ENTREVISTA CON EL
VAMPIRO
—Buenos
días señor director. Yo venía…Yo quería…
—Siéntese
señora. Siéntese y cuénteme.
—Verá
el caso es que acabo de separarme de mi marido y necesito una ayudita para
cubrir los agujeros que ha dejado abiertos. No es mucho dinero. Sólo para salir
adelante durante un tiempo.
—Bueno,
bueno. Este banco es de su total confianza. Puede sincerarse como si de un
confesor se tratara. ¿Y de qué clase de agujeros estamos hablando?
—No
se trata de pagar los muebles de la casa. No. Ni la mensualidad de la hipoteca.
No. Ni la factura de psicólogo. Eso tampoco. Ni lo que me reclama un club de
alterne que mi marido y sus amigos frecuentaban. No. Es que no puedo vivir…¡Yo
quiero morirme!
—La
entiendo señora. Pero debemos fijar una cantidad para comenzar a hablar. Y
luego veremos qué garantías tiene usted para poder devolvernos lo que pueda
prestársele.
—Pues
no sé. Así, de primeras, podríamos decir que con 400.000.- Euros me apañaba.
—Una
cifra redonda. Sí señora. ¿Y con qué garantías cuenta? ¿Propiedades? ¿Derechos?
¿Cualquier bien a su nombre?...
—Propiedades
a mi nombre, ninguna. Derechos, eso sí, los que cualquier mujer pueda tener
cuando demande a mi marido y la justicia le condene a una pensión o a una indemnización
por los daños ocasionados.
—Malas
noticias señora. A simple vista parece que no podremos ayudarla.
—Tal
vez pueda haber algo que haga cambiar su decisión. Se lo voy a contar.
—Sea
breve señora. Tenemos muchas cosas que atender.
—Verá.
No sé por dónde empezar. Mi marido es concejal del ayuntamiento. Es el
encargado de las obras y servicios. Vamos, el que realiza los contratos con las
empresas de mantenimiento y las obras que necesita el pueblo. El caso es que,
en las navidades pasadas, una de las empresas que trabaja para el ayuntamiento
le regaló, a él y a otros concejales, décimos de lotería de Navidad. Y sabe lo
que ha sucedido. Pues que ha tocado el premio gordo.
—Entonces…
—Cuando
me enteré de la noticia, antes de que mi marido llegase a casa, fui al cajón de
su mesita de noche, y rebusqué entre los papales. Allí tenía el número. No
tardé ni un segundo en tomar la decisión de esconderlo. Pero todo se complicó
de inmediato.
—Dígame,
dígame…
—La
noticia corrió como la pólvora por el pueblo y los vecinos presentaron una
reclamación en el juzgado.
—¿Una
reclamación? No entiendo.
—Sí.
Dicen que el dinero que ha tocado a los concejales es del pueblo. Que si los
décimos fueron entregados a los concejales a consecuencia de la relación
contractual entre la empresa y el ayuntamiento, el beneficio del premio debe
recaer en las arcas municipales y ser repartido entre todos los habitantes del
pueblo a partes iguales.
—Interesante…
—Mi
marido ha buscado y rebuscado en la casa. Ha puesto patas arriba todo. Cree que
ha perdido el décimo. Incluso me ha acusado a mí de haberlo cogido.
—Yo,
naturalmente, lo he negado. Y le he dicho que quizá, con los traslados
ocasionados por la separación, se haya perdido.
—Y…
¿Tiene usted en su poder el décimo premiado?
—Sí.
Lo tengo a buen recaudo. Donde nadie se imagina.
—
¿Entonces?
—Verá,
señor director, lo que yo le propongo, es que me pague el importe del décimo,
es decir, los 400.000.- Euros. Y se quede con el décimo, para que sea el banco
quien lo cobre de la Administración de Loterías del Estado.
—Lo
entiendo señora. Pero déjeme explicarle. Lo que usted me pide tendríamos que
estudiarlo detenidamente. Le abriríamos una cuenta con nuestra entidad para
cargarle los gastos, comisiones de mantenimiento, impuestos y tasas derivadas,
más el importe de una póliza de seguro por el doble de la cantidad objeto de
estudio…entre otras cosas. Lo haríamos para que usted esté tranquila. Y…
—Señor
director, le sigo contando. Es que tengo un agujero que me tiene sin vivir.
Aquí, aquí mismo, junto al alma. Es como si la polilla de los días me hubiese
dejado el corazón al descubierto. Vivo bajo un vestido por el que circula el
aire a su antojo. Y eso duele…Más que el trato déspota del rufián egoísta de mi
marido. No sé cómo he sobrevivido en medio del espolio de mi condición de
mujer. ¿Qué difícil debe ser para usted creerme? Quizá todo le suene a
trapisonda. Pero es verdad. Tan solo le pido un crédito para la esperanza. Para
tapar la cara al rostro siniestro de mi desamparo. No es que haya venido a
pedirle sin más, mi desgarro no me autoriza a ello, le ofrezco el décimo
premiado. Ustedes lo cobran y ya está. También puedo entregarle las joyas que
guardaba escondidas y este paquete con las cartas de amor de un antiguo novio,
que ahora creo trabaja en la competencia de su entidad, y al que despaché para
casarme con quien ahora me he de divorciar.
—Vamos
a ver. Vamos a ver. El tema de la demanda de los vecinos es un problema. Quizá
tengan derecho al cobro. O No. Un juez lo dirá. Mientras tanto…podríamos… Esas
joyas parecen de valor y nos pueden interesar.
—Haga
lo que pueda señor director.
—Bueno.
No me cuente más. Entrégueme el décimo y las joyas. Firme aquí, aquí, aquí,
aquí, aquí, aquí, aquí, y aquí también. Es para lo de los estudios y la póliza
de seguro de que hemos hablado antes.
—¿Y
todo se arreglará?
—Ya
no tendrá que preocuparse por su futuro, aunque tendrá que buscar trabajo, lo
digo por la posible subida a medio plazo de los intereses del préstamo que le
vamos a conceder. El banco se ocupará de resolver los temas relacionados con el
décimo. Las joyas quedan a nuestra disposición en la caja fuerte. Y por sus
desvelos actuales tampoco tendrá que preocuparse. Ya no querrá morirse, como me
decía.
—
¿Y cuando dispondré de liquidez?
—Ya
le informaremos. Los trámites y papeleos llevan su tiempo. Tranquila. Le
adelantaremos lo justo para que pueda vivir. Y nos lo irá devolviendo en
cómodos plazos.
—Si
no queda otro remedio… ¿Y por qué decía usted que ya no querré morirme?
—Porque
señora, ahora está usted en nuestras manos. Está usted sujeta a posibles
contingencias de los mercados. Tiene que vivir para trabajar y pagarnos el crédito,
los gastos, los seguros y los intereses. Qué tenga un buen día señora.
9
de enero de 2014
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Mariano
Valverde Ruiz ©
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