EL ÚLTIMO CUENTISTA DE
BABILONIA
Con el orgullo
brillándole en los ojos, el joven leyó su primer cuento ante el Consejo de Sabios.
Después escuchó, contrariado, que el oficio era imprescindible para contar un
cuento. Él tenía cientos de ideas, argumentos, personajes, escenarios, posibles
desenlaces… pero le dijeron que antes de escribir tenía que adquirir oficio y
que sólo con trabajo, constancia, dedicación, pasión por el conocimiento y
lectura, lo conseguiría.
Aunque la creatividad
le bullía por la sangre como el agua del Éufrates, dedicó sus esfuerzos a
conocer todo lo que se conservaba en la biblioteca sobre técnica, recursos,
historia, y a trabajar, uno por uno, todos los aspectos que le propusieron
quienes le aconsejaban. Pasó muchos años encerrado entre cuatro paredes y miles
de compendios de literatura, lingüística, técnicas de creatividad… y se hizo
viejo.
Un día, tras atravesar
la Puerta de Ishtar apoyado en su bastón, cabizbajo, meditabundo y cansado,
decidió que había llegado el momento, que ya estaba suficientemente preparado
para escribir un cuento que quedase en la biblioteca con su nombre grabado al
pie de una tablilla. Llegó a su cuarto, ordenó su mesa de trabajo, dispuso sus
útiles de escritura, estiró los brazos e hizo ejercicios con los dedos. Miró al
frente. Miró hacia los lados. Miró tras de sí. Miró hacia arriba. Miró hacia
abajo. Luego intentó mirar dentro de él. Y no encontró ni una idea, ni un
personaje, ni un escenario, ni un tema, ni un argumento. Respiró indignado y
maldijo su vida. Había dedicado todos sus años a estudiar la técnica del cuento
y ahora le faltaban energía y capacidad para poder elaborar uno. Su experiencia
íntima y su conocimiento de la realidad eran igual de escasos que su mermada
imaginación. Maldijo una vez más su suerte, se acordó de los miembros del Consejo
de Sabios y juró no aconsejar nunca a ningún joven que dejase de hacer volar la
cometa arcoíris de su imaginación.
RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©
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