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Inocencio pasea como un loco por
la habitación donde trabaja. Habla solo, es consciente de que nadie le escucha.
Tampoco tiene quien le dé la razón, ni quien le rebata sus opiniones. Las
personas que trabajan en el mismo estudio hace horas que terminaron su tarea y
el último en salir le dejó las llaves para que cerrara. —¡Miseria de vida!—
exclama. Y continúa llenando las paredes con las ondas expansivas de sus
palabras.
—A veces las cosas parecen complicarse por cuestión
de brujería. Y las brujas existen. ¡Ya lo creo! Alguien me dijo una vez que somos
un rebaño cuyo destino está en manos de las brujas. Y aseguraba que las brujas comienzan
a amamantar los corderos desde pequeños con leche que mana directamente de la
teta de la ignorancia. No les interesa que piensen mucho para que no se salgan
del rebaño. Después les dan un pienso a base de pan de conformidad y
sometimiento. Mientras siguen creciendo les aleccionan, condicionan y
predestinan. También les van poniendo un original concepto de libertad como
escudo para sus flaquezas: es una coraza de falsedades que todo lo ampara y
acoge, un instrumento más para el control del rebaño. Las brujas lo hacen en
defensa de los que verdaderamente tienen libertad y absoluta impunidad para
conseguir lo que desean, que no son precisamente los corderos. Paralelamente a esas
acciones deliberadas, y siempre en nombre de la sagrada libertad, las brujas
mandan callar al que se oponga a la vida que les regalan, o al que discrepe con
los cuidados de las meigas. Y si todo esto no fuese suficiente, entonces las brujas siempre señalan a la oveja negra
del rebaño con el dedo acusador. El resto de los corderos quedan listos para el
sacrificio y para el comercio de sus almas inocentes. Eso sí, se hace todo con
mucha benevolencia por parte de las favorecedoras de hechizos y los corderos más
necesitados son objeto de la caridad de los que pueden permitírsela. Y a estos
últimos, que son la mayoría, se les da a elegir entre los productos más económicos del
supermercado, para que no digan que no pueden ejercer su libertad. ¡Qué
cosas!...
El doblador de películas cierra
los puños y sacude la cabeza.
—¿Y si la vida fuese así? ¿Y si
el equivocado fuese yo? Me rebelo. Vaya enfado estoy cogiendo yo solo. Marlén
dice que este mundo está hecho así, que no hay forma de cambiar nada. Que sólo
nos queda el recurso al pataleo.
Se relaja y das dos vueltas sobre
sí mismo igual que hacen algunos de los personajes animados que dobla cuando
van a transformarse.
—¿Y si me hubiese hechizado una
bruja? Recuerdo que una vez tuve un sueño en el que una bruja me decía que
haría en la vida algo señalado por lo que obtendría una cadena de oro que sería
mía durante treinta años…
Inocencio se pasa la mano derecha
por la frente como si estuviese secándose un sudor inexistente.
—Creo que empiezo a necesitar una
cerveza. Miro la posición de las agujas de mi reloj de pulsera. Lo hago primero
de soslayo como si fuese uno de esos corderos que antes aparecían en mi
pensamiento y después de frente y con firmeza, con la tozudez de una oveja
negra. Es ya muy tarde para comenzar a doblar de nuevo. Pero aún no es
demasiado tarde para terminar la jornada sin horario que tengo cada día. Sin
horario reglamentado… Que es hasta que pueda, hasta que mi garganta aguante.
¡Miseria de vida!
En la obra del poeta inglés, las
brujas de Shakespeare advirtieron a Macbeth de parte de los hechos que le iban
a suceder. Inocencio anhela encontrase con una bruja que también le advierta a
él de su destino. No se da cuenta de que la vida ya lo ha hecho. Y que tal vez
también le hayan advertido las circunstancias de su vida sobre las escasas
posibilidades que posee de mejorar su futuro, pero él aún no quiere reconocerlo.
—¿Será Marlén mi brujita? No,
ella no me haría daño.
Inocencio piensa que entre las
magias de las brujas está la facultad de profetizar y de saltar en el tiempo con
la facilidad con que lo hace una mota de polvo por el aire. Por tanto, cree que
en cualquier momento se va a ver frente a ellas, y que su presencia va a
cambiar el destino que tiene asignado. Inocencio sufre de una alucinación
momentánea. Ve en la pared la silueta de una figura oscura bebiendo lo que
parece ser un cuenco con sangre, su propia sangre. Y aunque su mente vuela
hacia los territorios inexplorados de los sueños, sin embargo, aún le quedan
algunos destellos de cordura:
—Lo que importa es hoy y es ahora
—, se dice—. ¿Dónde estará mi Marlén?
Ha pasado casi todo el día
encerrado en la habitación donde trabaja. El tiempo sigue decantando las gotas
inaprensibles del tedio. Pero no es así exactamente cómo se siente. Su estado es
una mezcla de cansancio, aburrimiento y hastío. Tiene la percepción de estar en
un callejón con pocas salidas.
—¡Miseria de vida!
En un arrebato de mal humor
decide ir terminando la tarea de hoy. Ahora va a parar el motor del proyector,
a cerrar el sistema del ordenador, a desconectar los enchufes de la mesa de
mezclas. Y finalmente va a mandarlo todo a dónde los aromas no son precisamente
los del jazmín, el galán de noche, los limoneros, o las rosas del huerto de su
infancia.
Su mente no descansa, sigue
activa, no puede desconectarla como ha hecho con todos los instrumentos
eléctricos. Inocencio se vuelve a preguntar qué decía el gato Mico. Reflexiona
sobre cómo era el trasfondo que había en aquellas palabras. No olvida la sensación que tuvo al
escucharlas hace un rato. Y le vuelve a bombardear el cerebro el soniquete de la
frasecita dichosa:
—Ya no queda de qué hablar. Eso
será, pienso yo, si no queremos enfadar a nadie, que no es bueno tener
enemigos. Ya se sabe: haz amigos que los enemigos vienen solos. Y además uno
nunca entiende por qué.
Busca la botella de agua y bebe
un trago.
—Claro que queda de qué hablar.
Las cosas no son hoy iguales que ayer. Es verdad que los temas son los mismos de
siempre, que sólo se presentan con algunas variantes. Para los actores, hablar
del tiempo y su inexorable paso, del amor, de la muerte, o de la experiencia,
es nuestro signo definitorio. También lo es transmitir la información de los
sentimientos, el hastío, el vértigo, y tal vez, la esperanza. Un actor tiene
que hablar de todo lo que concierne al hombre. ¿Qué nos dirían los griegos si
no lo hiciésemos?¿Dónde están las raíces de nuestra cultura?
Inocencio recuerda los orígenes
del teatro clásico.
—Hoy parece que hemos olvidado de
dónde venimos y cuál es el origen de nuestra cultura. Y sería bueno que
recordásemos nuestros orígenes. Y no seamos tan soberbios.
Vuelve a beber agua.
—Creemos saberlo casi todo pero aún
seguimos preguntándonos qué es el amor. Yo también me lo pregunto cuando pienso
en Marlén. Y dudamos. Quizá amar sea dar sin esperar nada a cambio. No lo tengo
claro, ¿qué sería yo sin recibir nada de Marlén? Tal vez amar sea recibir el
legado inmaterial de lo que hemos dado. O quererse a uno mismo en la naturaleza
de los otros. O entregarse a los demás y complementarse en ellos…
Respira pausadamente.
—No sé. ¡Hay tantas posibilidades
de entender el amor como seres vivos andamos por este planeta! Y el entorno
también condiciona. Ahora vivimos en una sociedad cada día más excluyente,
menos favorecedora para que se desarrolle la comunicación sincera y para que se
produzca el encuentro íntimo; las personas tienen más dificultades para que se
pueda consolidar el amor de verdad.
Inocencio considera todas las
distracciones que nos roban el tiempo necesario para dedicar lo mejor de
nosotros al amor.
—Hoy el sexo cibernético rinde
pleitesía a la soledad. La celeridad del tiempo y el ritmo vertiginoso de
nuestras vidas, provocan que el amor y la procreación también sean aplicaciones
informáticas, o experimentos de la genética en vidrio, elección a la carta del
color de ojos y del género de los descendientes… o vaya usted a saber qué nos
traerá el futuro. Y no hemos pensado en la ética de la clonación, ni en sus consecuencias.
¿Dónde se va a quedar el verdadero contacto entre dos almas complementarias?
Algunas de estas cosas y otras semejantes, se las comento a Marlén de vez en
cuando, y ella me dice que estoy equivocado, que debo confiar en lo que ha sido
siempre parte de nosotros, que nada podrá sustituir a los sentimientos, ni el
ordenador más futurista. Por cierto, tengo que llamarla. No sé dónde andará
esta noche. Y cada vez me están entrando más ganas de verla.
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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