Volverás a mirarme
sin espinas que te rasguen las sienes,
del mismo modo que antes me mirabas.
Las naves del olvido
vararán sus saetas en un puerto sin luces
y pasará este tiempo y sus larvas insomnes.
Quiero que esta velada devuelva fantasías
-ahora desleídas en la bruma-
a tu forma de ver las moras de la tarde.
Que las palabras rimen
aleteos de alondras en tus ojos,
y en tus dedos, las plumas de la noche.
A mis venas daré la consistencia
del talco y el rojo limpio
de una astilla en pavesa
para que no refulja el color negro
que da rutas al miedo por perderte.
Deseo que termine la tormenta
y amaine el viento de hiel y sombras
que ahora reverbera en nuestros cuerpos.
Entonces seré hoja de luz clara
que recubra tu cuerpo a todas horas
y el aire cerrará viejos postigos
en las puertas que guardan los rencores.
La tarde será espejo de tus labios pintados
y la luz del olvido vendrá con el crepúsculo.
(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio)
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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