lunes, 2 de diciembre de 2013

LA MIRADA (Versión reducida)


LA MIRADA



A Flash Vate le conocen más por su nombre de pila que por su apellido. El hecho tiene que ver con su profesión. Es fotógrafo. Sin embargo a él le gusta llamarse "Vate" por la asociación con la referencia de poeta que tiene la palabra. Se siente feliz cuando va con su cámara al hombro en busca de la foto impactante, aquella instantánea que refleje mejor la realidad. Hoy ha disparado su cámara digital de última generación en muchas ocasiones. Ahora quiere ver el resultado de su trabajo y se ha sentado en su estudio con todos los instrumentos preparados para seleccionar la mejor y convertirla en una obra de arte. No imagina lo que le espera.
Flash adquirió su oficio en la Escuela de Ciencias de la Imagen. En ella conoció todo lo relacionado con la fotografía. Técnicas de revelado. Sensibilidad de las películas y respuestas ante la luz recibida. Y otras mil formas de obtener la imagen. En su primer día de clase conoció, con asombro, que el instrumento que hizo posible la fotografía databa de la Edad Media. Se llamaba cámara oscura. Su fundamento está en que los rayos luminosos se propagan de forma rectilínea. La cámara oscura es una caja hueca ennegrecida por dentro que tiene un orificio en una de las dos caras. Los rayos de luz reflejados en los objetos del exterior atraviesan un orificio y forman una imagen invertida en la pared opuesta de la caja. Luego le dijeron que los hermanos Lumière consiguieron el primer procedimiento de fotografía a color.
Ahora son casi las doce de la noche. Flash ha pasado el día fotografiando los rincones de la ciudad, explorando el movimiento y las otras caras que posee lo visible. Ha intentado captar con su cámara el tiempo, el espacio, el silencio de los hombres y los sonidos de la urbe. En algunas ocasiones ha optado por sobreimpresionar sobre el mismo negativo, por colocar sobre la sombra de un objeto otra imagen contrapuesta. Como si tratara de reproducir su propia verdad. En otras ocasiones ha querido retratar la figura que tenía ante sí combinando dos luces, o acaso dos sombras. Igual que si se tratara de la realidad y el deseo.
Ha sacado las primeras pruebas. Mientras las observa, intenta ver con algo de perspectiva o de alejamiento la obra realizada. Es como si mirase su propio yo a través de las huellas de los fotogramas. Va pasando las láminas. Mira los negativos con lupa. Procura detenerse en cada detalle, en cada ángulo, en cada color, en cada figura, en cada sombra y en cada luz. Se pregunta por el significado que poseen algunas imágenes, sobre todo aquellas a las que sólo su imaginación ha dado contenido.
Faltan muy pocos segundos para las doce en punto. Comienza a tener claro la oculta alianza existente entre la poesía y la fotografía. Una alianza en contra de todos los elementos que nos condicionan y en contra de todas aquellas circunstancias que nos obligan a vivir como no quisiéramos. Una alianza nada convencional, y en absoluto organizada bajo unas siglas, o una organización jerarquizada. Piensa que esa alianza es algo que sucede sin más para poner un poco de orden en el caos. Un antídoto contra el vértigo.
Se siente un poco cansado. Deja las láminas que le quedan por analizar sobre la mesa sin advertir que una de ellas ha quedado con una esquina fuera de la alineación con que quedan el resto. Saca del cajón su vieja grabadora. En ella suele guardar algunos de los pensamientos que le afloran, como por arte de magia, en medio de la noche y de la soledad. Pulsa el botón de inicio y habla:

Todos poseemos algo de cansancio en la mirada cuando el tiempo cede a nuestros impulsos y nos muestra, en blanco y negro, las consecuencias de no creer en nada, de no comulgar con ruedas de molino, ni con las doctrinas que intentan inocularnos desde los poderes establecidos. Entonces leemos en las páginas del recuerdo. Lo hacemos sin hacer ruido, con una sonrisa irónica dibujando la comisura de nuestros labios. Luego tiramos por el retrete todo lo que son desechos de la vida. Y nos duele. Nos miramos al espejo y vemos cómo nuestra cara es una cicatriz sin fondo, una triste mueca de la realidad que no acertamos a definir. Pensamos que la vida es un sumidero de ilusiones que se arrastra por las calles, por las estaciones, por los aeropuertos. Todo parece una promesa que queda siempre por cumplirse.

Flash pulsa el botón de stop. Respira profundamente y levanta los ojos al techo de la habitación. Las sombras se han adueñado de las esquinas y sólo la luz refulge delante de su mesa como un chorro de blanco anuncio. Baja los ojos y los lleva hasta el pequeño paquete de imágenes que aún no ha examinado. Le llama la atención la esquina sobresaliente de una de ellas. La coge con la punta de los dedos de su mano derecha y tira de ella. La imagen queda ante sus ojos como una revelación instantánea. No recuerda haberla hecho. Es más, después de pensar un poco, está completamente seguro de no haberla realizado. No sabe cómo ha llegado hasta sus manos. 
Mira la fotografía con toda la atención que su cansancio le deja poner. Es el rostro de un payaso al que unas manos femeninas le han tapado los ojos. Está en blanco y negro, salvo por el detalle rojo de su nariz postiza. La expresión del rostro es serena. Es la metáfora de la realidad que vivimos. Sin duda.

Sin darse cuenta han pasado dos horas mirando fijamente la imagen fantasmal que el azar ha puesto ante sus ojos. El sonido del camión de la basura le saca del estado alucinógeno que sufre. Entonces recuerda que en el lateral de su mesa tiene anotada una frase de Jacques Prévert. Alarga el brazo, toma el folio y lee: "Él seguía su idea. Era una idea fija y se sorprendía de no avanzar". Y piensa que al día siguiente debe volver a la calle con su cámara de última generación bajo el brazo. Debe salir con ilusión renovada. Quizá encuentre la respuesta que busca en los ojos de los demás.

2 de Diciembre de 2013.
Relatos
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Mariano Valverde Ruiz (c).
   

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