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La noche se le ha echado encima.
Es una noche negra como la gangrena. Una noche que se ha tragado su
tranquilidad como un dinosaurio venido del más allá, desde los últimos
recovecos del pasado. Marlén está desencajada, fuera de sí. Su interior es una
jaula donde en estos momentos está presa la calma, y su mente es una jungla de
nervios alterados por las palabras y los gestos de Jeromo.
Ha salido de la Tasca de Erik buscando aire y se ha
alejado caminando por la calle sin mirar hacia atrás. Las amenazas de su antiguo
novio le han cambiado el estado de ánimo. Pensar en la posibilidad de
traicionar la confianza de Inocencio le hace sentir la más miserable de las
criaturas.
Recuerda ahora cómo la miraba el
día que lo conoció, el tono acaramelado de sus palabras, el volcán interior que
intuyó tras su piel cuando cruzaron sus manos y sus mejillas. Recuerda cómo
estuvo buscando durante toda una semana la forma de convencerla para salir a
tomar una copa. Y recuerda también los requiebros de las sesiones del curso que
compartieron.
—No se lo merece. No. Pero qué
otra salida tengo—. Piensa con amargura.
Como si de un clavo hiriente se
tratara recuerda el efecto de la letra de Sabina: “amores que matan nunca
mueren”. Escuchó aquellas palabras durante uno de los silencios en que Jeromo
la dejó pensar en lo que le estaba proponiendo. En algún momento pasaron por su
mente los juegos de dolor de la tragedia, fue al notar cómo la sangre se le
subía al cuello para compensar el efecto de las palabras de Jeromo. Pero ahora no
cree sentir con tanta fuerza para que sea la muerte una opción a considerar
para solucionar el conflicto que la propuesta de su antiguo novio le ha
provocado.
Marlén su cruza de frente con una
pareja de enamorados que distraídos con los arrumacos casi chocan con ella. Los
ha esquivado en el último momento y han seguido su camino sin percibir siquiera
la muestra de fastidio de la mujer. Por un azar del pensamiento, le vienen a la
mente las historias de Romeo y Julieta
y de Los amantes de Teruel. Siempre
ha sido una romántica. Ha llorado a moco tendido viendo las películas en que
los amantes vencen todas las trabas que se oponen a sus deseos y terminan
fundiéndose en un beso dulce. Ha imaginado muchas veces que esos besos tienen
sabor a melocotón.
Ahora se pregunta si su aventura
con Inocencio será otro sueño roto, otro de tantos intentos por conseguir
alguien a su lado que la quiera por lo que ella es y no por lo que su figura sugiere.
Se cuestiona si será otra oportunidad perdida, otra forma de ir muriendo poco a
poco, otra manera de seguir caminando hacia una soledad compartida con el
silencio, un sendero hecho con las múltiples desilusiones que tachonan su
pasado de losas de mármol donde reposan sus amores frustrados.
Marlén camina por la acera
buscando un clavo al que asirse, una salida airosa para la situación en la que
acaba de meterse. No ve nada claro. Ha sacado el móvil para llamar a Inocencio
y preguntarle cómo ha pasado el día. Lo ha conectado con la idea de escuchar su
voz, de intuir su respiración tan sólo. Pero ahora no se atreve a marcar. No quiere
que Inocencio le note nada, no desea que intuya lo que le corroe por dentro
antes de que ella misma sepa lo que va a hacer. Después de pensarlo, prefiere
guardar de nuevo el aparato tras mirar su pantalla durante al menos dos minutos.
Ha decidido dejar su duda reposar en el bolso.
Al realizar el gesto de colocar
de nuevo el móvil en el bolso, su reloj de pulsera ha quedado ante sus ojos. Marlén
mira la hora con detenimiento. Es muy tarde y debe dirigirse directamente hacia
el local donde realizará la sesión artística de esta noche. Allí tomará algo de
alimento para aguantar hasta altas horas de la madrugada. Quizá durante esas
horas pueda aclarar sus ideas y ver de qué forma ha de enfrentarse a la cara de Inocencio sin
que éste le note lo que lleva por dentro.
Marlén conoce bien a Jeromo. Es
un ser rudo y sin sentimientos, de reacciones imprevisibles. El consumo de
estupefacientes le ha convertido en una bestia que sólo se mueve por los bajos
instintos. Sabe que no se parará ante nada, ni ante nadie, para conseguir su
objetivo prioritario: el dinero. Y siente un miedo que le va paralizando poco a
poco, un miedo que modifica su habitual forma de caminar, la que realiza contoneándose
como una góndola esbelta junto a las
aguas del Manzanares.
Después de haber caminado durante
más de media hora, Marlén comienza a calmarse y a considerar las opciones que
tiene, o al menos las que ahora ve. Hubiera dado lo que fuera por despertar en
este instante y darse cuenta de que tan sólo estaba leyendo una novela, de que
se trataba de las páginas de una historia cualquiera entre unos personajes cualesquiera
del Madrid del siglo XXI. Pero no, está despierta, va caminando hacia su lugar
de trabajo en la noche madrileña, es su historia la que está en juego, es su
oportunidad de conseguir la felicidad, que tal vez se encuentra tras la
relación con Inocencio, la que puede perderse. Y tiene miedo por lo que pueda
suceder, tiene miedo por sufrir las consecuencias del destino si vuelve con
Jeromo, si le hace el juego una vez más, si pierde la posibilidad de conducir
su vida y se ve envuelta en una vorágine cuyo final desconoce. Está atrapada en
la fatalidad que siempre lleva consigo la cruda realidad de la vida.
Jeromo ejerce un extraño poder
sobre ella. No entiende qué es lo que tiene para sentirse a veces atada a sus
caprichos y a veces excitada tan solo con su presencia. Unas veces le adora,
mientras que, en otras ocasiones le odia con todas sus fuerzas por su despotismo,
por su falta de tacto, por su falta de consideración, por usarla como a una
bolsa de basura. Sin embargo, cuando nota toda su fuerza contra ella como un
vendaval de deseo, cree que un hombre así, con esa energía primitiva, la
protegerá contra toda adversidad que la vida le presente, le dará el refugio
que siempre le ha faltado.
Su historia con él siempre ha
sido una relación de amor y de odio. Sabe que nuca le fue fiel, e incluso, ella
misma fue varias veces testigo de sus infidelidades. Las peleas posteriores
eran una explosión de hormonas hecha insultos, agresividad, llanto y utensilios
rotos. Luego él le decía que no quería a ninguna más que a ella, que era su única
princesa. Le hacía el amor de forma salvaje. Y ella le perdonaba. La última vez
que discutieron fue él quien se alejó. Marlén supo después que estaba distraído
con un asunto legal que le tuvo a la sombra varios meses. Durante ese tiempo
había conocido a Inocencio. Y fue como si un arroyo de paz y de buen humor
hubiese inundado de repente su corazón.
Ahora son pocas las opciones que
tiene. La primera sería decirle a Inocencio lo que le ha encargado Jeromo,
plantearle las cosas con todo el dramatismo de que sea capaz, y suplicarle que
le ayude a liberarse de su enemigo. Tendría que mentirle para ello. Pero si
Inocencio consigue el dinero, y si ella se lo da a Jeromo, tal vez éste pueda
dejarla en paz. Marlén piensa además, que si es verdad que Jeromo cuenta con
ella para su negocio, tal vez podría, con los años, devolverle el dinero a
Inocencio. Y el tiempo pondría cada cosa en su lugar. Pero… ¿y si Jerono no se
conforma con los 100.000.- euros? Entonces, ¿qué puede suceder?
La segunda posibilidad es decirle
a Inocencio la verdad y entre los dos encontrar la forma de librase de Jeromo. En
ese caso tendría que encontrar el momento y las palabras precisas para
decírselo. Tampoco tiene una solución clara que proponerle a Inocencio, algo
diferente a la opción de darle el dinero a Jeromo. Podría ser que se opusieran
radicalmente a los propósitos del hombre de las botas con chapas metálicas y se
enfrentaran a él, pero, conociendo el carácter de los dos hombres, uno muy
violento y el otro pacífico por naturaleza, es casi imposible que lo puedan
conseguir. Y tampoco tiene muy claro cómo pudiera reaccionar Inocencio ante un
reto semejante.
Tras andar dubitativamente por
varias calles, ahora acelera el paso con una idea fija en la mente. Quiere
llegar lo antes posible a su lugar de trabajo. Allí estará Ava, y necesita
hablar con alguien. Aunque Jeromo le ha advertido que no hable con nadie de sus
planes, tal vez charlando con Ava, la encargada de realizar la actuación que va
antes de la suya, pueda encontrar un poco de calma, un poco de la paz que le ha
robado el que quiere ser emperador de Chueca.
Conoce a Ava desde hace varios
años. En muchas ocasiones ha sido su confidente y le ha contado cosas que a
nadie más se habría atrevido a contar. Ava también conoce a Jeromo. Eso puede
ser un arma de doble filo. No sabe si arriesgarse o no. Será su propio instinto
de supervivencia el que le indique si debe confiar en ella o no, si debe contarle
lo que le abrasa el alma, o si debe resignarse a cumplir con los deseos de
Jeromo, y dejar que el destino haga el resto.
CONTINUARÁ...
Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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