COMO
UN POETA DEL VEINTISIETE
Ahora
tiene su posada
en
una tierra blanca y verde
donde
reina el misterio
y
las penas se consumen
al
ritmo de las bulerías.
Habita
los poemas y los libros
para
no derrochar su tiempo
solamente
en el vicio de existir,
esa
necesidad tan apremiante
que
imponen con rigor
los
flujos materiales de la vida.
Refugia
su tiempo en los versos
para
huir de la congoja
que
supone medrar por la existencia
sin
un destino para su cordura
ni
un hogar para su conciencia.
Desliza
las palabras y su mente
por
la ausencia, el dolor,
la
alegría casual,
o
la crítica constructiva
de
lo que no le gusta.
Es
cómplice de ideas
que
reivindiquen la libertad
y
desea que cubran sus palabras
con
un velo de bálsamo,
tierno
y reparador.
Transforma
en parte suya
el
reino del poema
que
llega hasta sus ojos,
y
sus semillas crecen sin fronteras,
se
alimentan del agua de la luna,
del
dogma de la luz
o
de la metafísica del tiempo,
mientras
desaparece el tedio
por
las laderas grises de la vida.
El
corazón florece
con
el germen de la palabra
y
su sutil fragancia
va
llenando los campos intimistas
de
frutos delicados,
y
del alba que alumbra
la
noche de los tiempos.
Va
describiendo los susurros
que
le dicta la soledad,
los
sentimientos que acolchan las horas,
las
heridas que no se curan,
la
dureza del viaje.
A
menudo puede desplazarse
hasta
un mundo intangible
a
pesar de que existen detractores
de
la verdad oculta en las metáforas.
Pero
siempre se acuerda
de
aquellos que describen al destino
con
las coordenadas ya previstas
en
el mapa siniestro del olvido.
A
pesar de todo,
tiene
sus alas preparadas
por
si el aire recuerda su materia
y
se lleva su voz del mundo.
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