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Un acordeón, un piano y dos
violines, dibujan un decorado en el que se pueden imaginar dos jóvenes danzando
sobre un suelo de madera con movimientos estudiados y sensuales. Si seguimos
imaginando vemos a su alrededor una atmósfera de humo, aromas de vino, perfumes
muy potentes y luces escasas. Una voz varonil habla de que hasta el cielo se ha
puesto a llorar. La voz canta los sinsabores de la experiencia y el desarraigo,
la amargura, y también, por qué no, el optimismo con que hay que afrontar la
vida. Es una mezcla elegíaca de la lucha por la subsistencia.
Los tangos argentinos tienen
muchas tablas a la hora de interpretar que la vida es una danza pasional y sin
concesiones, un ejercicio de equilibrio entre la realidad y la ficción; podría decirse
sin temor a equivocarse, que son puro teatro. Utilizar las mismas expresiones, sin
añadir más matices, resultaría acertado si hablásemos de Ava. Pero no sería suficiente
para definirla. La cantante atesora todos los elixires de la experiencia. Hasta
hoy, su vida ha sido una constante de lucha permanente, contra todo y contra
todos. También contra ella misma. Conocerse, comprenderse y aceptarse, han sido
los grandes caballos de batalla de su existir. Domar esos caballos le ha
costado mucho más que conseguir trabajo y dinero; mucho más que obtener todos
los recursos necesarios para poder llevar una vida independiente; mucho más que
mantener la cabeza fría en los momentos decisivos; y mucho más que reunir el
dinero suficiente para poder hacer frente a los múltiples gastos que su estado
físico le ha demandado.
Ava conoce a la perfección todo
lo que se mueve en el mundo de las clínicas de estética. Comenzó muy joven a
necesitar del concurso de especialistas en la materia. Con los años fue frecuentando
a todos los gurús de la imagen que pueblan la capital. Hace ya varios años que la
ciudad Madrid se le quedó pequeña para sus necesidades. Muchas veces tuvo
miedo, también poco dinero, pero la angustia pudo más. Buscó soluciones por
toda España. Después conoció algunas de las mejores clínicas europeas. Y
finalmente, terminó viajando hasta Tailandia, donde encontró lo que buscaba
desde el principio: que comprendiesen el dolor que le causaba no ver en el
espejo a quien sentía por dentro.
Su vida en Madrid tampoco ha sido
nada fácil. Aunque ha podido sobrevivir con cierta dignidad, una dignidad que
sólo entiende ella, ha tenido etapas de bonanza y otras en que ha estado muy
cerca del infierno. Ahora tiene una cierta estabilidad en cuanto a lo
económico, lo justo para vivir. Sin embargo, las nubes de la incertidumbre se
ciernen sobre su vida cada vez que piensa en su vejez. De momento no le acucia
la urgencia, pero lo cierto es que los años
no perdonan, y Ava comienza a sentir la necesidad de buscar una salida más estable
para su futuro. Busca la tranquilidad sentimental y la seguridad que nunca ha
tenido, antes de que, como dice Gardel, las nieves del tiempo plateen su sien. Por
eso presta atención a todo lo que llega a sus oídos e intenta imaginar lo que a
ella le reportaría.
La cantante escucha los tangos
que suenan en su radiocasete mientras se arregla el vuelo de las pestañas con
mucha parsimonia. Alza la cabeza para poner rímel y ondular los abanicos de los
ojos y pregunta a Marlén de forma aparentemente ocasional, como si no diera
importancia a las palabras.
—¿Y de qué va ese proyecto de
teatro alternativo?
Marlén, que ahora mira su silueta
en el espejo con cierta desgana, no da mucha importancia al posible sentido de
la pregunta y la contesta de forma superficial. Ella no cree que Jeromo sea
capaz de montar un negocio. Ni que ése sea su objetivo final. Sólo se limita a
resumir lo que recuerda de lo que le ha contado su antiguo novio.
—Es algo así como un teatro
múltiple en un edificio de viviendas, un espectáculo en el que en cada
habitación se desarrolla una obra diferente. Los espectadores se pueden mover
por el local con total libertad.
—Pero eso ya existe. No. Yo
conozco un sitio en Chueca con esas características. Está en una de las calles
que confluyen con la de Hortaleza, no recuerdo ahora cómo se llama. Y que, por
cierto, está teniendo mucho éxito. Ya sabes que el barrio no es lo que era.
—Y que lo digas.
—Se ha convertido en símbolo de
modernidad, en vanguardia, en ejemplo de tolerancia.
—Y en estandarte de la libertad —apostilla
Marlén con mucho énfasis.
—A mí me encanta pasear por las
calles, ir de tiendas. Encuentras cosas divinas. Muy originales y con mucho
gusto. Y no te digo nada del ambiente que hay por las noches. Tú ya lo conoces.
Hay marcha en la mayoría de las calles y en todas las plazas: la de Chueca, ya
sabes, la del autor de Zarzuela, junto al metro, la del Rey y la plaza Vázquez
de Mella. Sabes con quién sales pero nunca imaginas con quién te vas a recoger.
Chueca se construye y se reconstruye a sí mismo como un barrio dinámico. Y
dicen que antes era un barrio peligroso, donde la delincuencia y la droga
corrían como el agua.
—Quién lo iba a decir. Aunque
algo queda de ello.
—Bueno, lo que te decía. Si ya
existen locales como el que me dices, ¿dónde está la novedad? —Pregunta Ava con
mucho interés.
—Jeromo piensa incluir en el
programa unas diferencias que considera “especiales” con respecto a cualquier
local conocido. Consistirán en unos servicios que no aparecerán en la cartelera
y que se ofrecerán con mucha discreción a determinados clientes, para que
luego, el boca-boca, haga el resto. Jeromo quiere satisfacer los deseos
inconfesables de los clientes con pasta, los que no se detienen ante nada.
—¡Vaya! Y tú has pensado, que si el
proyecto le sale bien, podría ser un tema interesante. Habría nuevas
oportunidades para nosotras.
—Yo creo que a Jeromo sólo le
importa el dinero. Debe de andar metido en un aprieto y lo necesita con
urgencia. Todo lo demás son paparruchas. Sé que está dispuesto a cualquier
cosa. Y la verdad, tengo miedo de lo que pueda hacerme a mí, y también a
Inocencio.
Sonidos porteños envuelven ahora
el camerino. Es Gardel quien canta con el clásico balanceo de su voz por las
cortinas del aire: Mi buenos aires
querido, cuando yo te vuelvo a ver…
Ava se detiene en las palabras de
la canción e imagina una vida que nunca tuvo, la vida de una artista de éxito
en los años buenos, en aquellas temporadas en que los veranos se convertían en
extraordinarios recorridos por los teatros de América del sur.
—Recuerdas cuando los artistas se
iban a triunfar a Buenos Aires. Eran otros tiempos, unos años en los que las
cosas del arte estaban tan mal en este país que había que irse fuera para
triunfar.
—Como empieza volver a ocurrir
ahora —añade Marlén.
—Los impuestos a la cultura han
aumentado. Se acabaron las subvenciones. La gente va menos a los locales. Dicen
que el número de espectadores en los teatros ha descendido notablemente. También
en los cines. Y que la cosa no va a quedar en un descenso ocasional. Caerán
locales, espectáculos, y ya verás dónde terminamos algunas…
—Se están cargando la cultura
—dice Marlén.
Ava se ha vuelto un instante del
espejo para mirar a la cara a Marlén. Deja el peine sobre el tocador y dice:
—Hay que ser optimista.
—Sí. Ya verás cómo pronto estamos
en el back-stage de alguna superproducción de Hollywood, rodeadas de guapos
actores, y de ayudantes de dirección que van de aquí para allá, pendientes de
nuestros caprichos.
Las dos ríen con cierta tristeza
la ironía mordaz de Marlén.
—Eso, como dos princesas.
—Ya me conformaba yo con que el
trabajo siguiera saliendo aquí, aunque fuese lo justo para ir tirando. Y lo de
princesas. Bueno, no todas las niñas quieren ser princesas, ni jugar a las muñecas
—matiza Ava volviéndose de nuevo hacia el espejo.
Una guitarra rasga ahora el aire
con su melancólico sonido. Gardel sigue transportando la atmósfera del camerino a
tiempos pretéritos. Ava se encuentra cómoda con la situación. Es consciente de
que puede influir sobre Marlén. Pronto tendrá que salir a escena y cuando regrese
será el turno de Ava. Después no sabe cómo se presentará la madrugada. Es en
este momento cuando tiene que actuar como si de una de las brujas de Macbeth se
tratara.
—No hemos concretado nada sobre
tu asunto. Deberíamos pensar en algo. Aunque sólo sea la forma que debes de
utilizar para pedirle el dinero a Inocencio.
A Marlén, que durante los últimos
minutos se había relajado, le cambia la cara. En ese instante, se escuchan los
nudillos de una persona tocando en la puerta como si fuesen el tañido de una campana de
buenas nuevas. Las dos giran la cabeza hacia la puerta. Y elevándose sobre el
tono en que canta Gardel: la noche que me
quieras / desde el azul del cielo / las estrellas celosas / nos mirarán pasar,
una voz de hombre con un tono completamente diferente al del argentino, se
escucha al otro lado del camerino.
—Ya estoy aquí. Ha llegado el
gran maestro del espectáculo. Por la puerta grande de la escena ha entrado Antoñito
Oportunidades. ¿Puedo pasar?
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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