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Inocencio levanta los brazos y se
ajusta de nuevo, por enésima vez, los cascos por los que le llega a los
pabellones auriculares el sonido original del film que está doblando al
castellano. Son diálogos en un inglés tejano, propio de películas de vaqueros, puesto
en boca de personajes animados.
—Ya no siento las orejas, igual
que aquel héroe cinematográfico de las películas bélicas, no sentía las
piernas. Soy un Rambo del doblaje. Estoy… ¿cómo expresarlo suavemente…? ¡Hasta
los orejones de todo! Podría decir, de una forma consecuente con mi actual
estado de ánimo, y utilizando una imagen entendible, que estos caparazones de
tortuga parlante son mis orejas, las mismas que en ocasiones escuchan los
comentarios sobre la actual situación social, política y económica del país. ¡Si
yo hablara!
Su mente hace esfuerzos por no
salirse del guion. Retoma la atención en los papeles y pronuncia con acento mejicano.
—Ándele, ándele…
Debe olvidarse del cansancio y
continuar la labor del día. Ha de intentar que no se le note el retintín de mal
humor que lleva por dentro cuando verbaliza una frase. Sin embargo, al
pronunciar “ándele” no puede evitar pensar a dónde mandaría a algunos de los
que le han sumido en esta crisis. En esta situación de la que no es culpable.
—No tienen perdón. Los mandaría a
todos a la hoguera de la inquisición. Los corruptos son los responsables. ¡Esos
sí que se han llevado la sardina del plato! Y ya lo dicen las abuelas, sardina
que se lleva el gato, no vuelve al plato.
Recompone la figura después de
girarse en la silla y sigue con el doblaje.
—Corre. Corre. Cuanto más corras
más sabroso estarás. Te comeré a la parrilla, o en pepitoria, o con lechuga,
mostaza y kétchup. Mmmmm. ¡Qué rico!
Inocencio tiene hambre. La jornada
es interminable y el estómago ya le hace señales para que rellene sus paredes
con algún jugoso manjar, aunque sea sencillo y humilde.
—Necesito un bocadillo de jamón con su tomate
y todo. Pero aún no es el momento. ¡Qué lástima! Hay que trabajar muchas horas
en esta profesión para poder vivir. Lo de la dignidad es un lujo que todavía no
me puedo permitir. Se lo debo a los que aprietan el cinturón al país desde sus
lujosas mansiones en paraísos tropicales, tumbados bajo sus sombrillas fecales,
perdón, quise pensar… fiscales. Bueno, que cada uno entienda lo que quiera.
Menos mal que nadie escucha mis pensamientos.
—Mick, mick…Mick, mick…Pjjjfiuuuu.
Tiene que ganarse la vida con un
trabajo alternativo. Es actor. Un actor fracasado. Aunque él no piensa exactamente
lo mismo.
—Podría matizar un poco más ese
término y decir que soy, de momento, un actor frustrado. Hay una sutil
diferencia entre una cosa y otra. Es una frontera tan liviana como la que
separa el fracaso del éxito. ¿Y dónde está la línea que separa el fracaso del
éxito? ¿Quién lo sabe? Yo no. Al zorro le acaba de estallar un petardo en la
cabeza. El artefacto explosivo era el arma con la que pretendía cazar al
correcaminos. Ha fracasado en el intento y no por eso deja de ser zorro. Por
tanto volverá a intentarlo. Digamos que podrá tener un éxito diferido en el
tiempo. Su trabajo es alcanzar el punto exacto en que él y su éxito confluyan.
—Booorummmbbb.
Inocencio sigue pensando mientras
llega el instante de los siguientes sonidos a imitar.
—Algunos me califican
directamente como un perdedor. Yo no lo tengo claro. ¿En qué pueden apoyarse
quienes me tildan de perdedor? ¿En qué fundamentan sus razones para decir que
no sirvo para la profesión de actor? ¿Cómo pueden desvincularme del oficio que
me hace sentir completamente feliz? He nacido para el trabajo de intérprete,
una profesión que me puede definir certeramente como un ser adaptado a las
circunstancias. He venido al mundo para realizar la labor de un alquimista de
ilusiones, para ejercer la actividad más apreciada por los dioses del Olimpo y
con su práctica convertirme en un hombre realizado.
—Mick. Mick.
Inocencio tiene claro que el suyo
no es un oficio muy lucrativo. El actor no produce grandes beneficios a las
empresas, solo distrae, enseña, divierte y, además, incrementa la conciencia de
la gente. Por tanto, la interpretación, como él la entiende, no es una
actividad que mejore el estado de las arcas de las grandes corporaciones
financieras sino que, más bien, facilita la solvencia del pensamiento
colectivo. Él es un obrero de la cultura, de la tradición y de la memoria.
—Y como cada vez se apoya menos a
la cultura es muy difícil hacer carrera. El actor de raza sobrevive haciendo
funciones teatrales, una tras otra, sin pausa. O grabando entre medias algún
programa televisivo, participando en el rodaje de alguna película de producción
independiente, o haciendo lo que salga. Hoy ni siquiera eso está a mi alcance. ¡Cuánto
añoro trabajar en el teatro!
Mira hacia la pantalla y lee
vocalizando mucho.
—Me parece haber visto un lindo
gatito.
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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