OTRA CLASE DE CUENTOS
El origen de los
cuentos siempre estará asociado al cuento popular de tradición oral. Todos
hemos podido imaginar escenas en las que alguien contaba historias al amor de
la lumbre, en una plaza pública, en un salón o junto a la cama. Hadas, mitos,
héroes, seres imaginarios, adornaron las historias en que la fantasía, la
fábula y el ejemplo, se convertían en esencia de los sueños que permitían
escapar de la realidad.
La costumbre de contar
se enraizó en los hombres y más tarde surgió el cuento literario, la palabra se
plasmó en el papel y la imprenta puso al alcance de muchos la posibilidad de
gozar con los personajes y sus vivencias. Nuestra memoria recuerda el Decamerón o el Conde Lucanor y les confiere identidad. Luego, en una solución de
continuidad, los siglos nos llevaron al cuento moderno, a Poe y a Chejov. Hoy,
las posibilidades de hilvanar historias son inmensas, sólo basta mirar a
nuestro alrededor y convocar a las musas para encontrar la inspiración. Y
concretamos que tradición, literatura, realidad y ficción, son las paredes de
la factoría de los cuentos.
Independientemente de
cualquier clasificación que hagamos, el cuentista es heredero de la tradición y
ha de ser fiel a ella, pero en sus manos está dar un paso hacia el futuro y
hacerlo sin olvidar su enorme deuda con los antepasados.
Ahora, imaginemos a los
hermanos Grimm en Stonehenge, sentados frente a un monumento de piedra de miles
de años, quizá estén contemplando un amanecer semejante al que vieron los
hombres que quisieron bajar las estrellas a la tierra para explicar su vida.
Dejémosles contar un cuento donde la magia y la vida se fundan con las sombras.
Cuando escuchemos el final, creeremos estar de nuevo al principio. Y nos
preguntaremos qué clase de cuento une los mimbres de la fantasía y la realidad.
También nos preguntaremos cuál es el origen de los cuentos. Y miraremos a nuestro
interior. Acaso seamos un cuento que se reinventa día a día.
OFICIO LITERARIO
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Mariano Valverde Ruiz ©
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