BUGANVILLAS
La
brisa de Mediterráneo
mece
los ramilletes
del
arbusto de buganvillas
que
decora su patio
con
una fiesta de colores
donde
el rosa y el amarillo
contrastan
con los azules del cielo.
Los
colores reclaman la presencia
de
todos los recuerdos
que
habitan su memoria
para
hacer inventario
de
un hombre hecho a sí mismo
a
partir de una brizna de hierba.
Hasta
hace poco tiempo
nunca
había sabido
por
qué le fascinaban tanto
todas
las plantas que respiran
con
el duende andaluz:
la
magia de las buganvillas,
los
colores de los geranios,
el
aroma profundo del romero,
los
sabores de la hierbabuena
y
la esencia misma del aire.
Hoy
conoce que sus raíces
estaban
en la tierra
que
mima los claveles,
que
venían de un tronco campesino
del
que creció su infancia
como
una hierba silvestre,
que
se curtieron bajo el sol
del
valle que define
la
rambla de Nogalte,
que
quisieron volver hasta su origen
para
cerrar un círculo con la vida
y
abrir otro en el aire.
El
color de las flores
le
susurra al oído
que
ha merecido la pena
luchar
a pecho abierto
contra
la adversidad
para
poder tener unos instantes
con
los que honrar a sus raíces
y
entregar su legado al viento.
Alza
los ojos hacia el horizonte
para
implorar al cosmos
un
poco más de tiempo
para
poder dejar al mundo
su
ejemplo de constancia y sacrificio.
Entre
tanto, un gorrión mueve sus alas
entre
las ramas de las buganvillas.
Con
su gesto acerca el pasado
hasta
el presente
y
proyecta en el aire
el
ritmo de la vida
que
crece hacia el futuro
como
un tallo de hierba
al
que aún le queda mucho
para
tocar el cielo.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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