ISLA NEGRA
Un
ave vuela sobre los tejados
del
puerto de Isla Negra.
Lleva
todo el mar en su pico
y
toda la tierra en sus alas.
Canta
como los versos del océano
en
las rocas de los acantilados
y
pronuncia al oído de los hombres
las
palabras del aire.
Hace
tiempo que no escribe
una
carta a los pájaros
que
alzan sus alas
más
allá de Isla Negra.
Ya
no les cuenta sus desvelos
por
los seres humanos,
sus
batallas perdidas
en
los lechos ardientes del amor,
el
lento discurrir
de
un instante de bruma
que
cubre el horizonte
de
tristeza y melancolía,
o
el sonido de las campanas
con
que llama al silencio
cuando
necesita sentirse
a
solas con su soledad.
Las
cosas han cambiado tanto
que
ya no hay tiempo
para
la intimidad de las palabras,
para
sentirse al borde del misterio
y
mirar a los astros,
para
entrever en las heridas
diamantes
de tristeza,
para
encontrar los tonos
de
los latidos en cada palabra
que
acaricie por dentro
la
verdad más auténtica,
o
para recordar a los humildes
su
compromiso con la Tierra.
Sabe
que ya no es más que lo que fue
cuando
era un ave de una sola pluma.
Sabe
que ya le quedan pocas fuerzas
pero
aún quiere dejar en las conciencias
la
reivindicación de sus poemas
como
excusa dinámica
para
dar vuelo a las ideas
que
mejoren al mundo.
Por
eso, aún sigue volando
desde
Isla Negra
con
todo el mar en las palabras
y
toda la Tierra en su voz.
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