EL SOLDADO DE TERRACOTA
Cuando escribimos un
cuento, éste se centra en un personaje, aunque esté rodeado de otros, los demás
giran en torno a él. El personaje es un soldado de terracota que destaca entre
los miles que ocupan su mismo destino. La mano que lo forja le otorga
facciones, carácter y vivencias. También dispone su final para que quizá,
después, quede en el olvido, o solo sea una pieza de anaquel con polvo en su
arquitectura.
En un cuento intrascendente,
hubo un soldado de terracota que se rebeló contra su destino. No quiso ocupar
el lugar en el mundo que le habían asignado. Comenzó una lucha sin cuartel por
construirse un hábitat en el que fuese feliz, en el que alcanzase la grandeza
de su propia y mínima insignificancia. Su vida se convirtió en una lucha contra
la adversidad, contra las imposturas del destino, contra los deseos de los
demás, contra sus propias limitaciones. Y luchó con fuerza, pensó y actuó,
extrajo las consecuencias de sus errores, aprendió con sus lecturas y quiso
vivir con un criterio nuevo, una forma de ver las cosas con otra estética. Ideó
un deseo revolucionario: quería ser como el que le había creado.
El soldado fue
venciendo en mil batallas pero cuando el escritor se percató del peligro que
entrañaban los deseos del hombre de barro, lo miró desde la distancia,
reflexionó y se acercó hasta él. Cuando lo tuvo frente a sus ojos, vio su misma
mirada, sus mismas ilusiones, sus mismos traumas, sus mismos conflictos
internos, su misma desesperación, su misma agonía… Todo estaba en un cuerpo
similar al suyo, aunque estuviese vestido con ropajes de otra época. El
escritor sintió miedo y antes de que el soldado de terracota levantase su
espada, gravó en su armadura la palabra: fin. Pero no hubo un final. En muchos
años, nunca se supo nada ni del soldado de terracota ni del escritor. Su cuento
está aún por escribir.
RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©
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