BYE LOVE
El
día ha sido casi perfecto. Tras unas horas de vuelo en su avión privado, los
efectos de la juerga comienzan a templarle el ánimo, pero continúa el mareo.
Bronco, así conocido por sus amigos, aunque los que le temen le llaman Don Luis
Carlos, regresa a su casa de Malibú con esa alegría que da la buena vida. Él y
sus amigos se han bebido varias botellas de aguardiente mientras recorrían de
parranda los bares de Medellín para festejar sus últimos negocios.
Bronco
sabe que el lecho nupcial le espera. Quiere apagar los rescoldos del calor
sofocante del verano del sesenta y dos con su querida Betty. No hace más de
cinco horas que ha refrescado los ardores de su cuerpo con Lupita. Pero una
nueva sacudida de su libido le está haciendo desear a su esposa más que nunca.
Es como si el tacto de Lupita en vez de apagar su deseo lo hubiese encendido
aún más.
Le
han dejado a cincuenta metros de su casa. Ya cerca de la puerta de su lujosa
vivienda, se atusa el bigote con la humedad que queda en su mano después de
alisar el cabello. Camina como un alazán un tanto mareado. Le queda muy poco
para llegar. El licor que lleva en el cuerpo se hace patente y sus
consecuencias marcan una línea desordenada en el suelo. Recorre unos metros
haciendo un trazo poco común en los hombres serenos. La devoción que tiene por
su apariencia le hace mostrar un poco de dignidad en su aspecto. Se recoge la
camisa. Hace ejercicios respiratorios. Tira del pantalón hacia arriba y lo
coloca en su sitio. Y sigue caminando.
De
forma intermitente, como si la imagen dudara de su apetito carnal, los anhelos
por lo que puede llegar vienen y van en su mente, se alzan bajo los ojos o se
desvanecen. Ahora recuerda el cuerpo de Lupita, un cuerpo carnoso, de mangos
prietos y papaya dulce. Lo ha comido con ahínco, igual que a una fruta madura.
La imagen de Betty se cruza en su mente y piensa que ahora debe quedarse con la
luz fugitiva de su piel de mandarina. Siente muy cerca su carácter de
golondrina pasajera y eso le encela. Pero su recuerdo vuelve hacia el cuerpo de
Lupita, al vértigo que producen sus cocos salvajes cuando los toca, cuando
paladea sin descanso, como un macaco, sus futas prohibidas. No se arrepiente de
nada. Para eso es un macho dominante.
Bronco
abre la puerta. La casa está en penumbra. Detrás de la puerta de la alcoba se
escuchan los ritmos melodiosos de los Everly Brothers, su música es como las
olas de la cercana playa. Tras los balcones del salón se ve la arena de Malibú
y los árboles curvados por el aire de la tarde, ya casi en morado crepúsculo. Y
su mente se va de nuevo a Madellín, a la casa de Lupita, donde los gallos
agitan las alas al otro lado del portal igual que navajas plateadas. Escucha
unos susurros y piensa que son aquellos gallos.
—Chisss.
A callar. Silencio o vais a la cazuela.
El
hombre cruza el hall y el salón. Se descalza y paso a paso, sobreponiendo su
ansiedad al tacto silencioso de los calcetines, camina sobre las cerámicas del
suelo. Respira, aguarda un instante para darse cuenta de que está en su casa, y
que las imágenes que se le cruzan son las que ha vivido hace unas horas en casa
de Lupita, justo antes de tomar el vuelo que le ha traído de regreso.
La
música se escucha ahora con mayor claridad. Se detiene un instante y continúa
hacia la puerta de la alcoba con una mueca de lujuria en el rostro. Vuelve a
detenerse durante unos segundos y suelta con levedad el aire que oxigenaba sus
pulmones. Es un aire viril y desmesurado del que se siente satisfecho.
Bronco
se desabrocha el cinturón y se quita los pantalones con cuidado de que no suene
el roce del tejido con su piel. Intenta amortiguar el movimiento. Está junto a
la puerta del dormitorio. Dos pasos más y empujará con cuidado la hoja de
madera que le separa del interior. Recuerda ahora la extraña despedida de
Lupita. Le dijo: —¡Hasta pronto!— Y se marchó con mucha prisa hacia el
aeropuerto, para tomar un vuelo para ver a su madre que estaba muy enferma.
Bronco se reunió de nuevo con sus amigos y siguieron la fiesta durante unas
horas antes de regresar con una buena carga de marihuana en su jet privado. El
negocio es el negocio.
La
música de los Everly Brothers interpreta el tema Bye Bye love y la armonía de
sus notas oculta lo que realmente está sucediendo en el interior de la alcoba.
Bronco empuja la puerta con cuidado. Se abre paso un hilo de luz. Es la luz
mansa de la mesita de noche. Una luz violeta y dulzona. Le atrapa su estela
boreal. El lecho queda ante sus ojos asombrados, y sobre la cama yacen dos
figuras de mujer, desnudas y enlazadas como mermelada de ciruela. Las mujeres
interrumpen su jadeo al comprobar la presencia de Bronco. La rubia que hurgaba
con su lengua el interior húmedo de la morena, levanta la cabeza y dice:
—Cariño.
¿Eres tú? No te esperaba tan temprano. A Lupita ya la conoces, no hace falta
que te la presente. ¿Verdad Cariño? Por cierto tiene algo que decirte.
Bronco
se ha quedado perplejo ante el espectáculo de ver a su mujer y a su amante retozando
a sus espaldas. No da crédito a lo que ve. Betty se incorpora ligeramente para
dejar libertad de movimientos a Lupita que se dirige con firmeza al recién
llegado.
—¿Sorprendido?
El vuelo para ver a mamá ha dado un leve cambio de rumbo y he aparecido aquí.
¿Qué te parece?
Las
mujeres ven cómo, poco a poco, los ojos de Bronco se van encolerizando y de un
momento a otro esperan que tenga alguna reacción imprevisible. Lupita
continúa.
—De
bravatas nada. Cielito. Te sugiero que escuches con atención. En una caja fuerte
de un banco, con acceso para personas desconocidas para ti, se guardan grabaciones
de tus negocios con estupefacientes, documentos que te incriminan en ajustes de
cuentas, y otras lindezas de tus fechorías. Si nos ocurriese algo a alguna de
nosotras, esas pruebas seguirían su camino y acabarías en prisión y arruinado.
¿Comprendes?... O en manos de tus enemigos.
—Ahora
somos nosotras las que dirigimos el negocio y tú estás a nuestras órdenes.
¿Entendido?
Betty
le ha lanzado esta última frase mientras subía el volumen del tocadiscos y
colocaba de nuevo el disco de los Everly Brothers. Bronco está encendido. Los
efectos del alcohol le mantienen con una cierta laxitud. Tarda en reaccionar y
acierta a decir:
—Me
las pagaréis, malditas brujas.
Las
dos mujeres ríen abiertamente mientras vuelven a abrazarse en la cama. Suena de
nuevo Bye Bye love y sus notas ocupan todos los huecos libres de la alcoba. Betty
ordena a Bronco que salga de la habitación.
—¡Ah! Como hoy no ha venido la sirvienta,
tienes todos los platos de ayer en la cocina para que los friegues. Déjalos
relucientes. Y cierra la puerta cuando salgas. Bye love. Besitos.
4
de enero de 2014
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Mariano
Valverde Ruiz ©
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