No duele la evasión hacia constelaciones
de lejano rubor fosforescente.
Es grato disfrutar de la hendidura
que provoca el estado de reposo,
y así contemplar todo el universo
en un sueño creado con palabras.
Ya no me duele el agua de la lluvia
que las nubes hinchadas dejan caer al suelo.
Ni cuando es agua de luna irisada
la que envuelve
con su aroma de mar
las callejas inhóspitas que habito.
El cielo se proyecta en tus caderas.
Es una luz violeta, un albornoz de gozo
que nutre al manantial de las nostalgias.
(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)
No hay comentarios:
Publicar un comentario