sábado, 6 de abril de 2019

UNA HORA MANRIQUEÑA


UNA HORA MANRIQUEÑA
 

Él perpetuó el recuerdo de su padre
con la memoria escrita del poeta Manrique
hecha luz en las sombras
de la verdad profunda que tememos.

Su amigo ya no estaba cerca de él
para obrar el milagro
de estar presente en otros tras la muerte,
ni para hallar las huellas
que regala el efímero elixir del silencio
junto al placer de estar entre los vivos.
Era una víctima
de la fugacidad
con la que vive el tiempo.

Se sentía impotente,
como un huérfano del mundo,
de la verdad y del misterio
que atenazan a los mortales
hasta que la ceniza nos libera
de todas las cadenas conocidas.

Aquella hora oxidada,
con la herrumbre del tiempo
latiendo en cada instante,
no acababa jamás.
Se iniciaba constantemente
con el mismo mensaje:
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando.
Su eco se repetía como un mantra
en los pliegues oscuros de su mente.

Una cruz de madera y dos rosas de olvido,
llenaron el vacío de la tumba
con la resignación
de una huida no deseada
hacia los recovecos de la noche.

Las rocas se cubrieron de hojas secas,
de lamentos y de plegarias
que se llevó el futuro con una brisa gélida.
Ya no había presente
y el pasado quedaba entre la oscuridad
sin poseer memoria de lo ya vivido.

Se hizo el silencio en su alma.
Fue la primera hora
del resto de su muerte.



(Otra realidad)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)


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