Cada vez que me falta el tono necesario
para afrontar los días con la dosis precisa
de fortaleza interna, recurro a tu luz mágica.
Complacida preparas una mezcla
que posee el poder del magnetismo:
tu sonrisa, dulzura y una pizca de morbo.
Añades algo sin nombre que llevas por dentro.
Pones la ralladura de un limón,
un cuarto de jalea bien templada
y una cucharada a ras de agua de luna.
Esparces sobre pan el resultado
y me lo das con paciencia, a porciones,
como a un hombre falto de cariño.
Tu pócima repara del cansancio,
coagula la herida que se abrió
en el subsuelo triste del pasado
y dora la materia de los sueños.
Luego vuelvo a templar las espadas luminosas
con las que corto el aire maloliente
que respiro a la sombra de la ciudad despierta.
Lo confieso, a tu lado, la vida es un retal
del tejido del tiempo que me toca
y que tiene la esencia del misterio.
(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio)
Todos los derechos reservados.
Mariano Valverde Ruiz (c)
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