viernes, 3 de enero de 2014

CONCIERTO DE AÑO NUEVO




CONCIERTO DE AÑO NUEVO

La mañana del día uno es templada y la luz del Atlántico reverbera sobre las olas del océano con aires de cambio en sus brillos. La ciudad de Santa Cruz luce con sus mejores galas para la entrada del nuevo año. En cualquier lugar de la ciudad se pueden encontrar restos de la fiesta de la pasada Nochevieja, parejas que aún no han llegado a casa, y operarios de limpieza que realizan su labor calladamente. Hay un silencio expectante en las calles y también en el interior del Auditorio de Tenerife, donde los amantes de la música clásica quieren recibir el año igual que lo hacen en Viena.
Clara y Enrique están plácidamente acomodados en la penúltima fila de butacas. Ambos están dispuestos para escuchar el concierto con una sensación especial entre los pliegues de sus pieles. Enrique no se ha mostrado demasiado conforme con la idea. Prefería haber llevado a Clara directamente hasta el lugar donde, según le había dicho con una voz de seda, le tenía una sorpresa preparada. La insistencia de Clara por ver hecho realidad uno de los sueños de su vida y la promesa de que después le acompañaría a donde quisiese, disipó algunas de las reservas de Enrique y acabó venciendo su tozudez.
—El concierto que vamos a escuchar es una tesis sobre virtuosismo y brillantez —dice Clara.
—Ya pero…yo quería —replica Enrique.
—Los intérpretes adquieren una pose elegantemente garbosa. Se les ven destellos de luminosidad y total sintonía con el instrumento que tocan.
—Sí…Pero…
—La atmósfera de la sala tiene la aureola atrayente de una muy afinada disciplina musical.
—Ya…
—El sentido del ritmo toma forma y se proyecta sobre los oídos como una pluma melódica y juguetona.
—No lo dudo…Pero…
Todo es tan encantador y sensual que me siento totalmente abstraída. Calla, que entra el director de orquesta.
Tras un saludo a los miembros de la Orquesta Sinfónica de Tenerife y al público presente, al que responden los aplausos de la sala, el director alza la batuta y reclama la atención de la orquesta. Se inicia el concierto. La música avanza lentamente por toda la sala, envuelve la penumbra en la que los espectadores están instalados, se cobija en las oquedades del teatro, se filtra por los orificios de la tapicería de las butacas y remansa, aún más, la armonía entre los palcos.
Para Clara es un momento único, hacía muchísimo tiempo que lo esperaba. Se había preparado para vivirlo al detalle. Lleva puesto un vestido negro ajustado y ligeramente escotado. Lo compró después de elegirlo concienzudamente entre los más bonitos que pudo ver en la Pasarela Cibeles. El abrigo es de visón. Y fue un encargo que su amiga Pitita le trajo de Bolonia. Los complementos que lleva puestos los adquirió, uno por uno, buscando en todas las tiendas especializadas de Madrid. Los zapatos, de fino estilo italiano, los guardaba sin estrenar desde la primavera pasada. Y el perfume, francés por supuesto, envuelve su cuerpo como una flor invisible. Todo lo que lleva está elegido a su gusto. Y por fin presencia un Concierto de año nuevo. Clara desea escuchar Las atracciones secretas, una obra de Josef Strauss, su pieza favorita, la que le hace vibrar como nada en este mundo.
Enrique la observa de reojo con cierta preocupación. A él le pesan los párpados. Ha dormido muy poco durante la pasada noche. Por su mente pasan algunos recuerdos tenebrosos del pasado año, las deudas de juego en los casinos, y sobre todo, las amenazas recibidas últimamente. Clara es su única carta para salir del lio en el que está enredado. Lo sabe y ha apostado fuerte por ella.
Clara se da cuenta de que Enrique parece no estar disfrutando del concierto. Le da un pequeño codazo para llamar su atención. Lo hace con disimulo, para que no sea apreciado por quienes permanecen impasibles junto a sus asientos, completamente ensimismados con el concierto. El hombre se mueve en su butaca haciendo equilibrios para que no se le note el mal humor que arremete contra las fibras de su rostro. Clara no advierte su rigurosa expresión de fastidio.
El director mueve los brazos con energía y la música eleva el tono. Comienza lo mejor del programa. Es pura poesía, ardor expresivo, altísima expresión de la belleza. La orquesta demuestra un envidiable grado de madurez interpretativa. Es un auténtico deleite para los sentidos. La mujer se pregunta cómo su marido no es capaz de apreciar aquella maravilla para los oídos. El hombre se pregunta cómo se las ingeniará para conseguir los códigos digitales de las cuentas bancarias que ansía.
Clara vuelve a mirar a Enrique. No le ha dicho lo guapa que está esta mañana. Está como ausente. Y es extraño. —Hoy que por fin ve realizado su sueño de iniciar una nueva vida conmigo. Debería estar muy contento—. Pero su acompañante parece estar en otro mundo. El tiempo apremia.
Enrique sabe que desde ayer alguien le ha estado siguiendo. Desde que salió de Madrid camino de Tenerife, ha notado unos ojos invisibles clavados tras el cogote. Clara le había dicho que la recogiera en el hotel a las once de la mañana. Ella había viajado el día anterior, tal y como habían acordado. Enrique pensaba llevarla a un recorrido turístico por la isla, luego comer en algún rincón paradisíaco y hospedarse lejos de los ojos de la multitud. Él no conocía los planes de Clara y se ha visto sorprendido por el capricho de la dama.
La orquesta toca Las atracciones secretas de Josef Strauss cuando el director alza los dos brazos de improviso y la música se detiene.
—¿Qué sucede? —Dice Clara.
—Ni idea —contesta Enrique un poco alarmado.
—Disculpen ustedes la interrupción —dice el director de la orquesta— he de realizar un encargo.
Y sin más palabras recorre el pasillo de la sala hasta llegar junto a Clara y Enrique. Mira a la dama con una sonrisa malévola en los labios.
—Señora, me acompaña hasta la escena. Su marido desea que escuche esta pieza en lugar preferente.
Al pronunciar estas palabras el director ha girado la cabeza hacia uno de los palcos altos. Clara ha seguido la mirada del director y ha descubierto una faz inquietante, un rostro bigotudo y arrugado como la momia de un guanche, que tiene clavados sus ojos en ella. Enrique se estremece en la butaca al divisar a lo lejos la silueta del viejo marido de Clara. En ese preciso momento dos manos robustas y firmes se aferran a los hombros de Enrique, han salido desde detrás de su butaca. A Enrique nunca le ha gustado la música clásica. E intuye que, después de que terminen su tarea los que le han dicho al oído que les acompañe fuera, nunca más irá a un Concierto de año nuevo.


3 de enero de 2014
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Mariano Valverde Ruiz ©     


   

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