación de marketing que harían con mi persona y una
estimación de la fortuna que obtendría. La cifra era mareante. Al final del
documento había un apéndice en letra muy pequeña con el título de cláusulas
complementarias. Me puse las gafas y con mucho esfuerzo pude entender lo que
decía: «en el imprevisible caso de fallo en el proceso de reanimación, quien
dispondrá legalmente de la renta generada, será la empresa PADRINOS ETERNOS,
manifestando el contratante en este acto su renuncia a todos sus derechos y a los
de sus herederos. La cápsula se mantendrá conectada indefinidamente. Por tanto,
la muerte como tal, no se contempla».
Levanté los ojos y
sonreí amablemente a mi oferente. Le dije que prefería seguir con mi vida
anodina y esperar una muerte segura mientras afrontaba lo que me deparase mi
existencia. Frunció el ceño y se marchó sin decir nada.
Por un momento dudé si
había hecho bien, si había rechazado la oportunidad de mi vida, tener unos
padrinos, conseguir el éxito y seguir viviendo de las rentas, como había soñado
muchas veces. Pero había visto con claridad algo que hasta entonces no sabía: el
éxito genera una renta que siempre cobran los padrinos. Además, y si mi
personalidad, mi memoria y mis sentimientos, mi alma, en definitiva, no está
almacenada en la química cerebral… ¿Quién sería yo si el proceso no resultase
ser un engaño?
RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©
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