Estás en esos años en que juegas
al ajedrez de instinto con tu cuerpo
y cruzas la calle presa de mi brazo.
Lo haces con una suerte decidida,
ya sabes que la reina me dio jaque
y que pondrás laurel en tu cabello.
Yo tendré que rendirme si mi sino
es conocer el sabor de tu espuma íntima.
Ante una hembra así, de nada sirve
preparar la cicuta de Rimbaud
con poemas de asombro
bajo el jazmín del verso,
extender alas sobre este papel,
lanzar flechas con arcos de utopía
o ser puro naufragio
como el alma de Rilke.
Contigo el manantial que define las horas
es gelatina al fuego del instinto
en la fragua que alimentan nuestros labios.
(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio)
Todos los derechos reservados.
Mariano Valverde Ruiz (c)
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