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Hace tan sólo cinco minutos que
Marlén ha recibido la llamada de Jeromo y aún no ha cesado el temblor en su
cuerpo. La inquietud sigue incrementándose segundo a segundo. En su oído
resuena la voz grave y rota por el alcohol y las drogas del infausto personaje.
Con un tono pausado le ha anunciado que quiere verla de inmediato. Ella le ha
dado varias escusas para eludir la cita, pero ante la insistencia del lobo
enjaulado que parecía ser el que mordía las palabras al otro lado del teléfono,
ha terminado cediendo.
La cita es en la Tasca de Erik, un local alternativo del
barrio madrileño de Chueca. De camino al local, Marlén ha desconectado su móvil
sin darse cuenta de lo que hacía. No ha reparado en que pudiese necesitarlo de repente,
ni en el posible peligro que pudiera correr cerca de Jeromo. Tan sólo ha
pensado en que nadie le importunase mientras hablara con él. Tal vez era su propio
subconsciente quien le obligaba a desconectar el terminal de la memoria de su
pasado. Sabía que se avecinaban problemas.
El local de Erik está muy
concurrido a últimas horas de la tarde, cuando muchos andan buscando planes
para la noche. La música de fondo es un recopilatorio de los éxitos de Sabina.
La decoración tiene de todo menos armonía y estilo. Las miradas se cruzan en
todas direcciones como anzuelos de melaza buscando un asidero para los cuerpos.
Nadie pondría frenos al deseo en estos momentos. Nadie, a excepción de Marlén.
Vestido con su habitual chupa y
pantalón vaquero, Jeromo ha cruzado los portales del local marcando terreno con
el sonido metálico de las chapas que lleva adosadas a las botas de cuero.
Mientras tanto, Sabina dice a los clientes del garito que, “les dieron las diez
y las once y la una”, a una pareja imaginaria. La música es una broma macabra
que puede gastar el destino a Marlén esta noche.
—Buenas tardes, princesa —saluda
Jeromo con ironía. Le brillan los ojos y sus cejas se han levantado como el percutor
de un revolver.
—¿Qué quieres? —Contesta Marlén,
buscando un gesto en el hombre, una señal por la que pueda sentirse
tranquilizada. Pero no encuentra más que un signo de afirmación de sus temores
ocultos. La cara del hombre parece cubrirse de una identidad forzada, una falsa
sonrisa de afecto, un beso robado a la modestia.
Un abrazo de oso cavernario
enlaza sus cuerpos. Marlén intenta retirarse con fastidio de la acometida del
hombre. Sabina canta al fondo cómo pasan dos personas por el bulevar de los sueños
rotos, desconsolados. “Palomas negras de los excesos”.
—No te pongas así pequeña. Es que
tenía muchas ganas de verte. Hace meses
que no te muerdo en el cuello…Ja, ja, ja,…
Marlén tuerce la cara en señal de
desagrado. Un escalofrío recorre su cuerpo como un relámpago de tensión
acumulada, de indescifrable inquietud.
—Ven aquí, vamos a sentarnos en
ese rincón. Tengo que proponerte un negocio.
Jeromo toma a Marlén por el brazo
y la conduce hasta una esquina del local donde hay una mesa y dos sillas libres.
Los dos se sientan y Jeromo hace una señal al camarero para que les lleve dos
cervezas.
—Al grano. Tengo prisa. ¿Qué es
lo que quieres de mí? —Dice Marlén intentando que la entrevista termine lo
antes posible.
—No te pongas arisca princesa. Tú
sabes que eso no te sirve conmigo. Y además, lo que pasa es que, esos morritos
me la ponen como a un burro. Aunque eso lo disfrutas tú luego, guarrona… ja, ja,
ja.
Marlén se remueve en la silla y
bebe un trago de la cerveza que le acaban de dejar sobre la mesa.
—Tengo un buen negocio entre las
manos. Pero necesito un poco de “guita” para realizarlo. Es un pellizquito de nada.
Y además será parte de tu capital en el negocio. Porque tú también podrás
beneficiarte y trabajar en el local que pienso abrir. Va a ser la bomba en
Chueca. Y en Madrid no se ha visto nunca una cosa como la que tengo en
proyecto.
—Yo no tengo un euro. Ya lo
sabes. Voy viviendo al día.
—Algo tendrás ahorradito, princesa.
Con esa carita tuya. Y esas tetas. Y ese culo. Y esos muslos…Seguro que los
hombres se dejan los billetes contigo a sacos.
—No me vengas con escusas. No hay
ningún negocio ni nada que se le parezca. Tú, lo que quieres, es dinero para
tus vicios.
—¡Qué va! Muñeca. Esta vez va en
serio. Voy a establecerme como Dios manda.
—¿Establecerte tú? Que no has
trabajado en tu vida, ni sabes lo que significa esa palabra. Me muero de la
risa.
—Sí querida. Voy a ponerme como un
señor. Mi negocio. Mis empleados. Mis lujos. Mi querida, que serás tú.
—Ni lo sueñes. Lo nuestro terminó
hace mucho tiempo. Y no hay vuelta atrás.
—Pues se empieza otra vez.
—No. Además estoy con otro
hombre.
—Sí. Ya lo sé. Pero de eso hablaremos
después.
En la música de fondo Sabina habla
de jugar al escondite inglés en las ruinas de los cabarets. El ir y venir de
los clientes es ajeno a la conversación que se sigue en el rincón del local. Y
Sabina menciona a Al Capone en Chicago, luego sigue con una relación de
personajes que podrían ser muchos de los clientes del local, pero ninguno como
Jeromo, el insigne flautista de la “farlopa”. Y éste sigue hablando con la boca
dilatada por la cerveza.
—Primero quiero asegurarme de que
vas a colaborar conmigo.
—Ni lo sueñes. Yo contigo no voy
a hacer nada.
Jeromo se abalanza sobre ella, la
toma por el brazo izquierdo y le aprieta con fuerza. Marlén se retuerce
dolorida.
—Suéltame. Me estás haciendo daño…Voy
a gritar…
—Si gritas me vas a recordar para
toda la vida muy pronto. Justo cuando te saque de aquí…
Jeromo se acerca al oído de Marlén
y le susurra:
—Estoy deseando metértela por el
culo y hacerte gritar como una perra.
Marlén se estremece en su silla.
Una mezcla de miedo y de excitación recorre su cuerpo igual que una ola de tsunami.
—Además tú no querrás que te
suceda nada. ¿Verdad? Ya sabes que yo cuido de ti siempre. En la calle hay
mucho desalmado que puede abordarte tras cualquier esquina y hacerte un corset
con la navaja. ¡Pobrecita mía!...
Marlén se encoge en su suéter de
cuello alto.
—Y no es que te puedan matar. No.
Lo peor es que te dejen la cara marcada… Y maltrecha… Anda princesita. Serénate.
Voy a pedir otras dos cervezas y te voy contando lo que tengo entre manos.
En los equipos de sonido de la Tasca de Erik, Sabina dice que lo suyo
duró lo que dos peces de hielo en un whisky. Pero esta vez parece que la
historia, a pesar de lo que desea Marlén, va a durar mucho más.
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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