Detengo el tiempo. Olvido y te cobijo.
Con mis pasos anclados al borde de la acera
recobro la cordura
y observo el horizonte
que te trajo de nuevo hasta mis manos.
Renacen con fulgor
presagios y esperanzas,
ilusiones perdidas en el caos
que el devenir terrible del silencio
había generado en mis neuronas.
La soledad termina. Mi mirada
es hoy esa memoria que no miente.
Hay signos en la vida que soportan el peso
de una indecisión, pero nunca de una renuncia.
(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio.)
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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