15
A lo lejos se escucha el sonido
de una sirena apagándose lentamente. A Marlén le sugiere una despedida, es como
si fuese el anuncio del adiós de alguien que ha decidido que su tiempo ha
finalizado, o de alguien que se va a encontrar con un final no deseado. En unos
segundos, el mal presagio se disuelve entre los tonos acaramelados que salen
del radiocasete de Ava: son acordes de romanzas italianas que se van elevando
en el aire como una luna melódica y que, poco a poco, se adueñan del camerino
convirtiéndolo en un espacio separado del mundo por la música.
Tres golpes secos reclaman la
atención de Marlén y de Ava. A la
cantante le suenan como puñaladas traperas contra el clímax que comenzaba a
manifestarse entre las dos amigas y que hacía pensar en momentos únicos. Es la fatalidad del destino la que se deja
cortejar por el azar. El portero llama por primera vez esta noche, y no va a
necesitar hacerlo dos veces para que desde dentro le contesten, le abran la puerta
y le reciban con una sonrisa.
—La cena, señoritas.
Ava recoge el paquete con los
envases de comida china que llegan calentitos desde El gran dragón. Deja el envoltorio sobre el tocador, busca en su
interior, elige y alarga uno de los recipientes a Marlén.
—Rollitos de primavera. ¡Venga, come
y anímate! Que parece que te han puesto la máscara china de la tristeza en la
cara.
—La procesión va por dentro—contesta
Marlén.
Ava está a punto de forzar la
situación para que su amiga hable abiertamente de lo que le afecta, pero en el
último momento decide dar un rodeo para que todo fluya con naturalidad.
—Seguro que alguna vez has oído
hablar de las máscaras chinas que usan los actores de la Ópera de Pekín para
representar el desconcierto ante una situación que se escapa del control, o quizá
la agonía que un personaje no es capaz de superar cuando está bajo una presión
insoportable.
—Pues no. No había escuchado
nunca nada relacionado con esas máscaras chinas de las que hablas.
—Son máscaras especiales, tienen
unos poderes desconocidos para los mortales. Los actores las utilizan para
poder representar leyendas antiquísimas, como la de Liang Zhu o Los amantes
mariposa. ¿Si quieres te la cuento mientras vamos comiendo?
—Vale— contesta Marlén mientras
muerde uno de los rollitos de primavera y nota el sabor de las verduras en la
boca como un regalo para el paladar —pero tú no tienes una de esas máscaras
mágicas.
—Tal vez sí. Quién sabe.
Ava, que ya había comenzado a
masticar su ración hace unos minutos, se acomoda en su silla y adopta una
postura interesante, igual que si fuese a desvelar el más oculto de los
secretos. Realiza los movimientos como una niña que ha crecido entre cuentos y
leyendas, forzada por las circunstancias, alguien que ha buscado en la fantasía
una salida para alejarse de la realidad asfixiante y tormentosa que ha sido la
nota predomínate de su vida. La forma de intentar explicar lo que aún no
entiende. Y con una voz estudiada, casi elocuente, comienza a contar la
leyenda.
—Zhu Yingtai era una joven preciosa
y llena de vitalidad que vivía en Shangyu. La joven era muy inteligente y
quería conocer caminos y adentrarse en terrenos que sólo estaban reservados a
los hombres. Para poder realizar su objetivo era necesario estudiar muy lejos
de su población de origen. La fuerza de sus impulsos la llevan a decidir
vestirse de hombre y aparentar que es un joven. Toma esa decisión para poder
estudiar en Hangzhou, donde las mujeres no podían acceder bajo ninguna
condición.
—¡Qué interesante!
—La joven disfrazada de hombre
inicia el viaje hasta el lejano lugar donde se ubica la institución de
enseñanza. Durante ese periplo conoce casualmente al joven Liang Shanbo, que
también va a estudiar a Hangzhou. El viaje les hace compartir numerosas
experiencias y les convierte en amigos, que después se hacen inseparables
compañeros de clase, una vez en su destino. La relación se estrecha tanto que
cuando la separación a consecuencia del
final de los estudios se hace inevitable, Zhu traza un plan a la desesperada
para no perder la compañía del joven Liang.
—Sí. ¿Qué se le ocurre?
—Zhu habla a Liang de una
hipotética hermana de 16 años, le ensalza su belleza, su bondad y lo
maravillosa esposa que puede ser. Le cuenta cientos de historias sobre la excepcionalidad
de su hermana, e intenta hacer que nazca en su amigo una ilusión desbordada por
la joven ficticia. Una vez comprobado el interés de Liang, se ofrece para arreglar
una boda entre él y su hermana, mediando entre sus padres y los de ella. Pero
las cosas se complican aún más de forma imprevista.
—Sigue…
—Cuando Liang viaja hasta la casa
de Zhu descubre con asombro que el que creía su amigo es en realidad una mujer.
Y entonces se enamora perdidamente de ella, y se da cuenta de que lo que sentía,
por el que creía su compañero del alma, no era amistad sino amor, un amor
profundo y puro, como jamás había conocido.
—¡Qué bonito!
—Desgraciadamente, Zhu ya había
sido comprometida con Ma Wencai, un hombre mayor con quien sus padres habían
concertado una boda por intereses familiares desde hacía ya tiempo. La
honorabilidad del pacto hacía imposible otra salida. El respeto a las
tradiciones y a la autoridad del padre, dejaban a Zhu en manos de un hombre al
que no amaba.
—¿Y eso era posible? ¿Cómo se
podía condenar a la infelicidad a una persona por muy grandes que fuesen los
intereses familiares?
—Pues así era. Y no había
solución. Pero eso no es todo. Cuando Liang conoce el compromiso matrimonial de
Zhu, se deprime tanto que entra en una agonía cabalgante que le va deteriorando
físicamente, por meses, por semanas, por
días. En ese momento, Liang estaba ejerciendo funciones de Magistrado en la
comarca para permanecer cerca de su amada, aunque ya no abrigaba muchas
esperanzas, conocedor de las tradiciones ancestrales de su pueblo. Definitivamente
enferma, y muere de tristeza, y de amargura, cuando la primavera buscaba sus
mejores galas para recibir al verano.
—¡Pobrecillo! ¿Y Zhu qué hace?
—El día del enlace de Zhu, ésta
se prepara para unirse a un hombre que no quiere, y lo hace con la profunda
desolación de saber que su verdadero amor a muerto. Su corazón es sólo un trozo
de carne que late y hace que fluya la sangre por su cuerpo, pero nada más. No
puede oponerse a los deseos de sus padres, no es dueña de su destino. Y
empujada por los preparativos se deja llevar hacia el lugar donde está prevista
la ceremonia.
—¿Qué otra cosa podía hacer?
—Nada. Pero de camino al enlace
surge algo extraordinario. Un remolino de viento impide que el cortejo nupcial
lleve a Zhu más allá del lugar donde se encuentra la tumba de Liang. Amparada
en el caos que el vendaval ha originado, Zhu escapa de la procesión para ir hasta
la tumba para presentar sus respetos a Liang, algo que le habían prohibido tajantemente
y bajo amenazas. Cuando llega a la tumba del joven amado, se produce un hecho sin
precedentes.
—¿Qué? Dime… No hagas ese
silencio tan dramático. No ves que he dejado de comer para escuchar tu
historia.
—La tumba se abre, deja entrar a
Zhu en su interior y tras eso…
—¡Por dios! No me digas que…
—¿Qué?...
—Venga. Termina…¿Qué pasa?
—Una pareja de mariposas sale de
la tumba. Son dos mariposas de colores arcoíris con unas alas profusamente
recubiertas de interminables juegos de matices y formas. La belleza en su más
pura expresión. Son Zhu y Liang que vuelan en un aire eterno, una atmósfera que
ya es suya. Son Zhu y Liang que ya jamás volverán a separarse, y que así
disfrutarán de su amor, mientras exista el aire y el cielo.
A Marlén le caen dos enormes
lágrimas por la mejilla. Tiene el corazón en un puño. Casi no puede tragar
saliva.
Ava respira con profunda
satisfacción.
En el radiocasete una mujer canta:
No tengo edad para amarte, no tengo edad...
—¡Qué bonito es el amor! ¿Verdad,
Marlén?... Por cierto, hace unos días que fue el día de los enamorados. Y
aunque sepa que es un invento de los grandes comercios para vender más, a mí me
gusta que me hagan algún detalle. No sé. Cualquier cosa…Este año no tuve
suerte. Pero tú seguro que sí. ¿Con qué te sorprendió tu chico?
—Nada especial. Una cena en un restaurante
italiano. Se escuchaba música como ésta, música de baladas de los años sesenta
y setenta, canciones llenas de romanticismo. Ahora me parece estar allí, y ver
los ojos de Inocencio, tan relucientes como los quinqués con los que se
iluminaban las rosas rojas que me regaló.
—¡Vaya, vaya! Entonces, es que
estáis bien. No comprendo tu actitud compungida. Y esa turbación que me
demuestras toda la noche.
—Es que… No es eso…
Marlén intenta desviar la
atención de Ava y busca una excusa.
—Ya te he dicho que esta noche no
me encuentro bien.
—Si salta a la vista. No es
necesario que me lo jures.
Ava termina de comer y se coloca
delante del tocador. Va dispuesta a seguir maquillándose. Está un tanto
enfurecida por la falta de sinceridad de Marlén. Ésta se queda nuevamente a
solas consigo misma. Piensa en la posibilidad de que tal vez todo sea un farol
de Jeromo, una fantasmada de brabucón de
barrio, y que no se atreverá a hacerle ningún daño a Inocencio si no le
consigue el dinero que pide para su alocado proyecto. Pero… ¿Y a ella, qué le
podría hacer?
Suena otra vez el móvil de Marlén.
Lo busca y lo saca del bolso. Ve que es de nuevo Inocencio. Un icono le señala
que está dejando un mensaje de voz.
—¿No vas a contestar? Tu chico
debe de estar muy preocupado.
—¿Cómo sabes que es mi chico?
—Quién iba a ser con tanta
insistencia. Antes he visto que tenías cinco llamadas perdidas.
Marlén no confirma ni desmiente que
se trate de Inocencio. Se limita a escuchar el mensaje de voz. Luego comenta.
—Parece que está aún ocupado con
el trabajo. Y que le queda bastante para terminar. Es posible que no le vea
esta noche. Quizá sea mejor así.
Ava vuelve la mirada hacia su amiga
y se queda mirándola fijamente a los ojos. Marlén se siente, en cierto modo,
aliviada. Piensa que tal vez sea conveniente contarle a Ava lo que sucede. En
la conversación es posible que encuentre una salida. Pero y si ésta va con el
cuento a Jeromo, y si la traiciona. Pasan así unos segundos intensos en los que
la mirada de ambas se ha quedado en una encrucijada de distintos viales.
La música que sale del viejo
radiocasete vuelve a inundar el silencio: Me
muero por estar contigo. Me muero por besar tu boca. Tu boca que tanto esperé…
Y ahora, ni las lejanas sirenas
que aúllan tras la ventana del camerino, ni los golpes del azar en la puerta,
son capaces de sacar a las dos de un ensimismamiento que sólo las palabras
concretas son capaces de romper.
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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