DEFINICIÓN DE CUENTO EN
LA ALHAMBRA
Hace más de seis mil
años, los egipcios nos legaron los primeros cuentos. Después hindúes, hebreos,
griegos, árabes y otros pueblos, continuaron con la costumbre de contar hechos.
¿Pero cuánto de imaginación y fantasía hay en ellos? Ahora no nos preocupa cuál
es la respuesta, lo fundamental es que esos cuentos nos llegan, nos emocionan y
nos dibujan otros mundos. Son un guiño a la evasión y a la vez nos provocan una
reflexión sobre los temas fundamentales de la vida. Y nos interesan.
Muchos definen los
cuentos como relatos escritos en prosa de extensión corta. Cortázar sabía mucho
de ello. Y Monterroso lo llevó a sus últimas consecuencias. Pero decir que los
cuentos dan cuenta de algo, quizá sea la definición más exacta. Y eso implica
precisión. Pero también son un juego para atrapar al lector. Es recomendable
que se ciñan a un solo hecho que ocupe el espacio central de la narración. Y
tener claro que no habrá cuento sin un personaje, un paisaje, una idea, y sin
contar lo que le sucede a ese personaje.
Ahora imaginemos a
Washinton Irving saliendo de su habitación en la Alhambra. Va muy pensativo. No
encuentra una idea para escribir. Camina por los Palacios Nazaríes como un alma
en pena. Se siente el ser más desgraciado del mundo. Sus pasos le llevan al Patio de los leones. Se queda mirando
las esculturas mientras escucha el sonido del agua. Y parece escucharlos rugir
a consecuencia del olor de la sangre de los hombres que fueron decapitados
allí. Su cabeza es una de ellas, la de alguno de aquellos conspiradores que
perdieron su vida por querer conseguir la belleza del palacio del rey. La está
viendo sangrar cuando despierta en su cuarto, con los brazos apoyados en la
mesa donde escribe, con el sudor frío de la muerte en su piel y con la alegría
de estar vivo en el tintero, en la pluma y en el papel donde escribirá un nuevo
cuento.
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Mariano Valverde Ruiz ©
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