UN CUENTO, UNA IDEA
¿Saben ustedes lo que
ocurrió aquel día a Horacio? Así puede comenzar un cuento. La curiosidad se
despierta inmediatamente y sale de su letargo buscando con avidez conocer quién
era ese Horacio y qué fue lo que le sucedió. El hecho de que alguien lo tenga
presente y lo quiera contar es suficiente estímulo para el que escucha o el que
lee. Sin duda, acercará su oído a las palabras que sigan, o deslizará sus ojos
por los párrafos que continúen el texto para satisfacer su curiosidad.
Los hombres somos
curiosos por naturaleza. Nos gusta saber qué hay tras una puerta entreabierta,
detrás de un enigma, o de algo prohibido. No nos detiene nada. Sea cual sea
nuestro nivel de conocimiento, siempre queremos saber más. Y hasta el hijo más
desfavorecido del dios de la fantasía querría saber qué se oculta detrás de esa
pregunta insinuante que entreabre una cortina tras la ventana del conocimiento.
El narrador sabe que
somos curiosos y jugará con esa característica del ser humano. Pero debe tener
cuidado de no utilizar demasiadas palabras superfluas, ha de suprimir aquello
que resulta innecesario o anecdótico para contar los hechos que componen la
esencia del relato. Su objetivo debe ser afilar con una piedra el sentido de
cada una de las expresiones que utilice para que las palabras se claven en el
alma.
Un cuento es un
paisaje, un personaje y una idea. Una idea atractiva y diferente que arrastre
hasta el lector la virtud de la novedad y que sea la argamasa fundamental de la
arquitectura del relato. Y aquel día, Horacio se sentó en su escritorio, puso
una página en blanco sobre la mesa, tomó su estilográfica y escribió: ¿Saben
ustedes lo que ocurrió aquel día a Horacio? Después, el papel adsorbió sus
palabras. Volvió a escribir la misma frase y las palabras volvieron a
desaparecer. Y estuvo así hasta que él mismo fue una página en blanco.
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Mariano Valverde Ruiz ©
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