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En el teatro las cosas no son lo
que parecen y a menudo detrás de cada puerta siempre hay una sorpresa. Las
puertas se abren y se cierran mientras el público fija sus ojos en quién sale o
en quién entra. Las luces del escenario cambian para crear la atmósfera
oportuna para la escena que se avecina. En ocasiones hay una música de fondo
que anuncia un golpe de efecto. En otras, es el silencio el que crea la
expectación. Pero siempre sucede algo imprevisto, o que, de algún modo, prepara
a los espectadores para que pongan toda su atención en el personaje que va a
entrar en acción.
El que dice llamarse Antoñito
Oportunidades no ha esperado a que le autoricen a entrar para abrir la puerta y adentrarse en el camerino tan raudo como le han permitido sus
piernas. Luce una sonrisa de oreja a oreja, como si de una máscara de Joker se
tratase. Llega al camerino vestido de calle: lleva unos pantalones chinos color
beige, suéter de pico de un blanco marfil, colocado sobre una camisa negra, y
cubre su pelo con un gorro de negro, que posee un brillo similar al de los
cuervos. Porta en la mano una bolsa de viaje donde guarda todo lo necesario
para la actuación de esta noche. También lleva la ropa precisa para cambiarse
después, y salir del local como un rey de los de antes, acorde con lo que su
chulería le permita representar. Una chulería, que sólo es de fachada, porque
en el fondo, otro gallo le canta.
—Vaya música de pena tenéis. A
quién se le ha ocurrido poner estos tangos melodramáticos del siglo pasado.
—A mí —contesta Ava. ¿Qué pasa?
—Quita eso —dice el recién
llegado.
Sin esperar a que Ava haga movimiento
alguno, Antoñito se abalanza sobre el radiocasete con la inercia de la energía
que trae. La cantante reacciona con celeridad y tira del aparato con violencia.
El enchufe salta arrastrando la caja de registro de la red eléctrica donde
estaba anclado. En el mismo instante se produce un chispazo seguido de la
explosión de todas las lámparas que alumbraban el tocador y que se disponían
alrededor del espejo como un collar de luces blancas. Se produce un apagón y solamente
queda encendida una lámpara de pie con una luz muy suave y apenas perceptible
que había en la esquina del camerino. La oscuridad es casi completa.
Marlén y Ava gritan asustadas.
Antoñito saca su mechero y lo enciende. Siente el orgullo de los machos primitivos
cuando creen ser la solución necesaria para solventar el miedo que sienten las
hembras cuando no pueden ver el peligro que se cierne sobre ellas, algo que
parece tener su origen en la oscuridad tenebrosa de las cuevas de la
prehistoria. Antoñito no sabría explicarlo, pero se siente un ser superior, un
chamán de la cueva en que se ha convertido el camerino en estos momentos. Se coloca el mechero bajo la barbilla y dice
con una voz que simula el eco de una llamada de ultratumba:
—Venid a mí. No os asustéis mis
queridas hermanas de las tinieblas. Todo está ya escrito y guardado en los
anales del destino. No podréis cambiar vuestro amargo final. Ja. Ja. Ja.
Antoñito ha pronunciado estas
palabras con marcado ritmo y voz sobreactuada. Tiene los ojos muy abiertos,
como si de un espectro se tratara. Y continúa con la broma.
—Dentro de muy poco, la muerte
vendrá a visitar a quien no la espera.
—No seas payaso —dice Ava.
—La muerte traerá una pátina de
tragedia para alguien que no se imagina que su final está próximo. Y con esa
muerte, se desatarán todos los diablos del infierno, y habitarán las calles del
barrio para arrastrar hasta sus brazos a los dueños de la noche.
—Quieres callarte ya —dice
Marlén.
—Sí, Queridas brujitas. Sí… Por
vuestras bocas correrá la sangre de las víctimas inocentes. Seréis las esposas
del diablo, del insigne lucifer que os vendrá a visitar esta noche detrás de
una capa. Ya os aviso.
—Como sigas así, yo me voy. Y a
ver con quién actúas —amenaza Marlén muy enfurecida.
—Espera. Espera.
Antoñito coge del brazo a Marlén
y le habla en tono conciliador.
—No te pongas así. Ahora llamo a
alguien que venga a arreglar los fusibles y a cambiar las bombillas. Mientras
tanto, poneos cómodas. Lo soluciono en un momento.
Antoñito sale al pasillo y llama
al encargado de la sala con grandes gritos que retumban en las paredes como
llamadas de auxilio. Cuando la voz atiplada del encargado le contesta desde
algún lugar del fondo del pasillo, Antoñito le dice lo que ha ocurrido y le pide
que lo arregle con urgencia. Después respira desahogado y vuelve a entrar en la
habitación. Dentro del camerino, Ava y Marlén, se han acomodado en dos sillas situadas
cerca de la luz de pie que ofrece una escasa penumbra a los rincones de la
esquina.
—Ven y siéntate junto a nosotras.
Ahora vamos a conversar en serio. Tengo que pedirte algo. —Dice Ava.
—Ya estamos —contesta Antoñito
mientras se sienta en otra silla— ¿Tú dirás?
Ava guiña un ojo a Marlén mientras
ésta se mueve nerviosa en la silla porque no sabe exactamente qué es lo que
pretende Ava.
—Yo sé que conoces a mucha gente,
o al menos, eso es lo que decías ayer. Además se te ve un tío cumplidor y con
recursos. No te costará nada conseguir lo que me hace falta. ¿Tú me podrías en
contacto con quien quisiera prestarme un dinerito que necesito para una operación
de cirugía estética? Es poca cosa. Cien mil eurillos de nada.
Antoñito abre la boca como si no
hubiese comido en una semana.
—Tú crees que si supiese quien
tiene esa cantidad disponible para prestarla así como así, vamos, sin muchas
garantías, iba a estar yo aquí. Los habría pedido yo y los habría invertido en
algún negocio, que ideas no me faltan. Eso que me dices es casi imposible.
—¿Casi?
—Totalmente imposible. Se sale de
mis posibilidades.
—Podías preguntar por ahí.
Intentarlo al menos. Puede que alguien conozca a alguien que a su vez conozca a
quien pueda prestármelo. Yo te estaría muy agradecida. De verdad de la buena.
Inmensamente agradecida y te compensaría los esfuerzos generosamente.
—Ya.
—Es que no sabes cómo lo
necesito. A mi edad tengo que cuidarme mucho. De ello depende mi trabajo.
Marlén ha escuchado la
conversación con el corazón en un puño. La imagen de Jeromo amenazándola ronda
su cabeza como una guillotina con forma de chupa de cuero y botas con chapas
metálicas. Y de repente, como si de la banda sonora del exorcista se tratara,
comienza a sonar el teléfono móvil de Marlén en el otro extremo de la
habitación. Se levanta y va hasta donde está el bolso. Introduce la mano y saca
el teléfono. Lo abre y ve en la pantalla el número de Jeromo. Un escalofrío le
recorre la espalda.
—Disculpadme. Tengo que cogerlo.
Marlén sale al pasillo, camina
durante unos pasos, se apoya con el hombro en la pared y pulsa la tecla verde
del aparato.
—Sí. ¿Qué quieres ahora?
—Princesita, ¿cómo va todo? Ya ves
que tu Rey no se olvida de ti. ¿Has hablado ya con tu palomito?
—No le he visto aún. Estoy en el
trabajo.
—No me vengas con escusas. El
tiempo se acaba. Y ya me estás mosqueando. Recuerdas lo que hemos hablado. No
me gustaría tener que encargar un trabajito a alguno de mis amiguetes. Ya sabes
que conozco a lo más granado del talego. Mueve el culo y consígueme el dinero.
Pero ya…
Al otro lado del auricular se
escucha el sonido de la desconexión del teléfono. Marlén se queda apoyada, tal
y como estaba, durante unos segundos. Por la cara no le corre ni una gota de
sangre. Está entre la espada y la pared. Su mente no es capaz de encontrar la
solución adecuada. Oprime con fuerza el teléfono y vuelve sobre sus pasos al
camerino. Entra sin percibir que Antoñito
y Ava conversaban en tono de confidencia, y se sienta en la silla que ocupaba
antes de salir, como si todo su cuerpo pesase una tonelada. O se le estuviese
cayendo el mundo encima.
Detrás de ella entra el encargado
de la sala con un electricista. Saluda y les indica que faltan sólo unos
minutos para que se inicie el espectáculo de esta noche. Dirige la mirada a Ava
y le recuerda que ella va en primer lugar. Luego le urge para que, en el
momento que estén colocadas las luces, se termine de arreglar. A Marlén y a
Antoñito, les apremia para que estén dispuestos de inmediato, recordándoles que
la actuación de la cantante sólo durará unos minutos y que seguidamente, sin
más dilación, han de actuar ellos. En consecuencia, les sugiere que, cuando
salga Ava del camerino para su interpretación, hagan el calentamiento oportuno para
que su actuación sea lo más convincente posible.
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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