17
Las circunstancias de la vida son
imprevisibles. Llegan, te sorprenden y ponen patas arriba el equilibrio de tus
días. Para afrontarlas se necesita una buena dosis de calma y de intuición y, a
pesar de ello, no siempre se acierta en la elección del camino a seguir. A
menudo, el azar ofrece diferentes itinerarios, y es preciso elegir por cuál de
ellos se continúa la senda. En esa decisión se juega el futuro, lo queramos a
no. Marlén se encuentra frente a una de esas circunstancias que marcan el rumbo
de los hechos. Y acaso el de su vida.
—¿Tú has hecho alguna vez algo en
contra de tu voluntad?—Pregunta Marlén manteniendo la mirada fija en los ojos
de Ava. Intenta analizarla en profundidad, saber si de verdad puede confiar en
ella.
—Claro que sí, nena. ¿Por qué me
lo preguntas?
—Se me ha ocurrido de pronto.
—Muchas veces la vida te obliga a
realizar cosas que hasta ese momento ni siquiera han pasado por tu cabeza.
Recuerdo una vez que tuve que acostarme con el dueño de un cabaret para poder
asegurarme un mes de actuaciones diarias. El muy vicioso tenía unos caprichos
muy exquisitos. Le gustaba vestirse de nazi, con uniforme negro, botas altas de
cuero, cinturón de pistolera y gorra militar de plato. Se peinaba el pelo hacia
atrás y se colocaba una esvástica alrededor del brazo derecho. A mí me exigía
que me pusiese un vestido a rayas, como esos que se ven en las películas del
Holocausto, los que llevaban las presas, ya sabes. Me decía que yo era una
judía en un campo de exterminio y él, el comandante del puesto. Que tenía mi
suerte en sus manos. Y luego, los papales que en principio eran de esperar representáramos
cada uno, se cambiaban por completo. Me incitaba a que le insultase, le pegase,
le ultrajase y le quemase las plantas de los pies con un cigarrillo. Así se
excitaba el muy borrico. Luego me pedía que me pusiese a mirar por la ventana
con el vestido subido hasta la cintura, mientras el cerdo, el muy enfermo, el
repugnante personaje, se masturbaba mirándome el culo, sin tocarme siquiera.
—¡Qué cosas!
—Y que lo digas. ¿Tú has hecho
algo parecido alguna vez?
—Nunca.
—Y tu Inocencio. ¿Te pide cosas especiales?
—No. Es muy normalito. ¿Por qué
me lo preguntas?
—Por nada—contesta Ava, mientras
en su mente se dibuja la posibilidad de una fantasía con Marlén e Inocencio. Y
luego continúa.
—Oye, puedo hacerte una pregunta que siempre
me ha intrigado. ¿Qué sientes cuando actúas con otro hombre?
—Es complicado. No soy de piedra.
A veces intento pensar en lo que de verdad tiene sentido para mí. En otras,
sólo puedo dejarme llevar.
—Bueno. Debe de ser muy difícil.
Tanto como sincerarse cuando te quema algo por dentro. ¿Me vas a decir de una
vez lo que te pasa o no?
Marlén respira con profundidad y
baja la vista. Ya no puede disimular más su estado y decide sacarlo fuera. Las
palabras le salen de la boca igual que volutas de incertidumbre.
—Estoy metida en un buen lío. Y
no sé qué hacer. ¿Te acuerdas de Jeromo?
—Sí.
—Pues esta tarde ha aparecido
como si hubiese salido de detrás de una cortina y me ha dicho que tengo que
pedirle a Inocencio 100.000.- euros.
—¿Qué? ¿Y para qué los quiere?
—Según él, para montar un negocio
de teatro alternativo.
—¿Montar un negocio? Si ése no ha
trabajado en su vida.
—Ya.
—Pero…¿Tu novio tiene ese dinero?
—Estoy segura de que no. Jeromo
dice que se lo pida a su familia. Pero eso no es todo, me ha dejado bien claro,
que si es necesario empleará la violencia.
—Ése es capaz de todo. ¿Y qué
piensas hacer?
—No lo sé. Había pensado que tú
me ayudases a encontrar una solución.
—Una solución. No hay nada más
que una. Pídele el dinero a Inocencio.
—No lo tiene. Y no se habla con
su familia. Además, cuando se lo pida, ¿qué va a pensar de mí? Creerá que le
estoy utilizando. Y me fastidia que lo piense siquiera. Además, no se lo
merece.
—Y si buscamos otra persona a
quien pedírselo. No sé, al dueño de La
nuit, que ése debe de tener mucho dinero.
—No me atrevo. Ese tipo tiene
cara de ruin y de aprovechado. Me exigiría cosas a cambio que no estoy
dispuesta a darle. Tú me entiendes.
—Le podemos preguntar si conoce a
personas dispuestas a invertir en un buen negocio. O personas que tengan
contactos y que nos puedan solucionar la papeleta.
—Es que. No puedo contárselo a
nadie.
—¿Cómo?
—Que Jeromo me ha advertido que
si se lo cuento a alguien me atenga a las consecuencias.
—¡Vaya!
—Y si se lo cuento, como si fuese
cosa mía, al chico ese que hace el pase contigo. Me han dicho que conoce mucha
gente.
—No sé. Es una posibilidad remota
y también me la estaría jugando. No puede llegar a Jeromo ni una palabra sobre
el asunto. Si no estoy perdida.
—Podría inventarme algo
diferente, aunque la cantidad a pedir sea la misma. Tal vez podría funcionar si
le digo que necesito dinero para una intervención de cirugía estética.
—Ya. Pero tendríamos algo que
ofrecer en garantía para ese préstamo. Y no tengo nada con que avalarlo.
—Ya pensaremos en algo. Y si no,
ya sabes, no quedaría otra que decírselo a Inocencio y esperar a ver qué
solución tiene él.
Ava se levanta de la silla y se
dirige hasta donde está su radiocasete. Con movimientos ágiles y precisos toca
las teclas para sacar el disco de melodías románticas italianas que estaba sonando.
Busca en su bolso otro disco entre varios de los que iban sujetos con un
elástico. Luego cambia el ritmo y el color de la música. El disco elegido es
una selección de los mejores tangos argentinos.
—Vamos a espabilarnos, nena. Que
pronto llegará la hora de mi actuación y he de tener el tono necesario para
salir al escenario y comerme a los espectadores con mi arte.
—Si tú tienes la cuna del arte.
¿No seas tonta?
Ava ríe alagada por la ocurrencia
de Marlén. Tiene la impresión de que su humor ha mejorado. La mente de Ava se
ha puesto a cavilar. Está pensando en cómo sacar tajada del tema sin perder la
amistad de Marlén.
—Lo bueno que tiene ser tonta es
que no necesitas mucho esfuerzo para saber quiénes son los listos.
Las dos estallan en sonoras
carcajadas. Ava pulsa el botón inicio del radiocasete y tararea los acordes del
primer tema antes de que suene la música. Se vuelve hacia Marlén y le pregunta
sin darle opción a que se deje llevar por la energía del tango.
—No me has dicho nunca con
claridad cuáles son los sentimientos que tienes hacia Inocencio.
—Ni yo misma los conozco. Estoy
cómoda con él. Y eso, de momento, me es suficiente.
—¿Y de Jeromo, te queda algo en
algún rincón del corazón? Tuviste con él una historia muy tórrida, y esas cosas
marcan.
—Eso terminó. Además, le tengo
miedo.
—No sé. No sé. Te veo en los ojos
una cierta confusión.
—¿Tú crees?
—En el amor nada es lógico. Nadie
lo entiende. Y nadie entenderá la complejidad de los sentimientos humanos.
Llaman a la puerta. Al sonido de
los golpes le sigue una voz atildada que pregunta.
—Señorita Ava, el iluminador me
pide que le pregunte si para la actuación de hoy va a querer una luz de
candilejas, o una luz de frente, en el escenario.
Sin necesidad de acercarse a la
puerta, Ava contesta con soltura.
—Que sea la misma iluminación que
utilicé ayer. Quiero que se vea muy bien el vestido que voy a llevar.
El hombre que habla detrás de la
puerta pregunta de nuevo.
—¿Le preparo la banda de sonido
del tema que va a interpretar?
—Sí. Por supuesto. Quiero que
esté lista antes de que me den la voz de llamada para ir al escenario. Y que el
sonido en la sala sea tan bueno como en el paraíso.
—Pierda cuidado señorita.
Marlén escucha los pasos del
encargado de la sala alejarse rítmicamente por el pasillo exterior al camerino.
Dentro, la música de los tangos argentinos sigue marcando el paso de las dos
amigas, que ahora comienzan a pensar en agilizar los preparativos para la
actuación. Ava persigue en su mente las ideas que el problema de Marlén le está
sugiriendo. Se muestra un tanto ausente.
—¿Es que has estado en el paraíso
para saber cómo es su sonido? Dice Marlén para llamar la atención de Ava.
—Por supuesto que no. Es un
término que se utiliza en los teatros a la italiana. El paraíso es el último
piso de esos teatros. Desde allí hay una acústica muy buena. Los que disfrutan
con el sonido más que con la proximidad a la escena, prefieren el paraíso. Pero
en este garito no hay paraíso, es más bien un infierno, un abismo del que tú y
yo formamos parte ahora.
CONTINUARÁ
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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