VEINTISIETE
AL VEINTIOCHO DE OCTUBRE
Me
dicen que llovía intensamente
sobre
los tejados de barro,
cañizos
y maderos, de una casa aislada
en
mitad del valle lorquino.
La
noche era fría y oscura,
tenía
aún el color de una larga posguerra
aquel
otoño del cincuenta y ocho.
La
luz porosa de un candil
jugaba
con las sombras de la alcoba
mientras
se escuchó el llanto
que
confirmaba vida para el niño que aún soy.
La
matrona, mi abuela y mi madre,
fueron
las primeras en verme.
Mi
padre luchaba postrado
contra
el dolor de todos los fragmentos
en
que se habían convertido
la
mitad de sus huesos tras ser atropellado.
Él,
que apenas sabía las letras de su nombre,
quiso
que su primer hijo fuese maestro,
lo
más grande que había conocido.
Alguien
que comprendiese de dónde procedía,
un
hombre que plantara cara a la adversidad
y
le cambiase el rostro a la pobreza.
Un
hombre fuerte y noble
que
enseñase a escribir la palabra ternura.
(La intimidad del pardillo)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)
No hay comentarios:
Publicar un comentario