20
Fernando Gómez se mesa la barba
con lentitud mientras parece reflexionar sobre lo que acaba de decir. Quizá
también él esté huyendo de su pasado, aunque le gustaría, como ha dicho hace un
momento, encontrase de cara con sus fantasmas para enfrentarse a ellos.
Inocencio deja la vista perdida en el poso de la copa de coñac de su amigo.
Ambos son víctimas de la profunda derrota, la desgracia que supone no alcanzar
sus principales objetivos, sus ambiciones, sus deseos. Inocencio despierta de
la momentánea zozobra, llama al camarero y pide otra copa de coñac para
Fernando y una cerveza para él.
—Invito yo —dice Inocencio
mientras saca la cartera, desdobla y sopesa un billete de veinte euros que
reinaba en solitario entre los pliegues de su billetera—, tenemos que sentirnos
vivos. Brindemos por nosotros, es preciso impedir que nada ni nadie destruya
las alas que llevamos dentro.
—¿Vivos? Yo ya casi no sé lo que
significa estar vivo. Me arrastro día a día por la calle en busca de alguien
que me conozca para hablar de teatro. Y agonizo por dentro. Los gritos de esa
agonía jamás se escuchan. Tampoco se leen en ninguna cartelera.
—Uff. Cómo está tu ánimo. Bebe.
Levanta la copa.
—Si ya lo dijo mi admirado
Fernan-Gómez, “hacemos un viaje a ninguna parte”. Somos cómicos zarandeados por
la miseria. Hacemos reír mientras lloramos por dentro. Pura farándula.
—Hay que reconocer que el viejo
maestro tenía razón en muchas cosas. Pero también somos parte de la conciencia
de este país. Somos necesarios. Podemos satirizar a la sociedad, y a los demás
seres humanos, porque somos capaces de reírnos de nosotros mismos.
—Quizá —matiza Fernando—. Ayer
tarde mientras caminaba por la Gran Vía me paré en una esquina porque estaba un
tanto fatigado y eché la vista al cielo. Me entretuve durante unos minutos
mirando las formas de las nubes, su evolución en el escaso cielo que dejaban
ver los edificios. Estuve buscando parecidos con el mar y con la vida. Y sabes,
sólo vi humo. Nada más que humo. Ni siquiera pude encontrar semejanzas con el
color del mar, ese azul energético que trasmite vitalidad al contemplarlo.
—No sé qué decirte. ¿Te cuento un
chiste?...
—Ni lo intentes. Hoy me lo ha
contado la vieja bruja de la pensión donde vivo. Me ha dicho que si no le pago
esta semana me desahuciará como a los que ve en la tele. Y yo le he contestado
que vaya llamando al banco, que es el dueño de mi cuarto. La bruja se ha ido
refunfuñando y maldiciendo mi estampa porque sabe que hace poco me enteré que
había invertido los ahorros en no sé qué acciones preferentes de un banco y lo
ha perdido todo. Para calmarla, le he dicho que no se preocupe, que yo siempre
pago, no como los que tienen dinero.
—Jajajaja. Qué fácil es compartir
la alegría y cuánto cuesta sentir la tristeza de otros.
—No es tan difícil. Imagina que
cae una gota de agua delante de tus pies y que es todo lo que han destilado tus
sueños.
Inocencio alza la cerveza y bebe
un trago. Intenta imaginarse cómo se siente su amigo. Luego piensa en el
presente, en la oportunidad que tiene para cambiar su futuro. Y le pregunta.
—¿Qué habrías hecho si hubieras
sabido que tu única oportunidad en la vida para conseguir tus sueños se había
escapado cuando dejaste marchar a tu amiga vedette con todos tus ahorros?
—No me lo recuerdes. Lo he
pensado algunas veces. Esa maldita mentirosa me jodió. Lo que entonces era amor
fue después odio, luego impotencia, y ahora una triste desilusión.
—¿La habrías matado cuando
comprendiste la magnitud del engaño?
—Tal vez. ¿Pero por qué me
preguntas eso?— Fernando vuelve la cara hacia Inocencio y le mira fijamente a
los ojos.
—No. Por nada. Porque alguien me
dijo una vez: bien puedes cuidarte de quien sea capaz de convertir sus defectos
en virtudes. Y los que mienten bien se aprovechan de ello.
—Asesinar a alguien es algo muy
serio. Es adentrarse en un mundo enigmático y perverso. Aunque introducirse en
la identidad de lo desconocido resulta tan atractivo como sentir miedo a la
oscuridad y apagar las luces de la habitación conscientemente. Si alguien te
jode hay que tener paciencia.
—Cada día resulta más difícil
tener paciencia —sentencia Inocencio mientras levanta la cerveza para dar un
trago largo que le sabe a pura amargura.
—No sé aún por qué sacas este
tema a relucir. Pero, mira… en la vida hay un camino que comienza con el primer
paso. En ese camino estamos todos los días, haciendo camino, como nos dijo
Machado, recorriendo la senda que jamás volveremos a pisar. Y es mejor, si es
posible, tender la mano a quien camina a nuestro lado para que sus pasos sean
más seguros. Quien nos la juega, al final siempre encuentra su merecido.
—Quizás tengas razón.
—Yo sé que tú eres un enamorado
de la obra de Shakespeare. Recuerda lo que le sucedió a Macbeth —Fernando
golpea reiteradamente con el dedo índice sobre la barra.
—Lo recuerdo. Es mi personaje
favorito. Pronto lo haré…
—Si no recuerdo mal, Macbeth mató
a Duncan porque así lo había decidido para colmar su ambición. ¿Viste la
versión de Orson Welles en el cine?
—Claro que sí. —Asiente Inocencio
con la cabeza y sigue hablando—. Al igual que en las versiones teatralizadas,
de las que he visto multitud, se presenta a Macbeth como un ser nacido para
matar. El personaje reflexiona en voz alta y nos va explicando lo que piensa con
total claridad. A veces nos parece un ser inocente.
—No sé qué te diría. ¿Inventamos
realmente un mundo de inocencia para Macbeth? ¿O es un mundo de maldad
dramática y un camino directo para llegar al desenlace final?
—No. Nada de eso. Yo creo que el
verdadero Macbeth es muy ambicioso, no repara en nada para conseguir sus
objetivos, no tiene escrúpulos, es un ser atormentado, inflamado totalmente por
sus bajos instintos. Un pobre diablo.
—Depende de cómo se interprete.
—Duda Fernando, hace una breve pausa y continúa—. Las palabras trasladan a la
voz del actor toda la belleza del arte. Lo que se escucha en el personaje es el
sonido del dolor, de la angustia, el hombre sufre por alcanzar su objetivo más
codiciado.
—Eso es lo que me gusta. Pero la
fuerza de Macbeth se va diluyendo a medida que avanza la obra, como si fuese
muriendo poco a poco, sucumbe en cada escena porque cada vez habla menos.
—No olvides que Shakespeare
muestra la ambición también en Lady Macbeth, su desmesurado deseo de
convertirse en la reina, que la presenta como la instigadora del crimen. Y que
quizá sea la auténtica culpable de los hechos y Macbeth un simple instrumento
en manos de la mujer.
—¿Cómo se vería el papel de Lady
Macbeth en su tiempo? Me hubiera gustado conocer las opiniones de los
espectadores —se pregunta Inocencio dejando la frase en el aire como colgado de
un hilo imperceptible.
—La obra no fue publicada en vida
del autor. Sí fue representada. La publicación data de 1623 y las primeras
notas que demuestran su representación datan de la primavera de 1611. Quizá hoy
veamos a Lady Macbeth con otros ojos, estando como estamos, acostumbrados a
tanto crimen, a tanta traición, a tanta intriga por conseguir el poder.
—Cuando las brujas predicen a
Macbeth que será rey, él lo da por seguro…Parece que hubiese esperado que
alguien le anunciara lo que ya latía en su interior. Macbeth dice: “que esconda
el rostro hipócrita lo que conoce el falso corazón”.
—Pero en el momento de la verdad,
duda. La buena imagen del rey Duncan le hace pensar en cómo se considerará el
asesinato de tan buen rey. Y ahí interviene Lady Macbeth, con el engaño,
haciendo que parezca que son otros los asesinos. Es ella quien proyecta la
forma de realizar el crimen y nunca se asombra de su maldad, ni rebate a su
marido —Fernando deja la copa que mantenía en la mano después de beber.
—Así es.
—Cometido el crimen, muertos
también los presuntos culpables, Macbeth se dispone a eliminar a su amigo, el
testigo de la predicción de las brujas y a quien éstas le dijeron que sería
padre de reyes.
—Después hace su presencia el
miedo. Los remordimientos crean monstruos. Aparecen los espectros que persiguen
al asesino, quizás recreaciones de su propia conciencia. Todo desemboca en un
final fatal para el asesino.
—Macbeth es un instrumento en
manos de las brujas, del destino que ellas rigen, le hacen una burla a la
realidad. La brujería y las alucinaciones se convierten en los acicates y
principales motivos de las acciones de Macbeth. Unas brujas que sólo ve él.
—Es un cobarde —dice con firmeza
Inocencio—. Todos los cobardes huyen cuando el miedo les calza los pies.
—Aunque al final recobra la
fortaleza y lucha contra ese miedo cuando pelea por su vida contra Macduff
antes de que éste le corte la cabeza. Macbeth muere con cierto honor.
—Yo insisto en la idea. Todo es
un juego del destino. Un juego divertido para las brujas que mezclan en sus
pócimas toda clase de maldad.
—La muerte —Fernando vuelve a
alzar la copa, bebe, chasquea la lengua, reflexiona como si presintiese algo sobrehumano
y pronuncia en voz baja—. Siempre la muerte…
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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