LA
ATRACCIÓN DEL MISTERIO
Cualquier
cosa que existe, que es materia
o
manifestación sin forma física
de
lo que conocemos,
y
también lo inimaginable
o
lo aún no descubierto por los hombres,
tuvo
un origen.
Nuestra
forma de ver los hechos
y
de pensar en sus orígenes,
interpreta
el comienzo de todo lo creado
a
partir de dinámicas tangibles,
de
fenómenos explicables
con
el cristal de la razón
o
el sentido que la fe de cada uno
otorga
a lo desconocido.
Pero
antes del origen de las cosas,
fue
la nada absoluta
quien
hizo del espacio su dominio,
y
eso nos desconcierta.
No
comprendemos cómo del vacío
pudo
surgir algo concreto
y
no imaginamos cómo de la nada
pudieron
emerger infinitas galaxias,
universos
remotos,
estrellas
de lumbre vivificante,
planetas
habitables
como
el que nos acoge,
la
naturaleza del tiempo
y
nuestra presencia en el mundo.
Tampoco
encontramos explicación
para
todos las fuerzas
que
marcan nuestro ritmo,
esos
elementos que condicionan
nuestra
pobre existencia.
No
comprendemos cómo se crearon
los
murmullos del agua,
el
aire con aromas de jazmines
el
calor de una hoguera,
la
textura del fuego,
la
ternura de los abrazos
que
nos arropan
cuando
sentimos el frío de la existencia,
la
humedad de la tierra
que
pisamos cuando nacemos
y
la ceniza que nos cubre
cuando
se va la vida,
esa
única propiedad
que
acreditamos con nuestra fortuna
y
la memoria de los vivos.
Por
eso nos sentimos indefensos
ante
lo inexplicable
y
sufrimos su tiranía
como
entes limitados
por
nuestra propia inteligencia.
A
pesar de ello,
nos
atrapa lo inexplicable.
Sentimos
en nuestras entrañas
la
atracción vigorosa del misterio
que
hizo surgir la vida
como
un milagro sobrenatural.
Y
damos gracias a la muerte
que
nos regala un lapso
del
tiempo que tenemos
para
tomar conciencia
de
nuestra insignificancia.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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