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Fernando decidió entonces
comentar a Inocencio que Ava Chueca le recordaba a su musa más querida: Ava
Gardner.
—La Gardner sí que era una
estrella. ¡Qué poderío! No hay adjetivos para calificarla en toda su magnitud.
Podríamos utilizar todos los epítetos sinónimos de la belleza que existan en
todas las lenguas conocidas y aún no estaría bien descrita. No habríamos abarcado
su totalidad.
—¿Tanto? —Preguntó Inocencio.
—Y más. Tuve la oportunidad de
verla de cerca cuando estuvo en España rodando Pandora y el holandés errante. Fue en Tossa de Mar, un pueblo de la
costa gerundense. Yo era un jovenzuelo que me ganaba la vida haciendo recados y
que había viajado allí por consejo de un tío mío de origen catalán. Me enteré
pronto de lo que sucedía. Y me picó la curiosidad porque se armó un gran
revuelo en todo el pueblo cuando comenzaron los movimientos del rodaje y se
desplazaron a la zona fotógrafos americanos, europeos y españoles. Se decía que
la actriz vivía entonces un tórrido romance con el torero Mario Cabré. Aquello
sería el inicio de una larga relación de la Gardner con España. Después
compraría la finca La bruja en la
Moraleja y formaría parte de lo que entonces se llamó “la dolce vita madrileña”
de los años cincuenta.
—¿Y cómo la pudiste ver?
—Ya te he dicho que me ganaba las
lentejas siendo chico para todo. Un día me colé en la zona donde estaban
rodando. Pasé los controles fingiendo que venía de un bar próximo con un
encargo para la actriz. Me dejaron ir hasta su camerino, situado en una rulot
cerca de la playa. Llamé a la puerta y, con una naturalidad que me fascinó, me
abrió la puerta y me dijo que pasara.
—¿Vaya suerte!
—Y que lo digas. Su mirada era encandiladora.
Habría seducido hasta al mismo diablo. Le dije que me habían mandado por si
necesitaba tomar alguna cosa. Me dijo que esperase mientras lo pensaba y me
preguntó que si podía ayudarla a maquillarse.
—¡Qué me dices!¿Y entonces?
—Todo el ardor de la adolescencia
se me subió de golpe a la cara. Se sentó frente al espejo, estando como estaba,
semidesnuda, sólo cubierta por un camisón de raso de color bermellón que dejaba
a la vista sus muslos y un generoso escote. Me dijo que le sujetara el pelo por
detrás y que le soplase por el cuello muy suavemente.
—Ufff.
—¡Cuánto me costó poder hilar el aire! Nunca
olvidaré la sensación que me produjo verla así, sin pudor, masajeándose los
brazos y marcando sus labios con carmesí mientras yo soplaba por su cuello y
espalda. Cada vez que podía la miraba de reojo al espejo, donde, como el animal
más bello del mundo, se reflejaba el paraíso que enmarcaba su naturaleza.
—¿Qué pasó después?
—Después me dijo que le llevase
una cerveza fría para cuando terminase de rodar la escena. Y me pidió muy
amablemente que saliera, que necesitaba cambiarse para la siguiente toma.
—Me imagino la situación. ¿Y cómo
reaccionaste?
—Allí comenzó mi fascinación por
el mundo de los artistas. Su imagen me impresionó tanto que después me trasladé
a Madrid e intenté verla en otras ocasiones. Guardo algunas fotos de ella en la
cartera. ¿Las quieres ver?
Fernando saca su cartera y deja a
la vista de Inocencio algunas fotos de la actriz en la plenitud de su belleza.
Inocencio suspira al verlas.
—Sí qué era guapa.
—Más que eso. Daba gusto ver su
melena revuelta, electrizada por la energía interior que producía su cuerpo. Sus
cejas eran arcos diabólicos que tensaban las flechas del deseo. Tenía una
mirada cálida, ardorosamente incendiaria. Te imaginabas acariciando su nariz o
los pómulos, dejando que los dedos resbalasen por su piel para llegar a tocar
la comisura de sus labios. Y te quedabas sin aliento. La mirabas y te perdías
en el interior de su iris. Lo decían todo, todo lo que fueses capaz de
interpretar. Su barbilla poseía un pequeño valle del que no lograbas salir
vivo. Volvías a sus ojos almendrados, profundos y ya no sabías quién eras.
Inocencio toca con las yemas de
los dedos las fotos raídas por los bordes y admira el magnetismo que producen,
y la luz de un color sepia ajado que anida en los márgenes. Fernando sigue
hablando de su musa.
—Su forma de moverse era
perfecta. Ese equilibrio entre hombros y caderas, el talle ceñido,
estrangulado, que realzaba sus caderas. Mira esta foto. Su labio inferior se
derrama como una cereza madura bajo la gaviota roja que es su labio superior.
—Ya veo.
—Y en ésta… Mira su pecho
exuberante, el mejor lugar para echarse a dormir después de quedarse exhausto.
—Maravillosa.
—Y en ésta otra, observa su
melena oscura como las paredes del infierno invitándote a acariciarla, imagínala
arrebolada como un mar de noche, invitándote a hundirte en ella. Tiembla y mira
las perlas de sus dientes brillando, diciéndote: te voy a morder donde menos te
duela.
—Hay que reconocer que era
especial. Aunque quizás la tengas muy idolatrada. Mi Marlén también es espectacular.
Es lo más grande para mí.
Fernando parece no escuchar a
Inocencio y sigue hablando.
—Cuando entreabre los labios,
dudas, no sabes si es sed de ti lo que tiene, si te va a beber de un sorbo o si
se prepara para devorarte sin darte opción a que te conviertas en agua
cristalina, agua derretida que comienza a evaporarse por el calor de su mirada.
Y cuando sonríe, toda la fuerza expresiva de sus movimientos se condensa en el
final de unos labios donde comienza la perdición de cualquier hombre que se
precie como tal...
En ese momento, la música del
local sube de volumen, se enciende el foco central del pequeño escenario y
aparece en escena Ava Chueca. Inocencio y Fernando dejan su conversación y
vuelven la mirada al escenario con expectación.
La cantante camina lentamente sobre
el escenario con unos ademanes exageradamente femeninos, saluda a unos y a otros,
se acerca hasta el límite de las tablas del escenario, se inclina pícaramente y
se vuelve hacia atrás orgullosa. No deja de pavonearse como si estuviese en su
hábitat más natural. Inicia su actuación con un monólogo en el que cuenta cómo
es la vida de un artista de cabaret en el siglo XXI. Luego cuenta unos chistes
chabacanos, alguno un tanto sórdido y de mal gusto. Y hace imitaciones de
algunos personajes de actualidad con mucho desparpajo. El público reacciona con
sonoras carcajadas.
La de Chueca va vestida con un
traje muy ceñido cubierto de pedrerías de color plateado. Va subida en unas
plataformas de treinta centímetros. Lleva una melena postiza de un color negro
azabache. Alrededor del cuello, y ensortijada en sus brazos, lleva una boa de
peluche que, de cuando en cuando, lanza a los clientes mientras realiza muecas burlescas
y gestos provocativos. Los hombres la vitorean entre risas y aplausos.
Cuando el púbico estaba ya
entregado al gracejo de Ava, cambia de nuevo el color de las luces del
escenario y el travesti se apresta para cantar un tema que interpreta de una
forma muy particular.
Las notas de Camino verde irrumpen en la sala con un tono dulzón y melancólico.
Hoy he vuelto a pasar
por aquel camino verde
que por el valle se pierde
con mi triste soledad.
Hoy he vuelto a rezar
a la puerta de la ermita
le pedí a la virgencita
que ahí te vuelva a encontrar…
La voz de Ava llega hasta los
oídos de Fernando como si fuese una onda mágica que trasforma la imagen de la
de Chueca en la de la musa idolatrada por el viejo actor. Mientras tanto,
Inocencio se está preguntando qué estará pensando ahora Marlén. Intuye que está
muy cerca, que pronto la va a ver. Y duda de si podrá soportar las imágenes que
se avecinan.
El número de Ava toca a su fin.
Cambian las luces del escenario y el sonido de los aplausos rompe el estado de
éxtasis en el que se encuentra Fernando. Los pensamientos de Inocencio se
diluyen entre los espectadores y las mesas del local.
Ava se inclina repetidas veces
para saludar y agradecer las manifestaciones del público. Desde la barra, al
otro lado del salón, Fernando e Inocencio la aplauden con admiración. La de
Chueca se siente eufórica, con un gesto enérgico se enrosca al cuello la boa de
peluche. Después sale del escenario entre sonoros aplausos y agudos silbidos.
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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