PARÍS FUE UN ESPEJISMO
Un joven delgado, de
pelo largo y vestido con ropas informales, está entre la muchedumbre que llena
las calles de París en Mayo de 1968. El joven tiene la urgencia de contar lo
que ve y lo que siente, nota el arrebato que lleva a escribir un cuento o un
poema. Sabe que apenas tiene tiempo, que si no lo hace, la idea se perderá en
el camino igual que un grano de arena en un desierto. Busca un papel de fumar y
lo apoya en la espalda de una joven que lleva margaritas en el pelo. Podría ser
su compañera esta noche, quién sabe. Escribe arrebatadamente lo que está
pasando por su mente.
El joven garabatea en
el papel una historia que rezuma esperanza, que habla de un futuro mejor, de la
ilusión por construir un nuevo mundo donde no mande el capital, donde el amor
triunfe, donde la paz sea parte del aire que se respire. Y lo guarda en el
bolsillo con un gesto de orgullo en los labios, los mismos que pronto buscarán
a la joven que tiene delante. A su lado, la muchedumbre camina sin descanso entre
cafés, teatros, coches… París es el cielo. La llama de la primavera prende en
las pieles y el blanco frescor de las margaritas es una estrofa en el papel de
los enamorados.
Ahora, casi cincuenta
años después, aquel joven sólo piensa en no estar solo, en dejar de trabajar
día y noche, en terminar de pagar la hipoteca de la casa, las letras del coche
nuevo, los pagos de los últimos electrodomésticos, las facturas de luz,
telefonía, comunidad, agua, el divorcio… Sentado en el sofá con una cerveza en
la mano, mira los informativos y sólo ve guerras, corrupción, conflictos,
pobreza, la dictadura de los mercados, un mundo desorientado con un dueño frío
y despiadado. Respira y calcula cuánto puede quedarle de pensión cuando se
jubile y si las nuevas generaciones podrán pagar su descanso. Del cuento que
escribió en París no queda ni el recuerdo. Fue tan sólo un espejismo.
RELATOS BREVES
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Mariano Varverde Ruiz ©
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