UNA DE TOROS
El
sol cae sobre la arena como un clavel blanco. La plaza está completamente llena
de público. Tras los burladeros se adivina el peligro. Suenan los timbales y un
murmullo de inquietud recorre las filas de los aficionados. Se levanta alguna
bota de vino para mojar la garganta. Las mujeres agitan los abanicos
nerviosamente, igual que si quisiesen ahuyentar a la muerte, o espantar al
miedo que se ha posado, como una mosca cojonera, detrás de las orejas de los
toreros.
En
el callejón espera el maestro. Tiene la vista fija en los toriles, está
deseando ver las impresiones que le produce el astado que está a punto de
salir. Junto a él, el primer ayudante de la cuadrilla templa el capote. El
maestro rompe el silencio y ordena a su ayudante que se sitúe tras el burladero.
—Ahí
viene. Venga sal a recibirlo que yo vea cómo embiste.
—Ya
voy, maestro. Pero es que…¡Vaya bicho!
—Anda,
anda. No seas quejica. No ves cómo rebufa en la arena. Si es inofensivo. Ya
verás lo que le haré yo cuando me lo centres. Con el primer muletazo le voy a
cambiar el viaje a este zaino. Luego le daré dos o tres medias lentas para
meterlo en cintura.
—Usted
si que sabe maestro.
—Lo
voy a torear con cuajo y serenidad, enganchando la embestida y templándola de
mitad de lance hacia delante.
—Eso
maestro.
—Escucharé
los oles acompasados del respetable y eso me animará a seguir adelante con la
faena. Después lo dejaré ir un poco para que foguee y luego lo citaré de perfil
con los dos pies juntos.
—Si
es que usted es puro arte. ¡Ele!
—Lo
recibiré de nuevo con una garbosa media belmontina. Seguiré el tercio cambiando
de pitón para salirme a los medios y continuar allí la lidia con liquidez en el
temple, vaciando por arriba con elegancia y terminando con un quite a la
verónica con mucho empaque.
—¡Oleé
Maestroooo!
—A
éste le corto todos los apéndices, como me llamo Currito de Córdoba.
—Sí,
pero salgo o no. Sería mejor que lo recibiera ya usted maestro.
—Ya.
Ya… Ahora voy. Ya estoy harto de que los críticos digan que soy un torero
blando, sin personalidad, que no sabe usar la muleta ni el capote para conectar
con arte y sabiduría con los tendidos. Les taparé la boca, y la pluma o el
bolígrafo, o lo que sea que utilicen para criticar. Van a ver mi valentía, mi
coraje y mi arte. ¡Ele mi niño! Estoy “sobrao”…
—Maestro…
que el público se impacienta.
—Va.
Va…Ya sé que es difícil acertar siempre, meterse en los zapatos de un toreo
reconocido y admirado, tanto por la grada como por la crítica, un torero que
sea pragmático en los conceptos y en el estilo, y soñador, y arriesgado en la
creación. Todo eso conjugado y embutido en la tripa del talento.
—¡Ele
mi niño Currito! Que no flaquee la faena.
—La
vida está llena de alberos y quizá para pisar cada uno de ellos necesite un
calzado diferente. No sé si llevo el adecuado para éste. Además siempre hay
alguien dispuesto a jorobarte, a colgarte algún San Benito que no te lo puedas
quitar ni con agua fuerte.
—Maestro,
el toro está punteando la barrera. Hay que salir.
—Sí.
Ya va… Los peligrosos son los que no conoces, de los que no recibes la menor
señal de que son tus enemigos. Y los asesinos, los que se hacen pasar por
amigos. No hay que fiarse de nadie Manolito.
—Este
toro está muy inquieto.
—Lleva
la incertidumbre, o quizá la traición, marcadas en sus pitones, unos puñales
astillados que portan también el filo de la envidia si triunfo esta tarde.
—Maestro,
que se nos echa encima.
—Tranquilo
Manolo. Que más cornadas da el hambre.
—No
estoy dispuesto a consentir más humillaciones de los que ocultan su poder tras
un despacho y luego nos echan a la hoguera por nada. Queda aún mucha
inquisición en el ruedo ibérico. Cada torero sabe, y yo también, que cada pase
que dé puede volverse en su contra. Se juega la vida, igual que el toro. Pero los
dos también podemos salir airosos si demostramos nuestra bravura.
—Venga
maestro que la gente comienza a silbar.
—Ya
voy… Las cornadas del destino acechan tras cada requiebro. Así que, me armo de
valor y al ruedo…
—Le
dejo paso maestro. Vaya con cuidado. Que parece que le hayan viciado en la
capea.
Currito
sale a la arena y se escucha una sonora ovación. A lo lejos el toro ve su
figura y levanta la arena con las pezuñas. El maestro habla a su subalterno
mientras se queda clavado a dos metros del burladero.
—Lo
voy a torear al azar. Lo más digno sería olvidarme de los tercios, de las
barreras, y por supuesto de los palcos presidenciales y de sus alguacilillos.
He de torear conforme a mi criterio.
—Eso
maestro.
—Que
Dios y la Virgen de los desamparados provean.
—Que
viene maestro.
—¡Vaya
bestia…! Ufff. Debo conservar la dignidad. No puedo salir corriendo. ¿Pero será
posible que me esté cagando? ¿Esto no puede ser en un torero con aspiraciones?
Quieto Currito. Levanta el capote y templa…
En
la plaza se escucha un grito ensordecedor. Currito vaciló en el último momento
y el toro le enganchó por una pierna, le levantó dándole varias vueltas en el
aire, y cayó después sobre la arena como un trapo. Manolito y otro ayudante
salieron inmediatamente para alejar al animal mientras Currito se levantaba y
corría con una mano en el culo hasta el burladero. Todo ha pasado en un minuto.
—Bichooo.
¡Cómo duele! Menos mal que no me ha cogido…Eso creo…Aunque parece que algo
viscoso me corre por la pierna. Mira que si estoy sangrando y mi valentía me
tiene de pie. Vaya revolcón me ha dado ese zaino.
Currito
se palpa el pantalón con la mano derecha y nota como sus dedos se humedecen.
Manolito, que ha dejado al toro frente al capote de otro subalterno, llega
corriendo hasta donde, cabizbajo y dolorido, se encuentra el maestro.
—¿Cómo
está maestro? ¿Ha sido grave?
—Creo
que me estoy desangrando. Tengo una flojera en las piernas…Ahora entiendo a los
que prohíben los toros, y a los defensores de los animales. Es que esto es una
burrada. Jugarnos la vida de esta forma, no tiene sentido.
—El
arte maestro. El arte.
—Sí.
Sí. Lo que yo te diga. Mañana mismo vamos a apuntarnos a una asociación de
defensa de los animales y a pedir trabajo en sus oficinas. ¿Tú no sabes
mecanografía? Pues de administrativo… Y yo…A repartir panfletos. Y los cuernos,
para quien los pague. Por cierto, Manolito, aquí huele mal…No te habrás cagado
de la impresión que te ha causado ver el revolcón que me ha dado esa bestia
peluda.
7
de enero de 2014
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Mariano
Valverde Ruiz ©
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