CONCIERTO DE AÑO
NUEVO
La
mañana del día uno es templada y la luz del Atlántico reverbera sobre las olas
del océano con aires de cambio en sus brillos. La ciudad de Santa Cruz luce con
sus mejores galas para la entrada del nuevo año. En cualquier lugar de la
ciudad se pueden encontrar restos de la fiesta de la pasada Nochevieja, parejas
que aún no han llegado a casa, y operarios de limpieza que realizan su labor
calladamente. Hay un silencio expectante en las calles y también en el interior
del Auditorio de Tenerife, donde los amantes de la música clásica quieren
recibir el año igual que lo hacen en Viena.
Clara
y Enrique están plácidamente acomodados en la penúltima fila de butacas. Ambos
están dispuestos para escuchar el concierto con una sensación especial entre
los pliegues de sus pieles. Enrique no se ha mostrado demasiado conforme con la
idea. Prefería haber llevado a Clara directamente hasta el lugar donde, según
le había dicho con una voz de seda, le tenía una sorpresa preparada. La
insistencia de Clara por ver hecho realidad uno de los sueños de su vida y la
promesa de que después le acompañaría a donde quisiese, disipó algunas de las
reservas de Enrique y acabó venciendo su tozudez.
—El
concierto que vamos a escuchar es una tesis sobre virtuosismo y brillantez
—dice Clara.
—Ya
pero…yo quería —replica Enrique.
—Los
intérpretes adquieren una pose elegantemente garbosa. Se les ven destellos de
luminosidad y total sintonía con el instrumento que tocan.
—Sí…Pero…
—La
atmósfera de la sala tiene la aureola atrayente de una muy afinada disciplina
musical.
—Ya…
—El
sentido del ritmo toma forma y se proyecta sobre los oídos como una pluma
melódica y juguetona.
—No
lo dudo…Pero…
Todo
es tan encantador y sensual que me siento totalmente abstraída. Calla, que entra
el director de orquesta.
Tras
un saludo a los miembros de la Orquesta Sinfónica de Tenerife y al público
presente, al que responden los aplausos de la sala, el director alza la batuta
y reclama la atención de la orquesta. Se inicia el concierto. La música avanza
lentamente por toda la sala, envuelve la penumbra en la que los espectadores
están instalados, se cobija en las oquedades del teatro, se filtra por los
orificios de la tapicería de las butacas y remansa, aún más, la armonía entre
los palcos.
Para
Clara es un momento único, hacía muchísimo tiempo que lo esperaba. Se había
preparado para vivirlo al detalle. Lleva puesto un vestido negro ajustado y
ligeramente escotado. Lo compró después de elegirlo concienzudamente entre los
más bonitos que pudo ver en la Pasarela Cibeles. El abrigo es de visón. Y fue
un encargo que su amiga Pitita le trajo de Bolonia. Los complementos que lleva puestos
los adquirió, uno por uno, buscando en todas las tiendas especializadas de
Madrid. Los zapatos, de fino estilo italiano, los guardaba sin estrenar desde
la primavera pasada. Y el perfume, francés por supuesto, envuelve su cuerpo
como una flor invisible. Todo lo que lleva está elegido a su gusto. Y por fin
presencia un Concierto de año nuevo. Clara desea escuchar Las atracciones secretas, una obra de Josef Strauss, su pieza
favorita, la que le hace vibrar como nada en este mundo.
Enrique
la observa de reojo con cierta preocupación. A él le pesan los párpados. Ha
dormido muy poco durante la pasada noche. Por su mente pasan algunos recuerdos
tenebrosos del pasado año, las deudas de juego en los casinos, y sobre todo,
las amenazas recibidas últimamente. Clara es su única carta para salir del lio
en el que está enredado. Lo sabe y ha apostado fuerte por ella.
Clara
se da cuenta de que Enrique parece no estar disfrutando del concierto. Le da un
pequeño codazo para llamar su atención. Lo hace con disimulo, para que no sea
apreciado por quienes permanecen impasibles junto a sus asientos, completamente
ensimismados con el concierto. El hombre se mueve en su butaca haciendo
equilibrios para que no se le note el mal humor que arremete contra las fibras
de su rostro. Clara no advierte su rigurosa expresión de fastidio.
El
director mueve los brazos con energía y la música eleva el tono. Comienza lo
mejor del programa. Es pura poesía, ardor expresivo, altísima expresión de la
belleza. La orquesta demuestra un envidiable grado de madurez interpretativa.
Es un auténtico deleite para los sentidos. La mujer se pregunta cómo su marido
no es capaz de apreciar aquella maravilla para los oídos. El hombre se pregunta
cómo se las ingeniará para conseguir los códigos digitales de las cuentas
bancarias que ansía.
Clara
vuelve a mirar a Enrique. No le ha dicho lo guapa que está esta mañana. Está
como ausente. Y es extraño. —Hoy que por fin ve realizado su sueño de iniciar
una nueva vida conmigo. Debería estar muy contento—. Pero su acompañante parece
estar en otro mundo. El tiempo apremia.
Enrique
sabe que desde ayer alguien le ha estado siguiendo. Desde que salió de Madrid
camino de Tenerife, ha notado unos ojos invisibles clavados tras el cogote.
Clara le había dicho que la recogiera en el hotel a las once de la mañana. Ella
había viajado el día anterior, tal y como habían acordado. Enrique pensaba llevarla
a un recorrido turístico por la isla, luego comer en algún rincón paradisíaco y
hospedarse lejos de los ojos de la multitud. Él no conocía los planes de Clara
y se ha visto sorprendido por el capricho de la dama.
La
orquesta toca Las atracciones secretas
de Josef Strauss cuando el director alza los dos brazos de improviso y la
música se detiene.
—¿Qué
sucede? —Dice Clara.
—Ni
idea —contesta Enrique un poco alarmado.
—Disculpen
ustedes la interrupción —dice el director de la orquesta— he de realizar un
encargo.
Y
sin más palabras recorre el pasillo de la sala hasta llegar junto a Clara y
Enrique. Mira a la dama con una sonrisa malévola en los labios.
—Señora,
me acompaña hasta la escena. Su marido desea que escuche esta pieza en lugar
preferente.
Al
pronunciar estas palabras el director ha girado la cabeza hacia uno de los
palcos altos. Clara ha seguido la mirada del director y ha descubierto una faz
inquietante, un rostro bigotudo y arrugado como la momia de un guanche, que
tiene clavados sus ojos en ella. Enrique se estremece en la butaca al divisar a
lo lejos la silueta del viejo marido de Clara. En ese preciso momento dos manos
robustas y firmes se aferran a los hombros de Enrique, han salido desde detrás
de su butaca. A Enrique nunca le ha gustado la música clásica. E intuye que,
después de que terminen su tarea los que le han dicho al oído que les acompañe
fuera, nunca más irá a un Concierto de año nuevo.
3
de enero de 2014
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Mariano
Valverde Ruiz ©
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