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Después de hacer un gesto instintivo
para buscar el teléfono móvil, los ojos de Inocencio se detienen en un pequeño
insecto que yace muerto junto a una de las esquinas de la mesa.
—La muerte sigue siendo el gran
tema. Nos asalta día a día en todos los rincones del planeta y se percibe bajo todas
sus formas. Por eso es mejor no insistir en conocerla, en comprobar su cercana
certeza. Tarde o temprano nos alcanzará. Entonces uno puede ser enterrado o
incinerado. Incluso hoy es posible que tus cenizas viajen al cosmos por un
módico precio. Te mueres y las penas quedan para siempre, igual que cenizas
espaciales, perdidas en un abismo sin final, sin posibilidad de retorno.
Inocencio suspira mientras ve la
mosca muerta en el suelo.
—Existir, lo que se dice existir,
sólo se existe mientras te recuerdan. Me viene a la memoria una imagen en el
cementerio de Hollywood. Una vez estuve allí honrando a las viejas glorias del
cine. Mientras paseaba por los pasillos centrales vi cómo, al fondo, en la
segunda tumba de la izquierda, varias mujeres ancianas acercaban sus labios
pintados de rojo hasta la tumba de Rodolfo Valentino. La escena me impresionó.
Inocencio compara la
insignificancia de la mosca con la dimensión del recuerdo de los mitos.
—Los mitos permanecen. Viven más allá de la
muerte. Quizá la muerte, en algunas ocasiones, sea en pasaporte para el reino
de los mitos. Un reino que es de esta tierra. La muerte es entonces un precio
que hay que pagar para comprar una pequeña porción de eternidad. Un intercambio
de vidas ¿Pero de qué forma?
El estómago del actor vuelve a
reclamar su recompensa por haber aguantado tantas horas sin comer nada. Ya
tiene experiencia en eso. Intenta olvidarlo por unos minutos y sigue divagando
como un eremita.
—Los actores también tenemos que hablar de la
experiencia, de la del hombre en general y de la nuestra en particular. La
experiencia es el tiempo mismo. Y el tiempo se alarga mientras la vida se
acorta. Pasa. Pasa. Pasa.
Inocencio suspira al pensar en su
propia experiencia vital.
—La experiencia se desliza día a
día por una alfombra mullida sin que percibamos la solución de continuidad que
existe entre los pliegues de esa alfombra y el suelo que acogerá nuestros
huesos. Aparentemente no tiene límites. Pero nuestro tiempo, el de nuestra
existencia, sí que tiene un límite concreto.
Inocencio piensa en el tiempo que
le puede quedar de vida. Y un matiz de inquietud se dibuja en sus ojos al
comprobar que no sabe cuándo puede terminarse su tiempo.
—He de conseguir mi objetivo antes de que se
acabe mi tiempo, he de representar a Macbeth antes de que desaparezca ante mis
ojos la existencia, antes de que mi vida sea una liebre huidiza sin forma de
ser apresada, detenida, inmovilizada. La vida se va con toda la certeza de lo
que nunca vuelve.
El doblador de películas mira el
reloj.
—Ya es muy tarde…El tiempo,
siempre el tiempo y su condena.
Inocencio vuelve a mirar su
reloj.
—Es muy tarde pero aún me quedan
cosas de qué hablar, y las quiero decir ahora que no me escucha nadie, que solo
me oyen las cuatro paredes de este estudio.
El hombre respira y lanza sus
deseos al aire.
—Soy un actor que busca obra y
escenario. A ser posible Macbeth y un teatro de la Gran Vía. Así que, como hacen
los demás actores hablaré de los matices, de las pequeñas diferencias, de las
zonas más desconocidas del género humano, del misterio y de lo inefable. O
interpretaré el silencio. Después de todo, hablar por hablar, es pura falacia,
un vaho de palabras que enturbia las mentes como un cáncer sin materia… ¿Dónde
tengo el teléfono? …Sí. Tal vez sea mejor respetar el silencio. O la voz en off
tras el telón. Tal vez sea mejor retirase y hacer mutis por el foro… La nada…
¿Qué estoy pensando?... Sí. Yo soy un actor. Un actor que se gana la vida
doblando películas de dibujos animados. Un actor que quiere ser grande. Con
ambiciones. Que no se resigna al fracaso. Un actor que no se calla. Quizá esté
equivocado y ya no quede de qué hablar, pero es necesario seguir hablando,
aunque al final sigamos sin saber nada. Tal vez, algún día, encontremos un nuevo
veneno que nos agarre por el cuello, que nos estimule las mentes y que nos
acerque a la vida con pasión o con misterio.
Como si de pronto hubiese sido
sacudido por el latigazo eléctrico de la urgencia, comienza a moverse con
celeridad yendo de aquí para allá sin parar de colocar cada cosa en su sitio.
—Ya está bien por hoy. Está todo
recogido. Voy a apagar las luces y a salir por la puerta como alma en pena. Ya
es tarde. Huelo a sardina enlatada. Hay que tomar una cerveza y cenar algo. Se
me fue el santo al cielo. Pensaremos en todo lo anterior mañana.
Justo antes de cerrar la puerta
que da a la calle en el edificio donde ha estado trabajando, comienza a sonar
de forma insistente un canario de tonos agudos y metálicos.
—¡Vaya! Ahora suena el móvil… Estaba
en el bolsillo superior de mi chaqueta. Cómo no me había dado cuenta antes. Ha
estado aquí desde que me la quité esta mañana, totalmente inactivo durante más
de doce horas, como si estuviese sin batería, o quizá mecánicamente muerto. O
lo que es peor, como si yo no existiese para nadie, o a nadie importara, o a
nadie preocupara, a nadie, a nadie… Y ahora que termino la jornada de trabajo va
y suena…¿Quién será?
—Sí
—…
—¡Hombre! Cuánto tiempo sin
noticias tuyas. No te enfadarías con lo que te dije la última vez que hablamos.
Ya sabes que eres mi agente artístico favorito. Tienes algo ya para mí. ¿Qué me
cuentas?
—…
—¿De veras? No me puedo creer que
yo sea el segundo seleccionado para el papel de Macbeth en la función de la
asociación de vecinos del barrio.
—…
—Ya. Pero soy el segundo. ¿Quién
es el primero?
—…
—¡Ah! Entonces no debo tener
ninguna oportunidad.
—…
—Bueno. Otra vez será. Y dices
que…¿Cuánto te debo?...No se oye… Parece que se corta… Hay inter…fe…ren…cias.
Pi. Pi. Piiiiii…
Inocencio desconecta el móvil y
lo guarda en el bolsillo mientras masculla insultos a media voz.
—¡Maldito aprovechado! La carcoma de la
venganza corretea otra vez en mi mente. Aggg…Macbeth. Macbeth. Macbeth… Veo un
puñal ensangrentado flotando ante mi mano y quiero asirlo por el mango con toda
la fuerza que el odio genera en mis músculos. Es un espectro. Es un fantasma.
Es una señal. Una tragedia. Una traición… Mi agente dice que fue a él a quien
eligieron como primera opción para interpretar a Macbeth. ¿Cómo se atreve?
¿Cómo es posible que tenga tanta cara? Si yo soy el mejor actor posible para dar
vida a ese personaje. Si yo soy mejor. Si yo soy. Yo…
El actor de doblaje camina
enfurecido mirando alternativamente hacia al suelo y hacia delante mientras
gesticula como un poseso.
—De mí no se ríe nadie y menos
ese agente del tres al cuarto. Creo que voy a tener que hacerle una visita para
poner las cosas en su sitio. ¿Dónde estará ahora? Buscaré su domicilio en la
guía… Y parecerá un accidente, como en las novelas de género negro, sólo que
esta vez será verdad.
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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