El tiempo pasa, ya lo sabemos. Sin embargo cuesta reconocerlo. Sentado en un banco de cualquier parque he reparado en que estamos de nuevo en septiembre y, sin pretenderlo, la mente se me ha ido hacia otros septiembres del tiempo ya clausurado.
Septiembre ya no tiene aquellos toques de romanticismo que le hacían un mes especial. Ahora, más bien es una prolongación del verano que se confunde con el agitado día a día del trabajo.
Echo de menos el color de los membrillos, el sabor de los jínjoles, las hojas secas sobre la humedad de la tierra, el olor de la lluvia y esa mirada enamorada de los que dicen adiós a una aventura estival.
Recuerdo que esperaba con anhelo el tiempo en que caían las primeras lluvias, bajaban las temperaturas, el viento traía el aroma de los pimientos y la luna comenzaba a cubrirse con un tul de recogimiento y de nostalgia. Aquellos días eran el preludio de mi vuelta al colegio, del encuentro con el conocimiento, de la posibilidad de crecer. Y eso me entusiasmaba.
Ahora soy yo el que recibe a los alumnos después del verano y, me cuesta decirlo, en pocos veo la ilusión por aprender. En alguna ocasión les he hablado de aquellos tiempos y noto en sus miradas cierta incredulidad. Entonces tengo la sensación de que se están perdiendo las pequeñas cosas que hacen a un hombre feliz y pegado a la tierra sin que el cielo le quede demasiado lejos.
Sin embargo, septiembre es una nueva oportunidad de acercarse al mundo interior y de llevarlo al papel en forma de poemas. Este mes es la antesala de la llegada del otoño, un tiempo muy poético en el que con la caída de las hojas todos nos acordamos de lo que hemos perdido, nos refugiamos en la nostalgia y dejamos que los sentimientos afloren para sentirnos aún vivos cuando la naturaleza comienza a cerrar su ciclo creativo y se abre el tiempo de espera para una nueva vitalidad: la del tiempo poético.
Sin embargo, septiembre es una nueva oportunidad de acercarse al mundo interior y de llevarlo al papel en forma de poemas. Este mes es la antesala de la llegada del otoño, un tiempo muy poético en el que con la caída de las hojas todos nos acordamos de lo que hemos perdido, nos refugiamos en la nostalgia y dejamos que los sentimientos afloren para sentirnos aún vivos cuando la naturaleza comienza a cerrar su ciclo creativo y se abre el tiempo de espera para una nueva vitalidad: la del tiempo poético.
En fin, debo de estar haciéndome viejo. O acaso más consciente de lo que ya he vivido. Cada hoja que cae de un árbol es una oportunidad para llenarla de poesía. Igual que los días.
11 de septiembre de 2014
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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