viernes, 8 de diciembre de 2017

INDIOS Y VAQUEROS


INDIOS Y VAQUEROS


Los campos de mi infancia
eran territorio cheyenne en la llanura
que recorría la rambla Biznaga.
Su relieve de polvo, barbechos y sembrados,
se alejaba sin prisas
hacia la consistencia del paisaje
de una niñez de indios y vaqueros
como los que salían en el cine.
Imitábamos sus batallas.
Fabricábamos rifles de madera,
pistolas con raíces, flechas con sarmientos,
aderezos de plumas y sombreros de paja.
Con pólvora onomatopéyica,
disparábamos balas y cañones.
Unos eran los buenos
y a otros les tocaba el papel de los malos.
Luchábamos en contra del tiempo y de la luz,
sin misericordia para los muertos.
Y así íbamos pintando de colores
la piel de lo vivido.

Nuca supimos
que la vida no era un juego,
como dijo el poeta Gil de Biedma,
ni que la muerte era destino sin retorno
tras la dura derrota.

Hoy, la levedad del relato,
ata mis manos a la tierra
con las cuerdas del signo de la vida.
A lo lejos,
un promontorio de haces de paja y de cañizos,
es el fuerte que me protege
del temblor de la carne
y del fanal que alumbra la nostalgia
por los años ya huidos
tras la carga del Séptimo de Caballería.



(La intimidad del pardillo)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)


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